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NAPOLEÓN Y LOS JUDÍOS
Escrito por Dr. Guido Maisuls en 04 Junio 2015. Publicado en Judaismo

Por el Dr. Ben Weider Presidente de la Sociedad Napoleónica Internacional
¿QUÉ LLEVÓ A NAPOLEÓN A INTERESARSE EN LOS JUDÍOS?
Napoleón Bonaparte no conoció judíos en su infancia, ni tal vez durante sus años de estudio en Francia. Su primer contacto con una comunidad judía se produjo el 9 de febrero de 1797 durante la Campaña de Italia.
Cuando Napoleón y su ejército entraron a Ancona, la comunidad judía de esa ciudad vivía confinada en un estrecho ghetto cerrado de noche. Le sorprendió constatar que ciertas personas llevaban gorros amarillos y brazales con la estrella de David. Preguntó la razón de ello a uno de sus oficiales. Éste le respondió que eran judíos que debían obligatoriamente regresar a su ghetto antes de la noche. Estaban marcados de esa manera para permitir verificar que no infringieran esta regla. Napoleón ordenó inmediatamente que los gorros y los brazales fueran quitados y los remplazó por la roseta tricolor. Suprimió el ghetto y dio instrucciones para que los judíos pudiesen practicar abiertamente su religión y vivir libremente en donde los desearan. Los judíos de Ancona estuvieron sorprendidos y encantados al constatar que los primeros soldados franceses que entraron en el ghetto eran judíos.
Más tarde, Napoleón liberó igualmente a los judíos de los ghettos de Roma, Venecia, Verona y Padua.
El « Liberador de Italia » abolió las leyes de la inquisición, y los judíos fueron finalmente libres.
En el Moniteur Universel de París, con fecha del 22 de mayo de 1799, hallamos: "Bonaparte ha publicado una proclama por medio de la cual invita a todos los judíos de Asia y de África a juntarse bajo su lábaro con miras a restablecer la antigua Jerusalem. Ya armó a un gran número, y sus batallones amenazan Alep. »
PROCLAMA A LA NACIÓN JUDÍA
Cuartel general Jerusalem,
1ero floreal, año VII de la República Francesa (20 de abril de 1799)
Bonaparte, comandante en jefe de las armadas de la República Francesa
en África y en Asia, a los herederos legítimos de la Palestina:
Cuartel general Jerusalem,
1ero floreal, año VII de la República Francesa (20 de abril de 1799)
Bonaparte, comandante en jefe de las armadas de la República Francesa
en África y en Asia, a los herederos legítimos de la Palestina:
¡Israelitas, nación única que las conquistas y la tiranía han podido, durante miles de años, privar de su tierra ancestral, pero ni de su nombre, ni de su existencia nacional!
Los observadores atentos e imparciales del destino de las naciones, aún si no tienen los dones proféticos de Israel y de Joel, se dieron cuenta de la justeza de las predicciones de los grandes profetas quienes, la víspera de la destrucción de Sión, predijeron que los hijos del Señor regresarían a su patria con canciones y en la felicidad y que la tristeza y que los suspiros huirían para siempre jamás. (Isaías 35. 10).
¡De pie en la felicidad, los exiliados! Esta guerra sin ejemplo en toda la historia, ha sido emprendida por su propia defensa por una nación cuyas tierras hereditarias eran consideradas por sus enemigos como una presa ofrecida que desmenuzar. Ahora esta nación se venga de dos mil años de ignominia. Aunque la época y las circunstancias parecen poco favorables a la afirmación o hasta a la expresión de vuestras peticiones, esta guerra os ofrece hoy, contrariamente a toda espera, el patrimonio israelí.
La Providencia me ha enviado aquí con un joven ejército, guiado por la justicia y acompañado por la victoria. Mi cuartel general está en Jerusalem y en algunos días estaré en Damas, cuya proximidad ya no es de temer para la ciudad de David. ¡Herederos legítimos de la Palestina!
La Gran Nación que no trafica los hombres y los países según la manera de aquellos quienes han vendido vuestros ancestros a todos los pueblos (Joel 4. 6) no os llama a conquistar vuestro patrimonio. No, os pide tomar solamente lo que ya ha conquistado con su apoyo y su autorización de quedar amos de esta tierra y de conservarla a pesar de todos los adversarios.
¡Levantaos! Mostrad que todo el poder de vuestros opresores no ha podido aniquilar el valor de los descendientes de esos héroes que habrían hecho honor a Esparta y a Roma (Macabeo 12. 15). Mostrad que dos mil años de esclavitud no han sido suficientes para ahogar ese valor.
