Envían cabezas de cerdos a instituciones judías
En representación de su animal simbólico, y sin duda con el ánimo de ofender a los judíos, un grupúsculo italiano nostálgico de Mussolini y Hitler ha enviado unas cabezas porcinas a la sinagoga mayor de Roma y a la comunidad cristiana de San Egidio, ocupada en estos momentos en ofrecer al público una exposición sobre judaísmo. Curioso animal el cerdo, por lo demás muy sabroso: es casi el único de los mamíferos domésticos que además adorar su propia mierda sería capaz de comerse a sus propias crías si el hambre lo apremiara. Moisés, heredero de los faraones, que tampoco lo comían, dictó en sus leyes dietéticas la prohibición de criar y manducar animales tan impuros.
Comerlo o no comerlo no es el problema, ya que sobre gustos no hay nada escrito. El problema es ofender a otro, insultar desde lo anónimo-un gesto de gran cobardía-, cerdo mediante, precisamente a pocos días de celebrarse el día del Holocausto en Europa, cuyo sentido, suponemos, es el recuerdo y la compasión por todas las víctimas de la barbarie nazi y fascista que asoló el continente dejando una imborrable huella de dolor y espanto en todos los países por donde pasó la plaga.
Que los nostálgicos del mal sigan insistiendo en el tema sorprende, así como sorprende que en Rusia y en Hungría haya un movimiento neonazi que parece haber olvidado todo el sufrimiento que ese pensamiento y sus servidores causaron en sus propios países. Como escribió con justicia León Poliakov el antisemitismo fue y en cierto modo sigue siendo, potencialmente, el suicidio de Europa, así como el cerdo, al devorar sus crías, atenta-cuando eso ocurre-contra su propia posteridad. En Italia, antes de las leyes raciales impuestas por Mussolini, hubo mariscales y hasta almirantes judíos. Por haber hasta hubo judíos que simpatizaron con Mussolini. Es una desgracia que el bien sea finito y el mal infinito, una auténtica desgracia que sea tan difícil combatir el virus judeófobo. Ya puede este Papa hablar a favor de los judíos, promover un serio entendimiento con ellos, cosa que-oficialmente al menos- la Iglesia hace o intenta hacer desde Juan XXIII. Siempre existirán los representantes del odio, los resentidos y envidiosos que niegan el Holocausto y creen que la Shoa es un invento judío.
Muy viejo y triste, ese odio fue el que llevó a los españoles a llamar, con ironía, marranos, es decir cerdos a los judíos. Una gente que, lo sabemos, adora el jamón.
Pero la culpa no es del cerdo sino, en todo caso, de sus adoradores irredentos, de quienes lo aman más que a su prójimo, más que a sus propios hijos, al punto tal que obsequian su cabeza a sus imaginarios enemigos. Si el mal fuera finito hace tiempo que hubiésemos acabado con él. El caso es que crece con el descontento, la desidia, la estupidez de los políticos que son incapaces de extirpar, educación mediante, sus lacras presentes y futuras. Sería erróneo considerarlo un problema de segunda, pues maltratar a los judíos, está demostrado, es un mal negocio. Una necedad que hace retroceder décadas cuando no siglos a los países que implementan ese maltrato, como demuestra a las claras el caso de España.