domingo, 30 de octubre de 2011

Argentinos en Israel y Palestina: divididos en una misma tierra

APor momentos está el muro. Bloques de cemento de 10 metros de altura que van siguiendo las caprichosas líneas de las colinas. Cada tanto aparecen los retenes de los soldados israelíes que son una marca aún más precisa. Pero apenas unos metros después nada queda claro. Hay que ser un conocedor profundo para saber cuál es la frontera exacta entre Israel y los territorios palestinos ocupados. Abu Shain, un palestino de 65 años, nacido en Jerusalén del Este, con un rostro curtido por el sol y las luchas, es uno de los pocos en los que se puede confiar para esta tarea. Maneja su Mercedes por unos caminos que no muchos conocen, señala cada valle y cada elevación y relata lo que sucedió allí en los últimos 50 años. "Ahí se levantaba la aldea palestina ¿ve las construcciones de piedra antigua que quedaron? Los expulsaron en 1967 y construyeron esta ciudad que usted ve ahora". Dos días antes había estado en el lugar con un chofer israelí que señaló la zona y me dijo "mire lo que puede hacer el impulso de los judíos. Ahí había unas cabras y unos pastores. Ahora Ma'ale Adumim, nombrado en el Libro de Josué, el sexto del Antiguo Testamento, es una ciudad tecnológica, del futuro". Y ahí está la división. No en los retenes militares o en el muro. Está en las mentes y en los corazones. Está en la idea de la frontera. En el sentimiento que acompaña la partición. Tierra, sangre y religión.
Viajo hasta la colonia de Neve Tzuf, también conocida como Halamish, en los cerros de Samaría, al norte de Ramallah (la "capital" palestina) y once kilómetros adentro de lo que debería ser la frontera marcada por la línea verde tras la Guerra de los Seis Días de 1967. Encuentro a Jaime y Silvana Epelbaum, un matrimonio de argentinos nacidos y criados en el barrio porteño del Once y con casi 30 años en Israel. Son colonos ultranacionalistas y están convencidos de que las antiguas Judea y Samaria, actuales Cisjordania, les pertenecen por decisión de Dios.
"La tierra donde nosotros estamos son del pueblo judío desde hace miles de años. En estos lugares no vivían palestinos. Si el mundo va a querer solucionar el problema hay que ver dónde ubicar a la gente porque no hay duda de que la única solución es expulsar a uno de su casa, o a ellos o a nosotros. Y si nos expulsan a nosotros, eso va a determinar, Dios no lo permita, el exterminio del Estado de Israel. Hay muchos lugares para ellos, Jordania, Egipto, en cambio para el pueblo judío hay uno solo. Es este", dice Jaime con la determinación del creyente.
La vida en la colonia es bucólica, repleta de obligaciones religiosas y servicios comunitarios. Los Epelbaum tienen siete hijos que atienden la Yeshiva, la escuela talmúdica, y la Mechina Elisha, que los prepara para entrar al ejército a los 18 años. El más pequeño, de 9, por ahora está más interesado en jugar con la play station y patear la pelota como Messi. Jaime mantiene a toda esa familia con su consultorio de dentista en Jerusalén. Salimos a caminar por la colonia y nos paramos en una terraza desde donde se ve todo el valle con la aldea palestina de Nabi Saleh en primer plano. Jaime sigue con su discurso: "Nosotros no tenemos ningún problema con ellos salvo los viernes cuando vienen a protestar acá abajo porque dicen que hay un manantial de agua que supuestamente les pertenece. Quiero vivir mi vida tranquila. Quiero viajar a mi trabajo sin que me tiren piedras, sin que haya atentados. Un árabe puede venir acá a este asentamiento y nadie le va a hacer nada. Si yo ahora me voy a dar una vuelta a esta aldea de acá yo no vuelvo. ¿Quién es el atacante y quien es la víctima?". Silvana, de sonrisa clara y permanente, asiente y agrega: "Nosotros tratamos de convivir con los árabes. Cuando construimos nuestra colonia fueron ellos los que nos ayudaron en el trabajo. Aquí soy la conductora de la ambulancia. No te puedo decir las veces que fui a socorrer a un árabe. Pero ahora ya no se puede. Ahora, ésta es una guerra y nosotros no la empezamos".
Regreso a Ramallah por una serie de caminos intrincados entre aldeas palestinas, colonias ilegales judías y retenes del ejército. Allí están de festejo estos días. El presidente Mahmud Abbas presentó ante las Naciones Unidas su pedido formal de que se reconozca el Estado Palestino con las fronteras de 1967, que incluya Cisjordania y Gaza, con Jerusalén del Este como su capital. "¡Es el momento de decir basta, basta, basta!", dijo Abbas en Nueva York y cientos de miles deliraron acá en los territorios porque sienten exactamente esto, que es el momento de tener un estado propio y firmar la paz. Entre la multitud está Faisal Malak, un palestino que adoptó la nacionalidad argentina hace años. "Este es un momento histórico. Tenemos que respetar la frontera y que nos devuelvan lo que nos pertenece. ¿Sabés que estamos reclamando apenas un 22% de lo que era originalmente le territorio de Palestina? Ahora, nosotros tendremos que ceder algunas tierras y muchos colonos deberán irse al otro lado y listo. Pero no podemos esperar más. Ya sufrimos lo que llamamos la Nakba, la catástrofe de la guerra de 1948, y desde entonces más de 400 aldeas fueron destruidas, 13 ciudades tomadas, el 75% de la población palestina cristiana y musulmana fue víctima de limpieza étnica, y hay más de 30 masacres documentadas. Ahora tenemos que dejar todo eso por un momento y ser dueños de nuestra propia tierra", cuenta Faisal con enormes detalles que le da su trabajo de ingeniero a cargo de la reconstrucción de los archivos judiciales.