¡Apresuraos! Es el momento que tal vez no volverá de aquí a mil años, de reclamar la restauración de vuestros derechos civiles, de vuestro lugar entre los pueblos del mundo. Tenéis el derecho a una existencia política en tanto que nación entre las demás naciones. Tenéis el derecho de adorar libremente al Señor según vuestra religión. (Joel 4. 20).
¿POR QUÉ HIZO NAPOLEÓN ESO?
Encontramos la respuesta a esta pregunta en el diario del doctor Barry O’Meara, el médico personal del Emperador en Santa Elena.
El 10 de noviembre de 1816, O’Meara había preguntado a Napoleón por qué había dado a los judíos tantos ánimos: El Emperador respondió, y lo cito: «Quería libertar a los judíos para hacer de ellos ciudadanos enteramente. Debían beneficiarse de las mismas ventajas que los católicos y los protestantes. Insistía en que fuesen tratados como hermanos puesto que somos todos herederos del judaísmo. Por lo demás, pensaba atraer a Francia un refuerzo precioso. Los judíos son numerosos y hubieran venido a instalarse en masa en un país que les acordaba más privilegios que cualquier otra parte. Sin los eventos de 1814, muchos judíos de toda Europa hubiesen ido a establecerse en Francia, en donde libertad, igualdad y fraternidad les eran aseguradas, y donde la puerta de los honores les estaba abierta. Así hubieran participado a la grandeza nacional».
A lo largo de su reinado, Napoleón sintió una gran simpatía por los judíos. Siempre hizo lo que le era posible para que éstos gozaran de los mismos derechos que los católicos y los protestantes.
La Revolución de 1789 había aligerado en Francia las medidas de ostracismo impuestas a los judíos. El 27 de noviembre de 1791, un decreto de la Asamblea Constituyente les había acordado la ciudadanía plenamente. De hecho, se trataba en este caso de una simple profesión de fe, sin dimensión práctica. En efecto, la Asamblea Legislativa no tomó ninguna medida de aplicación. En cuanto a la Convención, cerró las sinagogas, prohibió hablar hebreo y de una manera general le hizo la vida difícil a los judíos.
Durante el Directorio, las sinagogas fueron devueltas al culto y algunos judíos aislados pudieron dedicarse a los negocios o a una carrera política.
No obstante, la masa permaneció desaprobada o apenas tolerada. Cuando el poder es confiado a Napoleón en Francia, la condición de los judíos es pues precaria e inestable. Se halla sometida, según las regiones, al arbitrario de las costumbres locales, ora liberales, ora tiránicas. Las creencias personales de Napoleón en materia de religión nunca fueron demasiado marcadas. En cambio, tenía un espíritu de tolerancia fuera de comparación. Por doquier donde extendió su poder, estableció la libertad de cultos. Decía « La fe no es del dominio de la ley. Es un bien personal del hombre y nadie tiene derecho de pedirle que rinda cuentas sobre el tema ».
El Gran Sanedrín era la más alta Asamblea de la nación judía. No había celebrado sesión desde hacía 18 siglos. Napoleón tuvo la idea de reunir a los principales notables judíos de toda Europa, con el fin de permitirles exponer los problemas que les concernían. Convocado por decreto del 23 de agosto de 1806, el Gran Sanedrín se reunió del 9 de febrero al 9 de marzo de 1807. Al final de la primera reunión, Napoleón fue proclamado el « Ciro » de los tiempos modernos (aquel rey de Persia, Cyrus el Grande, a quien se le debió la primera restauración de Israel). Fue calurosamente glorificado por todos los representantes unánimes.
El decreto de 1806 había liberado a los judíos de su aislamiento. El Gran Sanedrín de 1807, haciendo del judaísmo un tercer culto oficial, los ligaba estrechamente a su patria nueva. Las resoluciones del Sanedrín de 1807 conforman así una suerte de concordato que sigue siendo, aún hoy, la base orgánica del judaísmo francés.
Sin embargo, la oposición no se dio por vencida. El Cardenal Fesch, tío de Napoleón, le dijo « ¿Sabéis que las Santas Escrituras predicen que el fin del mundo llegará cuando los judíos sean reconocidos como pertenecientes a una nación constituida? ».
El Mariscal Kellerman, apoyado por Molé, moviliza la oposición antisemita, lo que le cuesta ser objeto de las amonestaciones del Emperador: « Hay que impedirse reprochar al conjunto de los judíos lo que no es el hecho más que de una minoría de ellos. »
Chateaubriand declara: «... medidas impuestas que, de efecto en efecto, harán caer las finanzas del mundo en los quioscos de los judíos, y acarrearán por doquier una subversión total. »
A causa de toda esta oposición y tal vez sobretodo a razón de su luna de miel con el zar Alejandro, después de Tilsitt, Napoleón acepta firmar, el 17 de marzo de 1808, un decreto restrictivo que limitaba las libertades acordadas a los judíos.
