martes, 11 de agosto de 2009

Nablús revive al aliviar Israel los controles de entrada al centro urbano‏


Tres niños de unos nueve años observan estupefactos a un payaso que intenta hacerles reír en la plaza del Redondel (Al Duwar), también conocida como plaza del Reloj, de Nablús. Nunca habían visto algo así ya que, desde que nacieron en el 2000, los únicos enmascarados que rondaban por esta ciudad del norte de Cisjordania eran los ninja de los grupos armados palestinos.
En las calles vecinas de la plaza hay que hacer cola si se quiere comprar algo. Es fácil distinguir entre la población local y los miles de palestinos de nacionalidad israelí que visitan la ciudad desde el 1 de julio. Estos últimos se pasean por el centro de Nablús y por la alcazaba, en la ciudad vieja, con numerosas bolsas de plástico con las compras y los recuerdos de una ciudad palestina que, hasta hace poco, era considerada la capital de la intifada.
El 1 de julio, el ejército israelí recibió órdenes de su Gobierno de levantar parte de los puestos de control que velaban por la seguridad de la población israelí, pero asfixiaban la economía local. Y es que, desde del inicio de la segunda intifada, en el 2000, Nablús fue la ciudad palestina que envió a Israel el mayor número de suicidas, muchos de ellos adolescentes de 15 años.
Por primera vez en nueve años, los palestinos de nacionalidad israelí (un 20% de la población de Israel) recibieron permiso para entrar en Cisjordania e invadieron el centro comercial de Nablús. "Aquí compro tres camisetas por 10 sheqel y en Nazaret, la ciudad en la que vivo [que está en Israel] me cuesta diez veces más", explica Mariam, que, en un brazo lleva a su bebé y, en el otro, cuatro bolsas llenas de ropa. Mariam y su familia se hospedan en el hotel Al Yasmina, en el que no hay ni una habitación libre.
El recepcionista, que no tienen ni un minuto que perder, se limita a decir que, en los últimos nueve años, los hoteles locales estuvieron prácticamente cerrados y que "este verano es la locura". En una de las tiendas, una chica de 18 años, con vaqueros ceñidos, se prueba un par de sandalias de tacón. La chica se examina en el espejo, bajo la mirada atenta de su madre.
Todo tiene que ser perfecto, ya que se prepara para la fiesta de final de bachillerato. A su lado, hay una montaña de pares de sandalias descartados. La madre se cubre con un velo tradicional, pero parece su hermana mayor. Al final, las dos se inclinan por unas sandalias grises, que cuestan 110 sheqel (20 euros), una fortuna para el nivel de vida local.
Las dos salen con una sonrisa de satisfacción. Se trata de una situación que sería banal en cualquier lugar del mundo, pero que, aquí, refleja el cambio espectacular que se vive en la ciudad. "Hasta hace poco, no había nadie que pagara más de cien sheqel sin pestañear. Las ventas han aumentado un 90%. En lo que a mí concierne, la intifada se acabó", opina el dueño de la zapatería, Husam.
En la plaza central, se celebra un festival con cantantes, grupos de baile y números de circo para los niños. Como para recordar que no se trata de un milagro y que la tranquilidad no es total, el escenario fue quemado por la noche por un desconocido. En la calle nadie tiene dudas de que se trata de una protesta de islamistas de Hamas, que están siendo perseguidos, o al menos controlados, por las fuerzas de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina.
Pero eso sólo se dice entre dientes. En los locales de la alcazaba, entre el humo de las narguiles (pipas de agua) y de un café no apto para cardiacos, los presentes argumentan que "seguramente fue la acción de algún loco"; nadie pronuncia la palabra Hamas, aunque todos piensan en ella.
La metamorfosis de Nablús se nota ya en la entrada de la ciudad, en el puesto de control de Hawara. Las terribles colas han desaparecido y el checkpoint está casi vacío. "Parece surrealista. Antes esperábamos dos horas y ahora tardamos sólo unos minutos", afirma Lui Saadi, portavoz del ministerio de Coordinación palestino. Y añade: "La sensación de ahogo de los últimos nueve años ha desaparecido. La gente puede trasladarse con su propio coche.
Aun así, hay que recordar que la notable mejoría económica no reemplaza nuestros deseos políticos de soberanía". En la calle, Dina, de 20 años, se reúne con sus amigas para ir al Cinema City, la ciudad del cine, construida en el nuevo centro comercial de Nablús. En el vehículo se ponen el cinturón de seguridad, algo inusual en los territorios ocupados.
"Por primera vez la policía multa", explica Dina. El Cinema City fue abierto por Maruan Al Masri, hombre de negocios local, que entendió la necesidad de crear lugares de diversión. Por ello, invirtió 2 millones de dólares en el cine y cobra 25 sheqels (4 euros) por entrada. Su principal beneficio proviene de la cafetería, donde un paquete de palomitas de maíz cuesta 1 euro.
El director del cine, Bashir Shakea, está seguro de que el dueño recuperará la inversión en poco tiempo. "Antes había tres cines, pero todos cerraron durante la intifada. La gente busca diversión, y esto es lo mejor". Por ahora sólo hay películas egipcias, ya que las no árabes son más caras. En las calles, hay más chicas vestidas de payaso que, cuando se oye una música de hip-hop, empiezan a bailar con un grupo de niños.
Todos nacieron después del 2000 y, para ellos, la nueva atmósfera es como volver a nacer. Nadie sabe si se trata realmente del principio de una nueva era o sólo de un paréntesis entre guerra y guerra.

Fuente: La Vanguardia-España

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