jueves, 4 de septiembre de 2014

El yihadismo y el ‘lenguaje del bien y del mal’ Por Clifford D. May


Abu Bakr al Bagdadi
Fecha: 2014-09-02 15:24:53
Tags: Abu Baker al BagdadiBarack ObamaEstado Islámico de Irak y el LevanteEstados UnidosmulticulturalismoOriente Medioterrorismo islámicouniversidadWinston Churchill
Clifford D. May
Clifford D. May
Presidente de la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD).
"La ideología predominante en el mundo académico es el multiculturalismo. Para un multiculturalista, ser crítico es un pecado capital, especialmente si se juzga a aquéllos cuyo objetivo es derrotar y destruir a Estados Unidos y a sus aliados""La claridad moral de Churchill contribuyó a su claridad estratégica, lo que le llevó a oponerse al apaciguamiento y a insistir en la rendición incondicional y la deslegitimación de la ideología nazi"
Al parecer, el duque de Wellington dijo en una ocasión: “La batalla de Waterloo se ganó en los campos de deporte de Eton”. La batalla contra el Estado Islámico podría perderse en los campus de las universidades estadounidenses.
Entre los motivos para ello está que la ideología predominante en el mundo académico es el multiculturalismo. Para un multiculturalista, ser crítico es un pecado capital, especialmente si se juzga a aquéllos cuyo objetivo es derrotar y destruir a Estados Unidos y a sus aliados. Por tanto, no debería constituir una sorpresa ver que el New York Times da espacio a un artículo de opinión de Michael J. Boyle, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad La Salle de Filadelfia. El tema de su artículo es el “pertubador regreso del lenguaje moralizador antaño empleado para describir a Al Qaeda en los días llenos de pánico que siguieron a los ataques del 11-S”.
El profesor Boyle se muestra especialmente preocupado por la referencia del presidente Obama al Estado Islámico como “un cáncer que se extiende por Oriente Medio”. Ve en ello “un inquietante eco de la descripción que hizo el presidente George W. Bush de la guerra global contra el terrorismo como una campaña contra los malhechores”.
¿Por qué supone esto un problema? Condujo a “guerras en el extranjero iniciadas en aras de aplastar a los malhechores”, guerras que supusieron “enormes costes y perjuicios para la reputación”. Así pues, ¿cuál habría sido la opción preferible? ¿Enviar a Osama ben Laden al Consejo de Derechos Humanos de la ONU?
En cualquier caso, Boyle no cree que el Estado Islámico sea tan malo como dicen. En su bien meditada opinión, “no actúa tanto como un movimiento terrorista revolucionario que quiera trastocar todo el orden político de Oriente Medio como como un grupo insurgente que está teniendo éxito y que quiere un puesto en esa mesa”.
¿Cómo podría alguien ser tan moralista como para negarle al Estado Islámico un puesto sólo porque sus combatientes asesinen en masa a minorías, esclavicen a mujeres y decapiten periodistas?
El profesor añade:
El lenguaje del bien y el mal puede proporcionar un reconfortante sentimiento de claridad moral pero rara vez, por no decir nunca, produce buenas políticas.
Hmmmm… Uno se pregunta si el profesor Boyle ha impartido –o recibido– alguna vez una clase sobre la Segunda Guerra Mundial. En ese conflicto Winston Churchill empleo a menudo el “lenguaje del bien y el mal”, por ejemplo al referirse a Adolf Hitler como un “monstruo de maldad, insaciable en sus ansias de sangre y de saqueo”.
¿Las políticas de Churchill habrían mejorado si hubiera rebajado el tono y le hubiera ofrecido al Führer un “asiento a la mesa”? Al contrario: la claridad moral de Churchill contribuyó a su claridad estratégica, lo que le llevó a oponerse al apaciguamiento y a insistir en la rendición incondicional y la deslegitimación de la ideología nazi.
En este contexto, me animó oír al presidente Obama condenar de forma inequívoca a quienes siembran el caos en grandes áreas de Irak y Siria. Lo que no resultó convincente fue su afirmación de que “el mundo entero está consternado por el brutal asesinato de Jim Foley”, a lo que añadió, haciendo énfasis, que este crimen “sacude la conciencia del mundo entero”.
En realidad, estoy bastante seguro de que, en este momento, un número significativo de individuos (entre ellos varios europeos y estadounidenses) están viendo el vídeo de la decapitación de Foley y se sienten inspirados por ello para presentarse voluntarios para servir a las órdenes de Abu Baker al Bagdadi, quien se ha proclamado califa (el término implica ser sucesor del profeta Mahoma) del Estado Islámico.
Puede que algunas de esas personas sean sociópatas; otros serán chavales perdidos, desesperados por encontrar un significado en sus vidas y una causa trascendente. Pero no todos ellos.
Según una biografía publicada en foros de yihadismo, el nuevo califa tiene un doctorado en Estudios Islámicos por la Universidad de Bagdad. Podemos deducir que Al Bagdadi se cuenta entre quienes creen que el colapso del Imperio Otomano y del Califato islámico tras la Primera Guerra mundial fue una terrible injusticia; que los cristianos, judíos, hindúes y los musulmanes que no sean lo bastante militantes son “enemigos de Dios”; que los norteamericanos no merecen el poder que detentan; que los musulmanes están obligados a restaurar el dominio islámico del mundo, y que no hay nada que contribuya a lograr ese objetivo, por brutal y diabólico que les parezca a los infieles, que no esté permitido.
Esto nos lleva a otra afirmación del presidente Obama realizada hace unos días:
Algo en lo que todos podemos estar de acuerdo es que en un grupo como éste [el Estado Islámico] no tiene cabida en el siglo XXI.
De hecho, ni siquiera todos estamos de acuerdo en que éste sea el siglo XXI. Según el calendario islámico, la fecha que deberíamos poner en los cheques es 1435. Si se es yihadista, el siglo XXI no supone mejoría alguna respecto al siglo VII, la época en la que los ejércitos musulmanes comenzaron a crear uno de los mayores imperios de la historia.
El presidente concluyó con la predicción de que el Estado Islámico “fracasará en última instancia, porque el futuro se lo ganan quienes construyen, no quienes destruyen, y el mundo lo forja gente como Jim Foley”.
Antaño, los líderes occidentales sabían más. Winston Churchill y Franklin Roosevelt comprendían que el curso de la historia no está predeterminado, y que harían falta enormes sacrificios para derrotar a las fuerzas que luchaban a favor del dominio alemán. Su tarea era explicar por qué eran necesarios esos sacrificios.

Permítanme que concluya con unas palabras de alabanza al presidente Obama: hace poco desplegó a la Fuerza Aérea y a las Fuerzas Especiales para evitar que las fuerzas de Al Bagdadi asesinaran a todos los yazidíes, cristianos, kurdos y musulmanes rebeldes que pretendían, y que el Estado Islámico expandiera sus territorios todo lo que quería. No es, ni mucho menos, todo lo que es preciso hacer, pero podría suponer un buen comienzo, aunque sea con retraso.
El profesor Boyle no está de acuerdo. Escribe que lo que comenzó como respuesta a una crisis humanitaria se ha “metamorfoseado en un intento de hacer retroceder, o incluso derrotar” al Estado Islámico. ¿Y cómo iba a apoyar eso un profesor postmoderno y multicultural de un campus norteamericano?
Foundation for Defense of Democracies
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