viernes, 30 de enero de 2009

La vuelta al mundo

Se le reprocha a Israel dar una respuesta desproporcionada a los ataques de Hamas. Es como que Israel debiera pedir disculpas por su superioridad técnica y militar. O como si la superioridad técnica y militar fuera un factor del azar y no la consecuencia de un tipo de organización social y política. En política no se puede ser ingenuo o torpe. La desproporción no proviene de la técnica sino de la cultura. Hay guerra porque todas las proporciones fueron avasalladas. La guerra, como tal, es la responsable de la desproporción. A partir de allí, hay ejércitos ganadores y ejércitos derrotados.

El ejército de Israel es un ejército profesional; según los entendidos, el quinto en el mundo en eficiencia técnica y en capacidad para movilizar recursos humanos. El ejército de Hamas es un ejército partisano, una guerrilla que se confunde con la población para librar sus batallas. Cada cual trata de aprovechar sus ventajas y disimular sus debilidades. De más está decir que no hay guerra en la que un ejército no se proponga aniquilar a su enemigo. En la guerra se mata y se muere y en el camino se sacrifican valores y mueren inocentes. Esto lo saben todos. Todos los que marchan a la guerra, se entiende.

Optar por la guerra es una decisión delicada, pero una vez que se tomó la decisión no queda otra alternativa que ir hasta las últimas consecuencias. Se puede discutir si es justo o no emprender el camino de las armas, pero una vez que se decidió eso no se puede dudar. En la guerra casi todo está permitido. Eso es lo terrible y lo inevitable. En la guerra se cometen errores, pero el más grave de todos es no tomarla en serio.

En Medio Oriente es inútil enredarse en una discusión sobre quién es el responsable bíblico del conflicto. Desplazar la política por la religión es uno de los errores más serios que se han cometido. La religión se ordena bajo los principios del absoluto; la política, sobre la práctica de lo posible. La religión manda, la política negocia. A nadie debe extrañarle que la religión así concebida se predisponga rápidamente a favor de la guerra, mientras que la política tiende a las soluciones razonables. Cuando la religión derrota a la política, empiezan a sonar los tambores de la guerra. Esta verdad deben saberla los árabes y no deben olvidarla los judíos.

Los judíos no son santos ni tiernas ovejitas. Tampoco tienen la obligación de serlo, porque cuando lo fueron, el precio que pagaron fue de seis millones de muertos. Su clase dirigente discute y a veces discute con dureza. No sólo discute su clase dirigente, también discute su sociedad. Israel tiene uno de los ejércitos más poderosos del mundo porque dispone de una de las economías y de uno de los centros de producción científica más poderosos del mundo. Estas conquistas son un producto del esfuerzo, de la cultura y de la lucidez. Es su virtud, no su culpa. En la guerra sus muertos no son tantos porque hay ciencia, tecnología, previsión, millones de dólares destinados a proteger la vida de su gente. También hay valores. Para los judíos, la vida vale. Esa es su debilidad, pero también su fortaleza.

Como sistema político, Israel debe atender a los reclamos de su sociedad, que dispone de libertades y de un buen nivel de vida, así como a los reclamos de la comunidad internacional, que le exige cumplir con los compromisos de un Estado jurídicamente constituido. Ninguno de esos “obstáculos” preocupan a Hamas. Allí no hay ni sociedad civil ni sociedad política. Hay un pueblo agobiado, humillado y sufrido. Tampoco hay Estado, salvo en un punto: la militarización de sus recursos. Para Hamas, el exclusivo atributo de la estatidad palestina, son las armas. Bajo estos principios, han disciplinado a la gente: el principio militar y el dogma religioso.

A la verdad de la política no se la puede conocer sólo por las declaraciones, pero a veces esas declaraciones algo dicen. No conozco ninguna declaración de Israel que diga que hay que aniquilar a los palestinos. En todo caso, lo que se propone es aniquilar a Hamas. Se dirá que Hamas promete destruir a Israel, pero que como no podrá hacerlo -me han dicho- no hay que tomarlo en serio. Yo no estaría tan seguro ni sería tan confiado. Ningún jefe de Estado más o menos responsable se quedaría tranquilo con enemigos ubicados a pocos kilómetros de sus ciudades, que todos los días se preparan para la guerra final. Por el contrario, creo que si Hamas dice que aspira a destruir a Israel, hay que creerle. Sobre todo cuando su declaración de fe va acompañada por un bombardeo sistemático sobre la población civil.

“Pero no mataron a tantos judíos”, dicen los europeos bien pensantes. Es verdad, mataron a algunos y no mataron a más no porque no quisieron, sino porque no pudieron. Y no pudieron porque hubo esfuerzos, inversiones y organización de Israel para proteger a su gente. ¿También por eso Israel debe rendir cuentas?

Los palestinos cuentan con el apoyo de los árabes, pero saben que no deben confiarse demasiado en esa solidaridad. Las masacres más grandes a su pueblo no las han hecho los judíos, las han perpetrado los propios árabes. Jordanos, sirios, kuwaitíes y libaneses se han jactado de asesinar palestinos a mansalva. El mítico Septiembre Negro recuerda la masacre de treinta mil palestinos por parte de los jordanos. La respuesta de los palestinos también fue significativa y permite conocer su lógica: secuestraron y asesinaron a los atletas judíos en Munich. Hussein los masacraba y ellos se vengaban ejecutando judíos indefensos. Lo que se dice una conducta coherente, de la que ningún palestino reniega y ningún judío olvida.

Se afirma que en la guerra la primera sacrificada es la verdad. Es cierto. Los combatientes se aferran a su verdad y no pueden permitirse el lujo de tener una mirada ecuménica sobre los hechos. Cada bando tiene su verdad y es la que trata de imponer. La verdad de Hamas es la causa palestina que hoy se confunde con la causa del Corán. Sus aliados son Irán y las organizaciones islámicas de todo el mundo, que han jurado luchar a muerte contra Israel.

También contra Occidente. Israel es la playa de los yanquis en Medio Oriente, dicen los integristas musulmanes. No es así exactamente. Israel es en Medio Oriente la frontera de la modernidad. El límite a la expansión fundamentalista. “Después de Israel, el Andalus” decía el jeque Yassin. Es por eso y no por otra cosa que Medio Oriente es tan importante en el mundo y que 900 muertos allí impactan más en la opinión pública que un millón de muertos en Sudán o en Ruanda.
La vuelta al mundo

Medio Oriente, dilemas de la guerra

Rogelio Alaniz

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