Jukat(Números 19:1-22:1)
La tragedia de la tragedia
La parashá Jukat está llena de muerte. Primero leemos sobre la Vaca Roja, cuyas cenizas eran necesarias para purificar a quien tenía contacto directo con un muerto. Luego leemos sobre la muerte de Miriam, la cual va seguida de cerca por la muerte de su hermano Aharón. Moshé no muere en esta parashá, pero su sentencia de muerte es uno de los temas que aparecen en ella.
Finalmente, la parashá culmina con la descripción de la guerra contra Sijón, la primera de las sangrientas guerras que peleó Israel en la conquista de la tierra. Inmediatamente antes de la descripción de esa guerra aparece mencionado el río que se volvió rojo por la sangre de los amalekitas, cuyo intento de emboscar al pueblo judío en un cañón del desierto fue milagrosamente frustrado.
Este repentino foco en el tema de la muerte no es coincidencia. En este preciso punto —en el principio de la parashá Jukat—, el libro de Números cambia de tema. Hasta ahora había estado relatando la historia de la generación del Éxodo, pero de aquí en adelante lo que queda del libro de Números y todo el libro de Deuteronomio relatan la historia de la siguiente generación, la generación que entró a Israel.
Todos los eventos históricos que son descritos tienen lugar en el año 40 de la estadía en el desierto.
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La ley de la Vaca Roja
El punto de transición es el pasaje que describe las leyes de la Vaca Roja; leyes que encajan con el tema de la muerte. Este punto de transición fue seleccionado porque la forma en que los judíos se enfrentarían a la muerte desde entonces sería marcadamente diferente.
La forma en que los judíos se enfrentarían a la muerte desde entonces sería marcadamente diferente.
Técnicamente, las leyes de la Vaca Roja, al igual que las leyes de pureza ritual, aplicaban a los miembros de la generación del Éxodo de la misma forma que han aplicado a todos los judíos en todos los períodos históricos. Es sólo el espíritu de esta ley el que ha afectado a las últimas generaciones de una forma totalmente diferente.
Por lo tanto, ningún judío ha tenido permitido ingresar al Tabernáculo sin purificarse antes con las cenizas de la Vaca Roja. Todos los miembros de la generación del Éxodo tuvieron presumiblemente contacto con algún muerto en algún punto de sus vidas antes del establecimiento del Tabernáculo, y por lo tanto, debieron ser purificados ritualmente antes de poder entrar al área del Tabernáculo.
Lo mismo aplica para nosotros. Cuando Dios decida restaurar el Templo, nosotros tendremos que ser purificados por medio de las cenizas de una Vaca Roja antes de poder ingresar por sus puertas.
Sabemos de seguro que las leyes de la Vaca Roja estaban en práctica muchos años antes de la inauguración del Tabernáculo. La razón de por qué el evento es mencionado aquí, fuera de lugar, es porque las leyes de la Vaca Roja son el marcador más apropiado para la transición de las generaciones, ya que tratan directamente con los efectos espirituales del encuentro con la muerte, y la muerte en la generación del desierto era una experiencia completamente diferente a la muerte como la conocemos hoy en día.
Dado que la generación del Éxodo sólo se enfrentaba con el fenómeno de la muerte prematura ante la clara asociación con el pecado, su sentido de tragedia era sumamente distinto que el nuestro. Ellos nunca tuvieron que sufrir la dolorosa conmoción de ver a la gente que los rodea morir aparentemente sin ninguna razón y de forma aleatoria. Cuando alguien moría antes de tiempo, ellos sabían exactamente por qué debía ser así.
Obviamente ellos también tenían que experimentar la muerte de amigos y familiares que habían llegado al final de sus vidas, pero incluso en esos casos su encuentro con la muerte era sumamente distinto del nuestro.
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Rompiendo las palas
El Midrash (Eijá Rabá, Introducción 33) nos relata la siguiente historia con respecto a los orígenes de la festividad que celebramos el día 15 del mes judío de Av, llamada el “día de romper las palas”.
Todos los miembros de la generación del desierto estaban bajo el edicto de tener que morir en el desierto. Esta generación consistía en todos quienes tenían entre 20 y 60 años en el éxodo.
