domingo, 30 de octubre de 2011

Los discutibles méritos de un Plan Marshall

Por Michael Peel

Amr Moussa, ex líder de la Liga Árabe, quiere uno. También Ibrahim Dabdoub, uno de los más prominentes banqueros del Golfo. Hassan al-Boraei, ministro de Trabajo egipcio, dice que es esencial para que, la primavera árabe, no pierda intensidad y marche hacia la penuria otoñal. ¿El objeto de su deseo? Un plan Marshall para Medio Oriente, para ayudar a remontar la región fuera del conflicto y la pobreza, tal como hiciera la epónima iniciativa, con base en EEUU, durante la época posterior a la Segunda Guerra mundial en Europa occidental. Así como “el pueblo quiere la caída del régimen” (ese es el grito que reverbera en la calle árabe), el llamado a un gran proyecto para revivir económicamente a la región se difundió a través de las lugares donde se diseñan políticas, desde el Norte de África hasta el Golfo. Tal como Boraei expuso, con franqueza, en el encuentro del Foro Económico Mundial en el Mar Muerto en Jordania, el fin de semana: “Es necesario un Plan Marshall”.

Sin embargo, para la simplicidad persuasiva de toda propuesta y llamado, hay grandes interrogantes sobre si es deseable como viable. Si el llamado a un estímulo, al estilo Marshall, fue uno de los mensajes que más se hicieron oir en el encuentro WEF, otra fue la advertencia que, la idea, era fundamentalmente imperfecta.

Ese argumento llega al núcleo de un debate más amplio sobre aquello que, muchos países en la región, necesitan hacer para disipar su malestar económico- y quienes deberían están asumiendo el liderazgo para ayudarlos a pagar por los cambios y su implementación.

La lógica, detrás del Plan Marshall árabe, gira alrededor de dos observaciones indiscutibles: el descontento económico (gran motor de los levantamientos políticos de este año en países que comparten problemas sistémicos similares). Necesitan nueva infraestructura, programas de creación de empleo y esfuerzos para promover empresas privadas como alternativa para trabajar para todas las instituciones estatales predominantes. Una iniciativa al estilo Marshall sería buena no solo para la gente de esas naciones, sino para la estabilidad de la región y el mundo más amplio- dado que hubo una Europa de post-guerra traumatizada y maltratada económicamente.

Pero, mientras el escenario suena seductor, un plan universal estaría yendo, de determinados modos, contra el hilo político del despertar árabe. La temporada de protesta tuvo el efecto contradictorio de unificar a los pueblos de la región en algunas demandas políticas y económicas básicas, mientras que - al mismo tiempo- erosionó el panarabismo gubernamental dado que países reaccionaron en protesta de maneras opuestas y, a veces, denunciaban o, incluso, se atacaban unos a otros. Incluso más importante; a diferencia de la Europa occidental post-guerra, toda clase de iniciativas regionales serían más difíciles porque el conflicto continúa, a ritmos diferentes, en los diversos países, a pesar que, en general, prefirieron dar ayuda directa a países más que lanzar grandes proyectos pan-regionales.

Los políticos, que son indiferentes acerca de un Plan Marshall, dicen que el foco económico regional debería estar, en su lugar, en iniciativas más pequeñas o a menor escala, tales como acuerdos, a medida, de infraestructura, ganando acceso a los mercados mundiales de los bienes y servicios de los países, y promoviendo el establecimiento y crecimiento de pequeñas compañías. Además se necesita poner énfasis mucho mayor en la reforma institucional porque, incluso naciones que cambiaron políticamente de manera significativa, por medio de líderes o regímenes derrocados, no sufrieron alteraciones a nivel administrativo.

Como focalizara un alto representante oficial en finanzas acerca de la región: “No soy de los optimistas acerca de algo que parece un plan Marshall. Sospecho que será más desigual y más bilateral”.

Esa es una perspectiva más compleja, desprolija y menos seductora que la idea de una repetición del Plan Marshall. Aunque tiene la virtud de ser intelectual y emocionalmente consistente con el despertar árabe que es, en parte, una celebración de la diferencia y un rechazo de líderes que gobernaron extendiendo dictaduras y trataron a sus pueblos como masas homogéneas.

El Marshall de Medio Oriente será el hombre (o la mujer) que elabore un plan económico lo suficientemente flexible como para prosperar en medio de esa variedad tanto como de una atmósfera de cambio político, continuo e impredecible.

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