jueves, 24 de febrero de 2011

EL GRAN MITO DEL ESTADO PALESTINO

Por Emanuele Ottolenghi
22/2/11

Desde el 11 de septiembre de 2001, los neoconservadores norteamericanos han argumentado enérgicamente que la combinación de estancamiento económico, rápido crecimiento demográfico, falta de movilidad social hacia arriba, y represión política en la mayoría de los países arabes estaba creando terreno para el radicalismo islámico. Su "agenda de libertad"-que George W. Bush abrazó durante su primer mandato, pero abandonó en gran medida a partir de 2006-rechazaba la creencia convencional que la furia árabe que derribó las Torres Gemelas era un hijo de la ocupación israelí, que la ola islamista radical inundando el mundo musulman se alimentaba con la humillación de los palestinos, y que el radicalismo creciente infectando a las comunidades de inmigrantes musulmanes en Occidente fue hecho en Israel.
Esta narrativa formó la opinión aceptada hasta ahora que las únicas alternativas a la represión en el Medio Oriente eran guerra civil y estados fallidos, o el surgimiento de teocracias islámicas. Que el statu quo era injusto, que los regímenes eran corruptos, y que sus gobernantes eran crueles, eran hechos desagradables pero necesarios de la vida.
Los regímenes desagradables del mundo árabe, no obstante ayudarían a la partera Occidente en la solución para los males de la región: un estado palestino que, restaurando la justicia y dignidad palestinas, milagrosamente neutralizaría al extremismo.
Así que cuando la jefe de relaciones exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton, habló en El Cairo el año pasado, sólo mencionó la libertad una vez-libertad palestina de Israel. Esto, a pesar que los regímenes recibiendola en la sede de la Liga Árabe estaban ocupados silenciando y torturando a su propia ciudadanía.
Europa siempre ha tenido una amplia gama de herramientas políticas y poder económico para presionar a sus aliados árabes para introducir reformas, liberalizar sus medios de comunicación, desbloquear a la sociedad civil, mejorar la gobernabilidad y amansar la corrupción. Pero los tiranos de Medio Oriente advirtieron a cada visitante europeo que ello abriría las puertas al Islam radical. Argelia, con el baño de sangre que siguió a la victoria electoral de los islamistas en 1992 y el golpe militar posterior, dio credibilidad a sus argumentos. Los mandarines del ministerio de Relaciones Exteriores informaron a sus jefes que crean a los tiranos: Resuelvan Palestina, susurraron ellos, y todo lo demás seguirá.
Y así lo hicieron, buscando tenazmente la paz palestino-israelí, y culpando furiosamente a Israel en cada oportunidad, no sólo por la falta de paz, sino también por todos demás problemas regionales.
Ahora, el despertar revolucionario de los árabes debería obligar a los abanderados de la sabiduría convencional occidental a abandonar finalmente este modo de pensar. Desafortunadamente, la lección no estó aún absorbida. Hablando en Israel este mes, el ex Asesor de Seguridad Nacional de EEUU General James L. Jones identificó el progreso en la paz entre israelíes y palestinos como "la única cosa que podría tener el impacto local, regional y global que es ahora una cuestión de necesidad urgente." El añadió que "la disputa arabe-israelí continua refuerza y amplía el atractivo del mensaje [de Irán] a los oprimidos y a los que sienten que no tienen futuro."
El Ministro del Exterior británico William Hague también intervino descartando las preocupaciones de Israel sobre la estabilidad de su tratado de paz con Egipto a raíz del derrocamiento de Hosni Mubarak. Recordando al mundo de la antigua sabiduría del Camel Corps, dijo "Esta no debe ser una epoca para el lenguaje beligerante. Es un momento de inyectar una mayor urgencia en el proceso de paz en Medio Oriente."
Perdido en todo esto está el simple hecho que los árabes comunes y corrientes que se levantaron contra sus regímenes no lo hicieron porque querían liberar a Palestina, sino porque querían liberarse. Los mandarines occidentales siempre asumieron que la liberación de Palestina era todo lo que necesita el mundo árabe, y en el proceso se resignaron a la corrupción rampante en la región, la represión y la persecución de las mujeres y las minorías. Sin embargo, Mohammad Bouazizi no se prendió fuego en diciembre, iniciando así la Revolución del Jazmín en Túnez, para expresar su solidaridad con los palestinos. En cambio, su suicidio fue una respuesta directa a las estructuras económicas y sociales en su propio país. Mientras tanto, la reacción espontánea de sus compatriotas a ese acto desesperado estuvo en agudo contraste con la habitual muestra de solidaridad con los árabes palestinos, asuntos respaldados por el régimen, por lo general por etapas.
Así repentinamente, la libertad árabe ha tomado precedencia sobre Israel y Palestina-o eso dice la muy difamada Calle Arabe, mientras derroca un tirano y desafía al siguiente. La sabiduría convencional que el conflicto palestino-israelí es la madre de todos los problemas de la región ha sido ahora expuesta como nada más que un mito. Aprenderán finalmente los líderes occidentales?

El Sr. Ottolenghi es un investigador senior de la Fundación para la Defensa de las Democracias y autor de "Irán: La crisis en ciernes" (Perfil Libros, 2010)
Fuente: The Wall Street Journal- Este artículo fue traducido por Luisa Kasvin especialmente para el blog de OSA Filial Córdoba

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