miércoles, 5 de mayo de 2010

Las delicias del velo‏


Pilar Rahola

24/04/2010
A estas alturas ya deberíamos saber dos cosas: una, que el buenismo de la multiculturalidad no se aguanta por ningún lado, y que ha sido la fuente de graves errores que ahora pagan las sociedades que se abonaron ingenuamente a tan heroico concepto; y dos, que el tema del velo no es una simple cuestión personal, sino la puerta de entrada de un auténtico reto a los valores occidentales. Y por valores occidentales, me refiero a los que conforman la civilización moderna. Por supuesto, pueden existir anécdotas de tipo personal, pero la categoría de la cuestión es un problema de grandes dimensiones. No estamos, pues, ante un caso aislado y tierno de una jovencita que quiere vestir como le da la gana, y de unos desalmados tipos que se lo impiden, sino ante la punta del iceberg de un conflicto de enormes proporciones. Pongamos, por tanto, las cosas en su sitio, especialmente después de escuchar tantos discursos voluntaristas a favor del velo en las escuelas, generalmente derivados de una concepción paternalista del progresismo.

Primera pregunta: ¿estamos ante el libre albedrío, ante una cuestión estrictamente personal, cuya característica arraiga en los gustos y en las creencias individuales? Para nada. De entrada, porque, como aseguran todos los expertos, el velo no es una imposición coránica, sino la lectura restrictiva de una mirada misógina de la sociedad. En términos religiosos, no se aguanta más allá del fanatismo intolerante. Y respecto a la libertad individual, esta se convierte en una broma macabra cuando los datos demoledores se ponen sobre la mesa: socialización obsesiva de la mujer como objeto de dominio en la absoluta mayoría de los países musulmanes; imposición violenta del velo, en sus acepciones más extremistas, y bajo pena de muerte, en los países donde se aplica la charia; obsesión macabra con el dominio de la mujer por parte del fundamentalismo islámico, que perpetra todo tipo de atropellos contra ellas, incluyendo el adoctrinamiento de niñas, la segregación esclavista y la lapidación.
Pensar que todo esto que interactúa en el mundo islámico con una fuerza extraordinaria no afecta a las comunidades musulmanas en nuestro país, especialmente a sus mujeres, no es ser ingenuo. Es ser, directamente, muy tonto. Detrás de una chica con velo existe una cultura que socializa el concepto de dominio, que la señala para recordarle su rol social, que la estigmatiza en su condición femenina. Si añadimos, además, la ideología fundamentalista que late en las esquinas de nuestras sociedades, retando permanentemente las reglas de juego occidentales, con especial interés en la cuestión de la igualdad femenina, tenemos la dimensión del lío. No hay opción. O nos defendemos legal y democráticamente de esta cultura de dominio, o abrirán un boquete muy serio en la frágil y delicada libertad que hemos conseguido.

Fuente: La Vanguardia- España

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