Nadie moría antes de los 60 a menos que estuviera envuelto en alguno de los incidentes especiales que involucraban los pecados que son descritos en otras partes de la Torá como el pecado del becerro de oro o la revuelta de Koraj, etc. Todos los años en la víspera del 9 de Av, el aniversario de la promulgación del edicto, Moshé efectuaba un llamado: “Salgan y caven”. Quienes tenían 60 años se despedían de sus familias, tomaban sus palas, salían al campo, cavaban tumbas para sí mismos y se recostaban a dormir. Los 15.000 que estaban destinados a morir ese año [600.000 personas entre las edades de 20 y 60 muriendo por un período de 40 años equivale a 15.000 muertes cada año] simplemente no se levantaban.
Ellos también siguieron esta costumbre en el año 40, pero para su sorpresa nadie murió. Su reacción inmediata fue que de alguna forma debían haberse equivocado de día, por lo que fueron nuevamente la noche siguiente a dormir en las tumbas que habían cavado. Después de seis días, cuando vieron salir la luna llena en el día 15 del mes, estaban seguros que no había ningún error y se dieron cuenta que el edicto había caducado. Entonces establecieron ese día como una festividad.
Para la generación del desierto, los niños no morían en ataques terroristas.
Los niños no morían en la generación del desierto en accidentes sin sentido, los edificios nunca colapsaban sobre personas inocentes y nadie moría en ataques terroristas. A pesar de que también para ellos era doloroso atestiguar la muerte, su experiencia con ella difícilmente podría ser descrita como trágica.
Entonces, ¿por qué el mundo ha cambiado de forma tan drástica para nosotros? ¿Por qué nosotros debemos experimentar la muerte como una tragedia? ¿En qué somos tan diferentes a como eran ellos?
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Causa de las muertes inocentes
Rav Dessler en su elogio al Jazón Ish expresó un pensamiento que puede ser aplicado como una forma de entender el problema. Cuando un creyente en la Providencia Divina atestigua una tragedia en la cual pierden sus vidas víctimas inocentes, su reacción debería inspirarlo a seguir cierto camino lógico.
Paso 1: La gente que murió merecía una vida al menos tanto como yo merezco una, si es que no más. Yo creo que Dios maneja el mundo y que Él es justo. Por lo tanto, si ellos sufrieron una muerte tan trágica y prematura —y yo no soy mejor ni merezco más que ellos—, entonces yo también debería haber sufrido una suerte similar. Pero yo sé que no he cometido ningún crimen que merezca un castigo tan severo. La lógica dicta por lo tanto que ellos no murieron como castigo por sus pecados. Pero si esto es cierto, ¿dónde está entonces la justicia Divina?
Paso 2: Dado que las víctimas no perdieron sus vidas para expiar por sus pecados personales, y dado que Dios es justo, entonces ellos deben haber sufrido de forma justa y, por lo tanto, su muerte tiene que ser un indicativo de que hay algo que está seriamente mal en mi sociedad. Mi sociedad debe estar infectada con la enfermedad de la crueldad injustificada hacia algunos de sus miembros. Yo sé que los castigos de Dios son "medida por medida". En un mundo que es manejado por Dios, una sociedad que funciona como corresponde, está protegida del mal sin sentido. El mal sin sentido que ocurre en el mundo exterior es una clara indicación de que nosotros, el pueblo judío, nos estamos causando mal sin sentido los unos a los otros.
Paso 3: Resulta por lo tanto que Dios permitió que ocurriera esta tragedia para sacarnos de nuestra complacencia. Debemos, por lo tanto, reunirnos para una sesión de introspección e intentar identificar las áreas en las cuales estamos fallando en el cumplimiento de nuestras obligaciones con nuestro prójimo y en la observancia de nuestro deber con Dios.
Paso 4: Si hacemos esto, entonces la gente que falleció en la tragedia no habrá muerto en vano. Por el otro lado, si nos mantenemos en nuestro estado de letargo complaciente, habremos transformado sus muertes en tragedias sin sentido, y tendremos que cargar con la responsabilidad de la pérdida de vida humana.
