viernes, 4 de julio de 2014

Palabras que matan...


Palabras que matan...
Se cuenta en nuestro Talmud que, una vez, habían llegado a la ciudad unos famosos eruditos y hombres de bien. Alentado por la noticia, Rabí Shimón sugirió a su hijo que fuera a pedirles una bendición. Así lo hizo el joven, más a su regreso al hogar dijo a su padre: “¡En lugar de bendecirme, amado padre, me han maldecido! Me han dicho: ‘Que siembres, pero que no cortes lo sembrado; que hagas entrar pero no salir; que hagas salir pero no entrar; que tu morada quede arruinada, pero tu vivienda temporal sea firme; que tu pan sea consumido y no llegue nunca tu año de regocijo’, concluyó el atónito joven”.

“Entonces su sabio padre lo calmó y le dijo: ‘Esas no son maldiciones, hijo, sino bendiciones.
Escucha su significado: Tendrás hijos y no verás su muerte; verás entrar a tu casa a tus nueras y no las verás abandonar a tus hijos para regresar al hogar de sus padres; a tus propias hijas verás salir de tu casa y no las verás regresar para vivir contigo; vivirás tanto tiempo que tu tumba familiar caerá en ruinas, pero tu casa será firme y perdurará mucho tiempo. Tu pan será consumido por una familia grande. Finalmente, tu mujer vivirá mientras vivas tú y no tendrás que volver a casarte ni tener el ‘año de llevar regocijo por una nueva mujer’ de acuerdo a la Torá, culminó el sabio Rabí Shimón”.

El ejercicio que propone el Talmud no sólo pasa por saber escuchar, sino por entender lo que se dice. Muchas son las veces en que la “primera escucha” nos lleva a entender lo que queremos, aquello que, vulgarmente, después justificamos con el clásico “fue un malentendido”.

De todos modos, los malos entendidos no acortan las distancias, sino que lo contrario es lo que pasa. Porque “se dijo lo que se dijo” y “por algo debe ser” son fatales muletillas que agotan toda esperanza y provocan tristes desenlaces. Por lo tanto, estamos ante una situación que nos invita a saber escuchar e interpretar aquello que se nos está diciendo.

Esto vale, querido lector, para todos los lugares y todas las personas. Muchos son los que nos hablan, pero ¿nos dicen realmente algo? Más son, desafortunadamente, los que nos adulan en determinados momentos y nosotros, pobres de nosotros, creemos en esas adulaciones.

Después llegarán las críticas, que no quisiéramos escuchar, pero que llegan por el simple hecho de que somos humanos. Nos consumen pasiones y nos devoran instintos, pero también en estos casos vale la pena escuchar para entender. No sólo se aprende de las alabanzas en este mundo (aunque hay quienes no pueden aceptar ni la más mínima de las críticas). Hacer una buena lectura de lo que se dice, entender incluso más allá de lo que se explicita, seguramente nos ayudaría a saber algo más de nosotros y también a conocer a quien tenemos en frente...

¡Es tan difícil, a veces, discernir correctamente entre tantas palabras que se nos dicen!
¿Cómo se puede distinguir si todo se ha dicho para bien o para mal? ¿Cómo comprender los gestos y silencios, las sonrisas y miradas que se dirigen hacia nosotros y cómo saber con certeza cuál es la intención? Es tan complejo este mar que parece necesario prepararse para zozobras permanentes, dado que por ahí navegan naves de hipocresía, barcos de envidia, buques de indiferencia y acorazados del odio. ¿Quién se anima a dar batalla?

Algo así ocurre con Bilam, profeta, hechicero y mago entre los gentiles, cuya virtud es que goza de la Palabra de D’s, pues el Todopoderoso no sólo derramó su Sabiduría sobre los judíos (aunque el lector no lo crea), también lo hizo ante otros pueblos del mundo y sus profetas. Bilam fue uno de ellos, con todas las condiciones, intelectuales y emocionales, para ser un buen delegado de Él sobre la tierra.

A Bilam le ofrecen un trabajo. Un rey, amigo suyo, le ofrece el “oro y el moro” con tal de que Bilam se avenga a cumplir su cometido: hacer uso de la Palabra que poseía, ésa que lo encumbraba entre los gentiles hasta el rango de Profeta. ¿Qué quiere este Rey de Bilam? Que su palabra esté dirigida hacia el pueblo judío: “Ven y maldíceme a este pueblo, pues sé que a quien bendices es bendito, y a quien maldices, maldito es”.

¿Qué tal? Qué poder tiene la palabra, ¿verdad? ¡Cuánto se esconde detrás de lo que se dice!
Bilam accede a ir hacia este rey, pero con la condición de “que aquello que D’s ponga en mi boca, eso habré de decir”. Los hechos relatados en la perashá muestran que, en lugar de maldecir, Bilam bendijo. “¿Cómo habré de maldecir aquello que está bendito?”, se excusaba ante un irritadísimo monarca, presto a expulsarlo de su reino.

Todo parece tener un final feliz, si no fuera porque nuestro sabios, de bendita memoria, nos invitan a pensar, a rever, a atender los “vistos y considerandos” del caso y nos llaman la atención: “Dijo Rabí Iojanán: De la bendición de aquel malvado (se refiere a Bilam), tú puedes deducir qué pensaba dentro de su corazón” (Talmud, Sanhedrín 105 b).
¿Cómo dice? ¿Qué hay algo escondido? ¿Que nos quiso decir otra cosa? ¿Está hablando acaso de “doble intención”? ¿Es eso posible?

No sólo es posible sino que a veces es real. Continúa Rabí Iojanán, ahora interpretando las “bendiciones”: “Quiso pedir que no existan en el pueblo judío ni Casas de Estudios ni Sinagogas y dijo: ‘¡Cuán hermosas son tus tiendas Iaacov!’; ‘Que la Providencia Divina no repose sobre ellos’: ‘¡Tus Santuarios, Israel!; ‘Que el reinado de Israel no se perpetúe’:
‘Como los arroyos perennes...’ ”.
Esa es la otra cara de la moneda, que no comprendimos o, tal vez, que no quisimos o pudimos entender.

La Torá invita este Shabat a estar alerta. No siempre lo bueno que se dice es definitivamente bueno, tampoco lo malo lo es. Y no es cuestión de apreciaciones, dado que la sinceridad no parece ser moneda corriente en el mercado de la humanidad. Bilam se presenta dispuesto a todo, en nombre de D’s. La tarea es descifrar lo que dice y cuanto dice. Parece tener un mensaje convincente; su discurso no admite dudas, en apariencia.

Nosotros, en el camino de la vida, de los afectos y el poder (y hasta del no poder) perdemos nuestra mejor cualidad: saber de dónde proviene el amor verdadero; discernir quien verdaderamente nos quiere y quien no; distinguir, en este mundo de palabras, aquellas que “provienen del corazón y que entran al corazón” de aquellas otras que emanan de la boca “para afuera”. Que no nos duela entender lo que nos dicen, para saber a quién tenemos en frente.

Rab. Mordejai Maarabi. Rab. Oficial de la OLEI

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.