jueves, 16 de enero de 2014

¿Jesús de Palestina?

Fuente: El Med.io por Clifford D. May 3/1/14 A los miembros de la American Studies Association (ASA) les preocupa hondamente la verdad histórica, por lo que protestaron enérgicamente cuando, en Navidad, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás denominó a Jesús “un mensajero palestino”. En realidad, no lo hicieron. ¿Por qué no? Puede que los 5.000 miembros de la ASA, una antigua, e incluso venerable organización académica, estén tan ocupados boicoteando las instituciones educativas israelíes que no tengan tiempo para protestar por las falsificaciones propagandísticas de la historia; en este caso, por la negación del pasado judío en Oriente Medio como forma no demasiado sutil de amenazar el futuro del judaísmo en la región. Al igual que la guerra es algo demasiado importante como para dejárselo a los generales, la erudición es demasiado importante como para dejársela a los profesores; al menos, a la numerosa cohorte que pone el postureo moral y el activismo político de moda por delante de cuestiones tan mundanas como la investigación, el estudio y la enseñanza. Así que repasemos rápidamente los antecedentes históricos, con los que puede que no estén familiarizados los miembros de la ASA, y los cuales podemos asumir que Abás distorsiona por enemistad, más que por ignorancia. En el año 130 d.C., aproximadamente un siglo después de la crucifixión de Jesús, se produjo una rebelión judía contra el imperialismo romano. No tuvo éxito. En su magistral obra Jerusalén: la biografía, Simon Sebag Montefiore escribe que miles de judíos murieron en batallas contra las fuerzas romanas y que “tantos judíos fueron convertidos en esclavos que en el mercado de esclavos de Hebrón se vendían más baratos que un caballo”. El emperador romano Adriano no estaba satisfecho. Decidió “borrar a Judea del mapa, cambiándole el nombre deliberadamente por el de Palaestina, en honor de los ancestrales enemigos de los judíos, los palestinos”. ¿Y quiénes eran los palestinos? Eran “pueblos del mar, originarios del Egeo”, que navegaron hacia el Mediterráneo oriental, donde “conquistaron las costas de Canaan”. En otras palabras: Jesús nació un siglo antes de que la región fuera rebautizada como Palestina. Eso hace que llamarle palestino sea como decir que un algonquino del siglo XV es natural de Nueva Inglaterra. Y Jesús, ciertamente, no era un palestino. Según todas las evidencias, era un judío nacido en una comunidad judía ya antigua. Hasta el siglo VII no llegaron guerreros procedentes de la Península Arábiga, adeptos de una nueva religión conocida como islam, que conquistaron Palestina y otras muchos territorios, creando un imperio tan grande como lo fue, en su cénit, el de Roma. En los siglos sucesivos, unos conquistadores extranjeros tras otros (omeyas, abásidas, fatimitas, cruzados, mamelucos, entre otros) gobernaron Palestina. El territorio nunca fue un país independiente. Ni siquiera se convirtió en provincia aislada durante los siglos de dominio otomano, que concluyeron con el colapso de ese imperio/califato tras la Primera Guerra Mundial. En 1922, la Sociedad de Naciones confirmó el Mandato para Palestina, autorizando a Gran Bretaña a gobernar los territorios que, posteriormente, se conocerían como Jordania, Israel, Gaza y la Margen Occidental. Después de eso, durante años el término palestino se empleó más frecuentemente para referirse a los judíos de la región que a los árabes. Por ejemplo, el Palestine Post fue fundado en 1932 por un antiguo editor de la Agencia Telegráfica Judía (el periódico se convirtió en 1950 en el Jerusalem Post). Músicos judíos organizaron la Orquesta Sinfónica de Palestina en 1936 (el nombre se cambió doce años más tarde por el de Orquesta Filarmónica Israelí). Durante la Segunda Guerra Mundial, el Regimiento Palestino del Ejército Británico contó con batallones tanto judíos como árabes (más de los primeros que de los últimos). Y, lo que quizá es más significativo, la resolución 181 de Naciones Unidas hacía referencia a la creación de un “Estado judío” y de un “Estado árabe”, y esperaba que hubiera paz y relaciones amistosas “entre ambos pueblos palestinos”. No fue hasta los años 60 del siglo pasado, con el auge de Yaser Arafat y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que el término palestino comenzara a excluir a los judíos palestinos. Muchos de quienes lo emplean excluyen también a los árabes palestinos con ciudadanía israelí, aproximadamente un 20% de la actual población de Israel. Comparativamente, ¿qué porcentaje supondrá la minoría judía en el Estado palestino que contempla Abás? Cero; los judíos no serán tolerados. El presidente de la AP lo ha dejado muy claro. Y Hamás, que gobierna Gaza, alberga unas intenciones hacia los judíos que no se cabe describir más que como genocidas. La ASA no ha criticado nada de esto. Tampoco les inquieta el hecho de que la población cristiana de la Margen Occidental y de Gaza se esté desplomando. De hecho, los cristianos son perseguidos y víctimas de limpieza en buena parte del mundo islámico. Mientras, como fuerte contraste, la comunidad cristiana de Israel sigue creciendo y fortaleciéndose. En este contexto ha estado negociado Abás con Israel; y, al parecer, lo ha hecho sólo porque el presidente Obama y el secretario de Estado Kerry insistieron, y a cambio de beneficios tangibles (por ejemplo, la liberación de numerosos terroristas presos en Israel). Para ser justos, Abás debe de preguntarse cómo alguien puede esperar seriamente que haga las paces con Israel en este momento. Sabe que Irán pretende alcanzar capacidad armamentística nuclear. Casi con certeza, duda de la determinación de Obama por impedirlo. Entiende que, si se levantan las sanciones y la República Islámica puede volver a vender petróleo a los precios del mercado mundial, su economía, probablemente, experimente un boom. Los gobernantes iraníes se valdrán entonces de sus nuevas armas y de su riqueza para establecer la hegemonía sobre la región. Y no mirarían con buenos ojos a cualquier líder musulmán que, recientemente, hubiera estrechado una mano israelí. En cambio, encontrarían puntos en común con un dirigente palestino que hubiera tratado de borrar a Israel de la historia. Eso concordaría con su objetivo, más ambicioso: seguir el ejemplo de Adriano y borrar del mapa a Israel. Permítanme que concluya con una nota más optimista: hace pocos días, la Asociación de Universidades Americanas, una organización que engloba a 62 grandes universidades y redes universitarias, y la Asociación de Profesores Universitarios Americanos han rechazado el boicot de la ASA, como también han hecho Harvard, Yale, Princeton, la Universidad de Pensilvania y la Universidad de Chicago; una lista creciente de las escuelas más prestigiosas de Norteamérica. Sugerencia para los filántropos que estén considerando hacer donaciones a instituciones educativas en Año Nuevo: quienes no estén en esa lista no deberían estar en la suya.