Junto a la satisfacción por la reparación de los errores de la Segunda Guerra del Líbano, conviene prestar atención a la voz que dice que los logros del Ejército de Israel frente al Hamas no evidencian fehacientemente que Israel tenía razón en salir a un operativo tan gigantesco como este. Y por supuesto tampoco justifican la forma en que actuó. Esos logros sólo prueban simplemente que Israel es mucho más fuerte que el Hamas y que en determinadas circunstancias puede ser muy dura y muy cruel, a su modo.
Cuando el operativo se termine completamente y después de que las dimensiones de la muerte y la destrucción queden a la vista y hasta quizás, por un momento, se impongan por sobre los sofisticados mecanismos de represión y justificación que actúan en estos momentos en Israel, tal vez se grabe alguna lección en la conciencia israelí. Quizás finalmente entendamos que algo profundo y básico en nuestro comportamiento aquí en la zona, desde hace largo tiempo, es equivocado, inmoral, insensato y esencialmente, es lo que inflama una y otra vez el fuego que nos consume.
Por supuesto, no hay que eximir a los palestinos de la responsabilidad que tienen sobre sus propios errores y delitos. De otra manera, estaríamos comportándonos con desprecio y soberbia hacia ellos, como si no fueran adultos con ideas propias que cargan con la responsabilidad sobre sus actos y fracasos. Si bien los habitantes de Gaza "fueron ahogados" por Israel desde muchos puntos de vista, también tenían otros modos de protesta, diálogo y manifestación de su dura situación además de lanzar miles de misiles hacia la población inocente de Israel. Está prohibido olvidarse de esto. Está prohibido eximirlos indulgentemente, como si el asunto fuera obvio, que cuando ellos están en situación de opresión, el camino casi automático que tienen para reaccionar es la vía violenta.
Pero aunque los palestinos actúen con una violencia indiscriminada -como los atentados suicidas y los disparos de misiles- Israel, que es mucho más fuerte que ellos, tiene aún una gran influencia sobre las dimensiones de la violencia de todo el conflicto, y por ende, también sobre sus procesos de apaciguamiento y resolución. El último operativo no demostró que alguien de la conducción entienda verdaderamente, a conciencia, este componente crítico del conflicto.
Llegarán días en los que desearemos curar las heridas que estamos creando hoy. ¿Cómo llegarán esos días si no comprendemos que nuestra fuerza militar no puede ser la herramienta esencial que nos permita abrirnos camino aquí, frente a los pueblos árabes y con ellos? ¿Cómo llegarán esos días si no internalizamos el sentido de responsabilidad que nos imponen los lazos y relaciones ramificadas y decisivas - en el pasado y en el futuro - que nos unen a los palestinos en Cisjordania, la Franja de Gaza y la Galilea?
Cuando se dispersen las nubes de humo colorido que emanan de las declaraciones de los políticos acerca de una victoria aplastante y decisiva, cuando comprobemos cuáles han sido los verdaderos logros de este operativo y cuál es la brecha entre estos y lo que realmente necesitamos para vivir aquí una vida normal, cuando aceptemos reconocer que un país entero se autohipnotizó, porque necesitaba imperiosamente creer que Gaza curaría la enfermedad del Líbano, quizás pediremos que nos rindan cuentas a los que una y otra vez inflaman la soberbia y la altivez entre el público israelí. A aquellos que nos enseñaron durante años a mofarnos de la fe en la paz y de toda esperanza de cualquier tipo de cambio en nuestras relaciones con los árabes. A aquellos que nos convencieron que los árabes solamente entienden la fuerza y por eso hay que hablar con ellos únicamente ese idioma. Y como tanto hablamos con ellos ese idioma, únicamente ese, nos olvidamos que también hay otras lenguas que se pueden utilizar entre los seres humanos, aunque sean enemigos, aunque sean amargos enemigos como el Hamas, lenguas que son nuestras lenguas maternas -las de los israelíes- no menos que las lenguas del avión y el tanque.
Hay que hablar con los palestinos. Esta debe ser la conclusión esencial de la última ronda de sangre. Hablar con quienes no reconocen nuestro derecho a vivir acá. En vez de ignorar al Hamas, es el momento de aprovechar la nueva realidad que se creó y entablar un diálogo inmediatamente, para permitir un acuerdo con todo el pueblo palestino. Hablar, para comprender que la realidad no es solamente el relato hermético que nosotros, y también los palestinos, nos relatamos hace generaciones, el relato en el que estamos apresados y que está formado en buena parte por fantasías, anhelos y pesadillas. Hablar, para generar dentro de la realidad opaca y sorda la misma posibilidad de hablar, esa alternativa, hoy despreciada y desgraciada, que en el ojo de la tormenta bélica casi no tiene lugar, esperanza, ni creyentes.
Hablar, como una estrategia meditada, promover la conversación, encapricharse con ella, hablar golpeando la cabeza contra la pared, hablar aunque el diálogo parezca desde el principio carente de posibilidad. A largo plazo, esta obstinación aportará a nuestra seguridad mucho más que cientos de aviones que lanzan bombas sobre la ciudad y sus habitantes. Hablar desde la comprensión - nacida ante la visión de las últimas imágenes horrorosas - que la destrucción que podemos causarnos uno al otro, cada pueblo a su modo, es tan grande y perversa, tan falta de finalidad, que si nos rendimos ante ella y su lógica, nos exterminará a todos.
Hablar, porque lo que sucedió en las últimas semanas en la Franja de Gaza, nos pone delante de nosotros -Israel- un espejo que refleja nuestros rostros y si los observáramos por un momento desde afuera, si los viéramos en otro pueblo, nos asustaríamos. Entenderíamos que la victoria no es una victoria tangible, y que la guerra en Gaza no nos trajo cura donde necesitamos desesperadamente una medicina, sino que solamente puso al descubierto nuestro trágico y continuo error de orientación, y la profundidad de la trampa en la que estamos atrapados.
*Fuente: Diario Haaretz, 20/01/2009
por: David Grossman
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