martes, 4 de febrero de 2014

Las potencias mundiales se rinden a Irán

Fuente: El Med.io por Clifford D. May 31/1/14 El presidente iraní, Hasán Ruhaní, tuiteó hace quince días una declaración de victoria diplomática: “En el acuerdo de #Ginebra las potencias mundiales se rindieron a la voluntad nacional de Irán”. Como respuesta, Jay Carney, el secretario de Prensa de la Casa Blanca, dijo que no había que preocuparse: “No importa lo que digan. Lo que importa es lo que hagan”. Muy bien, ¿y qué están haciendo? Abás Aragchi, negociador en jefe iraní, nos ha dado la respuesta: No se cerrará ninguna instalación; el enriquecimiento proseguirá, y se aumentará la investigación nuclear de calidad. Continuarán las investigaciones para producir una nueva generación de centrifugadoras. Irán también está enviando buques de guerra al Océano Atlántico por primera vez en la historia. ¿Un mensaje no demasiado sutil, quizá? El acuerdo de Ginebra retrasa el desarrollo de armas nucleares por parte de Irán… un mes. Sí, exacto: si los gobernantes iraníes cumplen fielmente todos los compromisos que han alcanzado hasta ahora, al término de este periodo de seis meses, estarán a tres meses (en vez de a dos) de alcanzar capacidad crítica. A cambio, Estados Unidos y otras potencias mundiales han concedido al régimen revolucionario, principal patrocinador mundial del terrorismo desde hace mucho, tiempo adicional -puede que hasta un año- para que siga desarrollando cabezas nucleares, detonadores y misiles balísticos. Además, se han levantado las sanciones lo suficiente como para alejar la amenaza de una inminente crisis económica iraní. La economía de Irán ya se está recuperando. Si todo esto que se ha hecho, además de lo que se ha dicho, no justifica las afirmaciones de Ruhaní respecto a una rendición a Irán ¿qué lo hará? Puede que esto: el mismo día que Ruhaní utilizaba las redes sociales para anunciar la derrota de Occidente por Irán, Reuters publicaba fotos del ministro de Exteriores iraní, Mohamed Javad Zarif, depositando una corona en la tumba de Imad Mugniyeh, en Beirut. La historia ha privado a Mugniyeh de la infamia que merece. No hay ningún autoproclamado yihadista, aparte de Osama ben Laden, que haya asesinado a más norteamericanos que él. Mugniyeh, un comandante de Hezbolá, la milicia terrorista de Irán en el Líbano, fue el cerebro de los atentados contra la embajada estadounidense (63 personas asesinadas) y el cuartel de los Marines (241 muertos) en Beirut en 1983, así como del atentado con camión-bomba contra un edificio en el que se alojaban paracaidistas franceses (58 muertos). Además fue acusado del secuestro, en 1985, del vuelo 847 de la TWA, en el que fue asesinado el submarinista de la Marina Robert Stetham. El secuestro era otra de las especialidades de Mugniyeh. William Buckley, jefe de la delegación de la CIA en Beirut, fue secuestrado en 1984. Fue torturado brutalmente durante quince meses hasta que, finalmente, fue asesinado. Con estas y otras muchas atrocidades, según el antiguo subsecretario de Estado Richard Armitage, Hezbolá adquirió una deuda de sangre con Norteamérica. Pero ni las Administraciones republicanas ni las demócratas han intentado realmente cobrársela. El 12 de febrero de 2008, Mugniyeh fue asesinado. Dos días después, Matthew Levitt y David Schencker, del Washington Institute, escribieron un informe en el que lo describían como un “brillante táctico militar” que actuó como “enlace principal” de Hezbolá “con los servicios de seguridad y de inteligencia iraníes”. Nacido en el sur del Líbano en 1962, Mugniyeh “se convirtió en francotirador de las fuerzas de Yaser Arafat” a los 14 años. Su primera gran operación fuera del Líbano fue el atentado contra la embajada israelí en Buenos Aires, en marzo de 1992, en el que murieron 29 personas. Dos años más tarde dirigió la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en esa