Paso 5: Esto significa que no deberíamos enfocar toda nuestra atención en las causas naturales de la tragedia. Todo evento que ocurre en nuestro mundo, incluso uno que es ordenado Divinamente, tiene alguna causa natural. Nosotros no vivimos en un mundo de milagros. Cuando un edificio colapsa, obviamente había una falla estructural. Pero eso no significa que la falla estructural sea la verdadera causa de la muerte de las víctimas. Dios tiene una infinita cantidad de métodos a Su disposición, ninguno de ellos milagrosos, con los que se podría asegurar que los edificios frágiles colapsen sin dañar a nadie. Nunca podrá ser generada una prueba científica que determine que el edificio tenía que colapsar precisamente cuando colapsó. Incluso los ingenieros más brillantes no estarían sorprendidos si el suelo aguantara una noche más o si tan sólo se hiciera una grieta en lugar de colapsar por completo.
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¿Quién causó la tragedia?
Por lo tanto, enfocar nuestra atención solamente en los dueños, ingenieros y autoridades fiscalizadoras como si la culpa fuera sólo de ellos es la mayor forma de crueldad. Puede que ellos hayan causado el colapso. Pero fue Dios quien trajo la tragedia. (Ver Maimónides, Leyes de Ayuno, capítulo 1).
¿Cómo podemos continuar preocupándonos de nuestros propios asuntos como siempre, satisfechos de haber descubierto a los culpables y de haber resuelto el problema, esperando vivir pacíficamente como si nada hubiese ocurrido?
Expectativas como esas están al borde de la herejía. Porque si yo puedo vivir en paz, y si yo no soy mejor que la gente que falleció, entonces sus muertes ocurrieron sin ningún sentido. Por lo tanto yo estaría diciendo realmente que Dios es indiferente a lo que ocurre en el mundo y que a Él no le importa ni un poco que sufra el inocente. Yo me salvé de sufrir el mismo destino meramente por casualidad. Fue el azar el que puso a las victimas allí, en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un pensamiento como este debería ser rechazado como algo aborrecible tan pronto como entrase en la mente del verdadero creyente.
¿Cómo podría un verdadero creyente pensar siquiera que Dios permitió que una tragedia sin sentido afectara a Sus hijos?
El pensamiento de que Dios trabaja de formas misteriosas y que nosotros no podemos comprender cabalmente el funcionamiento de la Justicia Divina —pese a que no hay dudas de que es completamente cierta—, no es mucho mejor en este caso. ¿Cómo podría un verdadero creyente pensar siquiera que Dios permitió que una tragedia sin sentido afectara a Sus hijos —el pueblo judío— sin intentar darles un remesón? ¿Acaso Él estaba durmiendo?
Por lo tanto, mis expectativas de continuar viviendo de la misma manera sólo pueden ser vistas como una fantasía vacía. La única razón por la que no fallecí junto a las víctimas es porque Dios tuvo piedad de mí. Mejor debería despertar y hacer algo.
La crueldad a la que se refiere Maimónides (en Leyes de Ayuno, capítulo 1) es tan obvia como enorme. Si las tragedias realmente son advertencias, entonces cuando son ignoradas es obvio que se necesitan más advertencias. Aún más, si las pequeñas tragedias no son suficientes para despertarnos, entonces prácticamente estamos pidiendo tragedias más grandes.
Ignorar las advertencias Divinas causa un peligro aún más grande: el hecho de llegar a un punto en que ya no hay esperanza, punto en el cual Dios abandona Sus intentos de despertarnos de nuestro aletargamiento. Si alguna vez llegamos ese punto, Dios no lo quiera, entonces entraría en efecto otra política completamente distinta: la política de la destrucción.
Dios declaró que no está interesado en soportar una existencia sin sentido.Atardeció y amaneció, día sexto (Génesis 1:31). Rashi comenta respecto a este versículo: Dios estipuló: "Si Israel acepta la Torá en el sexto día de siván, entonces Yo estoy dispuesto a mantener el mundo. Pero si no, entonces no tiene ningún sentido seguir adelante".
Hay muy poca diferencia entre no aceptar y no cumplir. Una sociedad judía que no se preocupa del propósito de la vida y que enfoca la mayoría de su energía en maximizar su calidad de vida en este mundo —dejando las preocupaciones espirituales a un costado y abandonando a su prójimo en las manos de la misericordia de gobiernos a los que no les importan— es una sociedad judía que no está yendo a ningún lado. Una sociedad como esa estaría en peligro de enfrentar grandes tragedias que involucren aniquilaciones masivas. Es infinitamente preferible escuchar las advertencias de Dios y despertar.
