La oleada antijudía
Fernando Butazzoni
(Montevideo, 24 de julio de 2014) La más reciente oleada antijudía, que por estas horas recorre a toda velocidad buena parte del mundo como un tsunami de odio, ya ha llegado hasta nuestras costas. No caeré en la trampa de vincular la condena a Israel por lo que ocurre en Gaza con esas expresiones antisemitas, pues en realidad estas son muy anteriores, casi atávicas en nuestras sociedades. Y cuando hablo de “oleada antijudía” me refiero a las formas más bajas y soeces de un desprecio racista que, desde hace siglos, ha sido siempre el presagio de males sin remedio.
La reciente invasión israelí a la Franja de Gaza, con su previsible estela de destrucción y muerte, resultó ser la coartada perfecta para el resurgir de ese desprecio. Curiosamente, ese antisemitismo recalcitrante es, en lo político, una bocanada de oxígeno para Netanyahu, quizá el único aire que consiga a partir de ahora, a juzgar por las resoluciones más recientes de ONU, por el notorio disgusto del presidente Obama y el consiguiente fortalecimiento de la precaria alianza entre las organizaciones palestinas Al Fatah y Hamás.
Todo parece indicar que en esta ocasión Israel se está quedando solo en el concierto internacional, y a tenor con esa debilidad en muchas ciudades de América y Europa los judíos ya empiezan a ser señalados con el dedo.
Desde hace unos días, un exitoso hashtag se impone en twitter: #HitlerWasRight. “Hitler tenía razón”. Ese hashtag comenzó a circular exactamente el día 12 de julio. Desde entonces, millones de mensajes se intercambian hora tras hora en muchos idiomas con dicha etiqueta. Los que escriben no ocultan ni sus identidades ni su odio: “A los judíos hay que exterminarlos”, “Ratas judías ya les llegara su hora”, “Hitler tenía razón de acabar con esa maldita raza”, “Malditos judíos de mierda”, etc. Son miles y miles. A los pocos días apareció otro hashtag que también fue trending en Europa y América: #HitlerDidNothingWrong. “Hitler no hizo nada malo”.
Para que se tenga una idea de la profundidad del fenómeno, basta una anécdota: desde la plataforma de peticiones Change.org, tal vez la mayor organización del mundo en su rubro, se elevó a Twitter una petición para eliminar esos dos hashtag de la circulación, por entender que se trataba de mensajes de odio, y se puso a la firma de los internautas de todo el mundo dicha petición. Tras una semana de campaña, apenas si se alcanzaron seiscientas setenta y cinco firmas (incluida la mía).
A esa parafernalia tuitera hay que agregar los crecientes ataques físicos a judíos en Alemania, Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Bélgica, Turquía, Marruecos y otros países, perpetrados en las últimas semanas. En América Latina ha habido actos de vandalismo en varias ciudades argentinas (Basabilbaso, Córdoba, Buenos Aires, Río Cuarto), agravios en Chile y en Brasil y otros episodios de menor envergadura en Perú, Colombia, México y Uruguay. Estos ataques y agravios van desde la pintada de una esvástica en la embajada de Israel hasta el apaleamiento callejero de un rabino.
La prensa es también un campo de amapolas por estos días, y allí el racismo antisemita suele mostrar garras de astracán, como corresponde a las ilustrísimas señorías de las artes y las letras. Pongo algunos ejemplos, sin tomar posición, para que cada quien saque sus propias conclusiones.
El escritor español Antonio Gala, en el diario “El Mundo” de España, escribió: “Es difícil que los judíos se ganen las simpatías del mundo. Primero, porque tengo la certeza de que no les importa, salvo que puedan obtener beneficios de él. Segundo, porque los domina un petrificado resentimiento”.
Por su parte, el cineasta egipcio Basel Ramsis, reflexionaba en el “Huffington Post”: “[Israel] te ataca porque te recuerda que, para limpiar la conciencia europea por los crímenes cometidos por esta civilización durante la Segunda Guerra Mundial, que mató a millones de judíos en el Holocausto, debes apoyarle. Un chantaje particular: limpia tu conciencia de los crímenes cometidos en la Segunda Guerra Mundial apoyando siempre a este Estado israelí artificial, surgido de la nada e implantado en otra tierra que ya tenía un pueblo compuesto por todas las religiones.”
Y otro más: J. L. Patiño escribió en “El Ideal Gallego”, de España: “Ya estoy hasta los huevos de tanta explicación-justificación de los sucesivos gobiernos israelíes, cortadas siempre por el mismo patrón, cuando hacen gala de una superioridad armamentística que aplican a los palestinos con fruición y puntería, pero que no segrega civiles de los que no lo son. Ellos lo saben, pero se la trae floja. Tanto como las resoluciones de la ONU, que se pasan por debajo del candelabro de siete brazos, desde 1946. Y mientras, el pueblo judío calla. Me recuerda al pueblo alemán, que también callaba con Hitler. Ahora, si quieren, llámenme antisemita, joder”.
Donde la judeofobia se pavonea con más desparpajo es en los comentarios que hacen los lectores en las web de noticias sobre la situación actual en Gaza. Basta ingresar a las páginas informativas de muchos prestigiosos diarios del mundo para descubrir la verdadera dimensión de ese sentimiento. Desde La Nación de Buenos Aires hasta elNew York Times, pasando por Le Monde, El País de Madrid o La Vanguardia, de Barcelona. Allí, una nutrida gama de comentaristas, amparados en el anonimato, excreta el más furibundo odio, y lo hace sin cortapisas. Y quizá por eso mismo, porque se trata en general de ciudadanos comunes y corrientes, y porque están refugiados en el secreto de un seudónimo, es que esos miles de comentaristas son el más fiel y brutal reflejo de la deshumanización de una sociedad tan globalizada como desinformada. Ellos escriben “sin pelos en la lengua” desde una cierta impunidad. Aunque lo que escriben, si tuvieran que firmarlo, les costaría la cárcel por difamación y apología del delito.
Quien lea esos comentarios descubrirá que no se trata de opiniones más o menos fundadas, sino de simples agravios e incitaciones al odio y a la violencia contra los judíos. No se trata de condenar crímenes del Estado de Israel, sino de reclamar el exterminio de la población judía allí donde se encuentre. Tampoco se trata de simpatías hacia la causa palestina, pues son pocos los que se refieren a ella con un mínimo de respeto, conocimiento o interés. En realidad, sospecho que la mayoría de los que ahora reclaman borrar del mapa a Israel y exterminar a todos los judíos del mundo, no tendrán problema en ampliar luego ese reclamo de exterminio para con los palestinos, los árabes en general, los negros, los gitanos, los homosexuales y cuanto ser diferente se les cruce en el camino. En ese sentido, la existencia del Estado de Israel es para ellos un escollo insalvable.
Detener la guerra es una prioridad absoluta, pero para hacerlo también hay que denunciar y parar en seco el odio xenófobo y el racismo que brotan por estas horas como pasto en primavera alrededor del mundo. Nadie piense que son frases inocuas las que instigan al exterminio de los judíos, o que se trata de simples ocurrencias de algunos inadaptados sociales. Y nadie piense que, por no ser judío, va a estar fuera del alcance de esas amenazas. Más tarde o más temprano, todos padeceremos por ello. La historia del siglo pasado ya nos ha enseñado de forma contundente el camino que se recorre a partir de esas prédicas de odio.
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