Faisal se hizo argentino cuando conoció a María Pía, una chica de Bahía Blanca cuando estudiaba en Escocia. También se hizo fanático de la selección argentina y cuando pudo se tomó un avión a Buenos Aires. Salió de Ezeiza sin conocer el idioma ni a nadie, fue a Retiro y se tomó el micro que lo llevó a abrazar a María Pía, ahí en la puerta de la Patagonia. En menos de un año había conseguido la residencia permanente y poco después la nacionalidad. "Me decían que no podían hacer nada porque Palestina no figura en los sistemas de computación como un país posible. Me peleé y expliqué lo que sucedía. Ahí aprendí mucho castellano y logré la nacionalidad", dice con una sonrisa en su cara redonda. Trabajó en el puerto de Bahía Blanca como proveedor de los barcos extranjeros y viajó por todo el país porque "necesitaba conocer a mi nueva tierra". Hasta que un día conduciendo por La Pampa tuvo un accidente en Huinca Renancó. Le costó dos años recuperarse. Fue cuando su padre se enfermó gravemente y regresó a Ramallah. Sus otros diez hermanos también viven en el extranjero. Ahora está pensando en pasar parte del año en Argentina y parte en Palestina. "Me siento, esencialmente, un palestino-argentino. Acá me dicen "el argentino" o "Messi" o "Maradona", y a mi me gusta".
Para regresar a Jerusalén hay que volver a atravesar las zonas de las colonias y los barrios judíos construidos en territorio ocupado. Hay 500.000 israelíes viviendo en los asentamientos. "Ese es el problema más grave que tiene hoy Israel: el extremismo de los colonos. Hay algunos que piensan hasta en la formación de milicias paramilitares que combatan no sólo con los palestinos sino con los propios soldados israelíes", me explica el profesor Walter Russell del Bar College de Nueva York. De la colonia argentino-judía, formada por unos 80.000 compatriotas, 10.000 de ellos venidos después de la crisis del 2001, los colonos ultranacionalistas son una minoría. La mayoría de los argentinos pertenece al movimiento progresista de los kibutz de los años 70 o son moderados de centro.
Cuando le pregunto a Silvana Epelbaum si estaría dispuesta hacer lo mismo en Argentina y convertirse en una colonizadora en la Patagonia, por ejemplo, su respuesta es contundente: "No se me cruza en ningún momento ir a buscar un pedazo de tierra en la Argentina. Porque ésta es mi tierra. Los judíos tenemos que vivir en Israel, es nuestro lugar.
Está escrito en la Biblia sagrada que Dios le dio la tierra de Israel a Abraham, Isaac y Jacob y sus descendientes que somos los judíos". Jaime pide que apuremos la entrevista porque tiene que dar una clase de Talmud. Le saco el micrófono algo apurado y casi le hago caer la pistola que lleva al cinto y que no había visto antes. ¿La usaste? "Bueno, alguna vez, pero sólo para disuadir. Gracias a Dios no tuve que disparar a nadie. Pero la necesitamos. Tres de mis compañeros de la colonia murieron por ataques de árabes", cuenta. Y cuando ya sale caminando por la calle empinada de su casa me dice que está un poco amargado por todo esto del Estado Palestino y el pedido ante la ONU. "La tierra de Israel es para nosotros. El que quiera vivir acá en paz, bienvenido, pero siempre bajo la autoridad del estado de Israel", sentencia. Y cuando le coemnto que voy a ir a ver a otro argentino del lado palestino me dice "dale saludos pero decile que nosotros no nos vamos a ir de acá".
Faisal Malek también tiene una de esas espinas atravesadas con sus compatriotas judíos. "No puedo ver a esos chicos tan jóvenes vistiendo el uniforme del ejército israelí cuando ellos son argentinos. Siempre me encuentro con alguno y les digo que están ayudando a la ocupación de otro pueblo. El otro día me encontré con un cordobés acá en el retén y estuvimos charlando. Pero no lo pude convencer", comenta mientras caminamos por la plaza de Manara, en el centro histórico de Ramallah.
El sol cae en estas colinas yermas, apaga los festejos palestinos por su presentación ante la ONU y deja espacio para la conmemoración del Rosh Hashanah, el año nuevo judío. Acá se espera que antes del Yom Kipur, el día de la expiación, que sobreviene diez días después, comience un nuevo proceso de paz. Tal vez, sea éste el momento que nunca parece llegar de ese tren que no encuentra su estación. Una estación donde hay miles de argentinos esperando.

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