En el mundo occidental, Israel ha perdido en buena medida la batalla propagandística contra los árabes. Más del 40% de los europeos creen en la teoría conspiratoria de que Israel pretende exterminar a los palestinos. En realidad, la población palestina ha aumentado enormemente. De forma absurda, a menudo se presenta al conflicto palestino-israelí como la mayor amenaza a la paz mundial.
La criminalidad palestina, si bien es similar a la de otros países musulmanes, es ignorada o disimulada por muchos medios, políticos, etc. En todas partes, dentro y fuera del mundo musulmán, están siendo masacradas muchísimas personas, algunas de ellas a manos de Gobiernos. Sin embargo, la Administración estadounidense y la Unión Europea a menudo callan al respecto. Pero, en cambio, lanzan regularmente condenas contra Israel por construir viviendas fuera de la Línea Verde, como si ello pusiera al mundo en peligro. Es un éxito más de la propaganda árabe.
Según la Liga Antidifamación, el número mundial de antisemitas supera los mil millones de personas. La propaganda inductora al odio antiisraelí y antisemita procedente de buena parte del mundo musulmán no conoce límites, lo que resulta enormemente peligroso. Israel es un país pequeño con muchos enemigos. Su supervivencia depende de que sea más inteligente que ellos.
La cuestión, por tanto, es por qué la propaganda israelí no está logrando sus objetivos. La respuesta estratégica es simple. Israel está combatiendo en una guerra total que tiene diversas facetas. Una de ellas es la militar. Para ese fin posee un instrumento muy eficaz: las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que controlan todo el campo de batalla y desarrollan métodos innovadores para hacer frente a futuras amenazas.
Una segunda faceta de esa guerra es la inteligencia. Para ello, Israel cuenta con tres competentes agencias: la internacional (el Mosad), el servicio de seguridad doméstico (Shabak) y la inteligencia militar (Aman). La guerra cibernética y la defensa frente a la misma se ha convertido en un nuevo campo de batalla, en el que Israel está invirtiendo enormemente para convertirse en un líder mundial en ese área.
Sin embargo, para combatir al cuarto elemento de esa guerra total no se cuenta, sorprendentemente, con ningún instrumento eficaz. No hay ninguna organización gubernamental o no gubernamental que supervise el campo de la propaganda. Algunas instituciones del Gobierno israelí, ONG privadas y otros agentes participan en la batalla antipropagandística, pero hay poca coordinación entre ellos. Algunos aspectos de la propaganda antiisraelí apenas son atendidos.
En las últimas décadas, el papel de los diplomáticos ha aumentado para incluir la diplomacia pública (hasbará en hebreo). Se espera de ellos no sólo que mantengan contactos con el Gobierno de los países en los que se encuentran destacados, sino que, además, se comuniquen con el público local y traten de influirle para que vea a Israel de forma positiva. Para tal fin se han desarrollado una serie de instrumentos. A menudo se oye decir que Israel debería ser más eficaz en su diplomacia pública. Es cierto, pues en el extranjero hay mucha gente que no tiene una actitud hostil y estructurada respecto a Israel, sino que, simplemente, está desinformada.
No obstante, combatir en la guerra de la propaganda es una cuestión muy distinta: ahí no se trata de los desinformados, sino que se lucha contra los enemigos. Las hostilidades contra Israel proceden tanto de Gobiernos como de otras fuentes en países musulmanes, de los musulmanes de países occidentales, políticos de diversas nacionalidades, ONG, académicos, sindicatos, líderes religiosos (sobre todo de denominaciones progresistas), diversos partidos socialistas occidentales, extrema izquierda, extrema derecha, etc. Las redes sociales son un nivel más de propaganda difusora del odio.
Los diplomáticos son muy ineficaces en una guerra de propaganda. Por decirlo claramente: los han entrenado bien para que, si les escupen a la cara, digan que está lloviendo.
La única forma de combatir en la guerra de la propaganda es establecer un organismo central, como los existentes en los ámbitos militar, de inteligencia y de guerra cibernética: una agencia que controle todo el campo de batalla.
¿Qué es lo que haría semejante agencia centralizada israelí contra la propaganda? Permítanme esbozar algunos aspectos básicos. Tendría que centrarse en tres tareas fundamentales:investigación, monitorización y operaciones.
La rama de investigación cubriría una serie de áreas. Tendría que estudiar, de forma detallada,cómo funciona toda la guerra de propaganda antiisraelí. Ello incluiría el análisis de los motivos fundamentales de demonización; el origen de los principales ataques; la investigación de las principales categorías de autores y las interacciones entre las mismas; cómo se transmite el odio, etc.
Para que Israel pudiera poner al descubierto y combatir a sus múltiples enemigos en la guerra propagandística tendría que saber, de forma organizada, mucho más de ellos de lo que sabe actualmente. El sistema de difamación y de odio a Israel está lejos de haber sido explorado en su totalidad. Desarrollar una comprensión tanto de la incitación antiisraelí estructurada como de la no estructurada debería ser un proyecto ya en marcha. También debería crearse una base de datos con toda la información recopilada.
La segunda función de la agencia antipropaganda sería monitorizar los acontecimientos actuales. Ello sería llevado a cabo por especialistas de diversas formas. Algunos de ellos seguirían los acontecimientos en países concretos. Otros se especializarían en categorías específicas de propagandistas, como Gobiernos musulmanes, musulmanes del mundo occidental, políticos, académicos… Un tercer grupo de monitorización realizaría el seguimiento de tipos concretos de incitación antiisraelí, como boicots, desinversión, sanciones, falsas acusaciones, empleo de dobles raseros, falsa equivalencia moral, empleo de chivos expiatorios, y otras falacias.
La rama operativa de la nueva estructura tendría que desarrollar métodos cada vez más efectivos con los que luchar contra la propaganda antiisraelí y contra el antisemitismo. Debería evaluar qué actividades asumiría y cuáles dejaría en manos de otros: servicios de la Administración, organizaciones no gubernamentales en Israel y en el extranjero o, incluso, determinados individuos.
El éxito de una agencia central israelí contra la propaganda dependería tanto de la cualificación de su personal como de la disposición de financiación procedente del Gobierno. Unos cálculos aproximados estiman que los fondos necesarios oscilarían entre los 200 y 250 millones de dólares al año. Si Israel hubiera comenzado a combatir de forma eficiente a la propaganda difusora del odio en los años 80, habría podido evitar buena parte del daño causado desde entonces.
Demostrar que la lucha contra la propaganda exige de la creación de un organismo central israelí que controle todo el campo de batalla resulta sencillo. En cambio, su establecimiento depende de la voluntad política del Gobierno para crear (con décadas de retraso) esa agencia tan necesaria y para dotarla de los fondos precisos
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