misma ciudad, atentado en el que mataron a 85 personas. Pese a que Hezbolá llevó a cabo el atentado, documentos judiciales argentinos afirman Mugniyeh estaba impulsado por una fetua emitida por el Líder Supremo iraní, Alí Jamenei. El presidente sirio, Bashar al Asad, leal cliente de Irán, proporcionó a Mugniyeh un refugio seguro… hasta que dejó de serlo. El 12 de febrero de 2008, en un barrio de moda de Damasco, Mugniyeh asistió a una recepción con motivo del 29º aniversario de la Revolución iraní. Abandonó la fiesta alrededor de las 10:30 de la noche y se dirigió hacia su coche. No se dio cuenta de que el reposacabezas del asiento del conductor había sido sustituido; el nuevo contenía un explosivo. Estalló y lo mató; a él y a nadie más. Los edificios próximos sólo sufrieron daños menores. Fue un golpe muy profesional. No hay pruebas de que Israel fuera el responsable. Lo fundamental es ésto: el homenaje de Zarif a Mugniyeh, junto con el alarde de Aragchi respecto a que Irán prosigue con sus actividades nucleares, y todo ello unido al anuncio de Ruhaní de que Norteamérica y otras potencias mundiales se han rendido, lo dicen todo. Dicen que, por parte de los iraníes “las negociaciones no precisan de concesiones. Las negociaciones son un instrumento para que nosotros recibamos concesiones”. De hecho, el parlamentario iraní Alí Motahari dijo eso exactamente. Muchos de los miembros más influyentes de la comunidad política internacional están convencidos de que semejante retórica carece de importancia, que es sólo para consumo doméstico. Creen que dentro de Irán está teniendo un gran debate entre radicales y moderados. Consideran que Ruhaní forma parte de estos últimos. No se dan cuenta de que el Líder Supremo se llama Líder Supremo por algo. En el levantamiento popular que siguió a las fraudulentas elecciones de 2009, decenas de miles de personas protestaron en las calles, clamando “¡Muerte al dictador!”. Sabían de lo que hablaban, aunque muchos en Occidente no lo supieran. Así, pese a las numerosas pruebas en contra, se convertido en la versión dominante que las negociaciones en curso brindan “una oportunidad de las que se presentan una vez cada generación para impedir que Irán adquiera armas nucleares”. Quienes disentimos de este punto de vista somos tildados de “belicistas”. O, como el analista de noticias-humorista Jon Stewart dijo a sus millones de fans la semana pasada, “por primera vez en décadas” Estados Unidos está a punto de reestablecer “relaciones diplomáticas con Irán y un modo de asegurar que no tendrán un arma nuclear. Siempre y cuando nadie llegue y, figuradamente, se ponga a lanzar huevos a todo el asunto”. Stewart prosiguió acusando a demócratas y republicanos del Congreso (al menos 59 senadores y una clara mayoría en la Cámara de Representantes) de hacer justamente eso al pretender que se apruebe una ley que advertiría a los gobernantes iraníes de que se impondrían nuevas y estrictas sanciones si no hacen concesiones significativas en los próximos seis meses: si se niegan a desmantelar su programa de armas nucleares a cambio del levantamiento de sanciones que Estados Unidos ha comenzado ya a realizar. En este momento crítico, cabría esperar que los gobernantes iraníes hicieran cuanto pudieran para que este giro fuera más creíble, para dar a los líderes norteamericanos, por lo menos, una forma de rendirse guardando las apariencias. Al parecer, no ven la necesidad de hacerlo. Creen que pueden decir la verdad respecto al repliegue norteamericano y hacer cuanto quieran respecto al programa nuclear. Confían en que los diplomáticos, políticos y expertos norteamericanos y occidentales seguirán manteniendo la fe en la capacidad de los inspectores internacionales para detener a un régimen que ha dedicado décadas a mentir en materia nuclear y al asesinato de norteamericanos. No hay pruebas convincentes que contradigan su tesis.