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Impureza espiritual
El fenómeno de tumá, ‘impureza espiritual’, es una polución espiritual que siempre está relacionada con la pérdida de fuerza vital dondequiera que se encuentre. Es fácil ver cómo la muerte puede ser una poderosa fuente de polución espiritual, especialmente si interpretamos la muerte como un evento trágico que nos afecta de forma azarosa. Una visión de la muerte como esa nos lleva a separarnos de Dios y a quedar aislados espiritualmente, separados de Él.
Nosotros, los judíos de hoy en día, somos el remanente de nuestros ancestros, quienes estuvieron parados a los pies del monte Sinaí donde tuvieron un encuentro personal con Dios mismo. Es verdad que ese evento ocurrió hace mucho tiempo, pero ¿cómo es posible que hayamos perdido tanto de nuestra fe como pueblo desde entonces? ¿Qué puede haber causado la drástica erosión espiritual que ha puesto al pueblo judío en la bizarra situación en la cual la gran mayoría de ellos deben ser persuadidos incluso de la existencia misma de Dios? ¿Cómo comenzó esta erosión de la fe?
Está claro que en un comienzo, algunos judíos que creían completamente en Dios deben haber decidido rebelarse. De hecho, uno de los tres tipos de pecados se llama avón en hebreo, y hace referencia a una persona que conoce a Dios pero que de todas formas decide rebelarse contra Él.
Una persona que se rebela contra Dios cree que se está revelando contra la injusticia.
¿Pero acaso dicha rebelión no es un fenómeno sumamente extraño? Cuando una persona se rebela ante una autoridad humana, generalmente lo hace con alguna esperanza de tener éxito, ¡pero obviamente una rebelión exitosa contra Dios es inconcebible! La repuesta a esto es muy simple. Una persona que se rebela contra Dios cree que se está rebelando contra la injusticia. Esta persona ve las trágicas muertes de la gente inocente y piensa: "Yo no quiero servir a un Dios que es capaz de causar una crueldad tan injusta, ¡no importa cuánto me cueste mi rebelión! Si abandono mi sentido de justicia entonces de todas formas yo no valdría nada, ni como ser humano ni como sirviente Divino".
El fenómeno de la muerte trágica es el que causa generalmente que la gente se aleje de Dios. La muerte trágica es una muerte sin sentido. Y una muerte sin sentido se origina lógicamente en un "Dios injusto".
El rechazo a aceptar cualquier muerte como una muerte sin sentido es la clave para la eliminación de la tumá, la polución espiritual causada por el sentimiento de separación de un Dios justo, lo cual hace que la rebelión en Su contra sea visto como algo concebible.
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Contacto con la muerte
Un judío que entra en contacto con la muerte necesita que le recuerden cómo son las cosas en realidad antes de ingresar al suelo sagrado del Templo. La entrada al Templo implica contacto con la Presencia Divina. Un judío que anda por ahí con un sentimiento de tragedia no puede unirse a Dios de forma apropiada. En alguna parte de su subconsciente está dando vueltas la idea de un Dios injusto y de un mundo sin sentido.
La primera “separación” de un Dios justo que experimentó Israel después del encuentro en Sinaí fue causada por el pecado del Becerro de Oro. La Vaca Roja es un reminiscente de aquel incidente. Nuestros sabios dicen que sus leyes son una metáfora sobre una mujer cuya hija causó un gran desorden y ella tuvo que ir a limpiar todo (Tanjumá, Jukat 8).
Ser rociado con las cenizas de la "vaca roja" es un recuerdo de cómo son las cosas en realidad. La persona que experimenta esta ceremonia recuerda que toda muerte es un llamado de atención para que enderecemos nuestras vidas. Aceptar correctamente las tragedias es la única forma de liberar al mundo de las tragedias.
Concluyamos con este inspirador pensamiento de Maimónides (Leyes de Mikvaot, capítulo 11, 12):
Es claro que las leyes de tumá son edictos Divinos y no fenómenos producto del raciocinio humano... De todas formas, contienen un mensaje que sí le habla a nuestra mente. Tal como alguien que se sumerge en una mikve con la intención de purificarse se vuelve puro, a pesar de que no ha sufrido ningún cambio físico, alguien que enfoca su corazón en purificar su alma de las impurezas espirituales, las cuales son pensamientos de rebeldía y creencias perniciosas, tan pronto como decida firmemente en su corazón separarse de ellas y sumerja su alma en las aguas de la razón será inmediatamente purificado...
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