El 11 abril 1808, Napoleón recibía al Sr. Furtado y a Maurice Levy de Nancy, quienes querían expresar la emoción de sus correligionarios acerca del decreto restrictivo. Después de haberlos escuchado, el Emperador dio inmediatamente la orden de anular este decreto en 13 distritos del sur, del suroeste y de las Vosges. En junio, fueron Livorno y los bajos Pirineos los que gozaron de esta medida.
Así, al cabo de tres meses, más de la mitad de los distritos restablecieron la libertad total para todos sus ciudadanos judíos.
En 1811, las últimas restricciones fueron levantadas en Alsacia. A partir de esta fecha nada en las actividades civiles o políticas en Francia distinguió a los judíos de los no judíos.
Una anécdota muestra hasta qué punto Napoleón era sensible a la causa judía. Una vez mientras condecoraba a un joven soldado, David Bloom, éste le dijo: « Majestad, yo soy de alsaciano y no puedo aceptar una condecoración mientras mis parientes no sean completamente libres. » El Emperador decidió entonces abolir las últimas restricciones.
Los judíos pudieron seguir los cursos de las Universidades y escoger su profesión en todas las ramas de la sociedad.
El Almanaque Imperial de 1811 menciona que la religión judía es una de las tres religiones oficiales de Francia. Las decisiones de Napoleón para libertar a los judíos se extendieron a todos los países bajo su autoridad. El Código Civil aseguró la libertad, igualdad, fraternidad para todos, cualesquiera que fuesen su religión o rango social.
En 1811, gracias a Napoleón, Portugal acordó a los judíos la total libertad y les permitió abrir sus sinagogas que estaban cerradas desde hacía más de 200 años.
En Alemania, en los Países Bajos y en Italia los judíos conocieron, por primera vez, la sensación de entrar en la vida moderna con la posibilidad de participar como hombres libres en la sociedad.
En las partes de España que no estaban bajo la autoridad de Francia, la inquisición proseguía sus torturas y sus perjuicios.
Después de Waterloo, la Santa Alianza reunida en Viena suprimió en toda Europa las leyes liberales de Napoleón. El retroceso más grave se produjo en los Estados del Papa. Era como si Pío VII hubiese querido vengarse sobre la población judía de las humillaciones que había sufrido en tiempos de Napoleón. Hizo restablecer los ghettos e impuso de nuevo la estrella amarilla.
En Francia y en Holanda, no fue hasta 1830 cuando los judíos recobraron la total libertad. Luego fue el caso en Suecia en 1834 y en Suiza en 1838. Es notable que en Inglaterra los judíos no fueron libertados hasta 1858. Lord Lionel Rothchild tuvo que ser elegido cinco veces antes de tener el derecho de tener un escaño en el Parlamento.
Es un hecho histórico que el final del reino de Napoleón conllevó un retroceso de la emancipación y hundió a los judíos en la desesperación. Hay que notar igualmente que las leyes de 1808 restablecidas en 1830, están todavía en vigor en Francia.
El encuentro del pueblo judío y de Napoleón marca un hito en la historia del judaísmo. En efecto, el Emperador es el primer jefe de Estado de los tiempos modernos en haberse interesado con lucidez y benevolencia en los problemas del pueblo judío y en haberle brindado soluciones satisfactorias y conformes a la ética universal de los derechos del hombre.
Napoleón hizo más que los demás jefes de Estado antes que él, para garantizar la seguridad y la libertad religiosa de los judíos en todas las naciones que controlaba. No tenía sin embargo sino bien pocas ventajas políticas que esperar de sus decisiones generosas, pues no había más de 40,000 judíos en esa época en Francia.
Los judíos de Francia y del Imperio reconocieron que sus beneficios eran la marca de un gran corazón y de su respeto por todas las etnias y religiones. Le estaban tan agradecidos, que compusieron la plegaria siguiente en su honor. Esta plegaria estaba comprendida en todos los misales de todas las sinagogas del Imperio. Como consecuencia, todos los fieles conocían esta plegaria que recitaban frecuentemente.
Conferencia leída durante el Congreso de la Sociedad Napoleónica Internacional en Alejandría, Italia, del 21 al 26 de junio de 1997.
Por el Dr. Ben Weider Presidente de la Sociedad Napoleónica Internacional
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