jueves, 12 de febrero de 2009
ESCRIBE PILAR RAHOLA
La Vanguardia (España)
La España justiciera
Es muy bonito intentar juzgar a unos generales israelíes; sale gratis en el aplauso de la calle
Pilar Róala
Existen los jueces españoles, sobrecargados de trabajo, hartos de acumular casos importantes y no dar abasto, compartiendo despachos llenos de documentos, con recursos casi medievales, sacando el hígado por la boca del colapso de la justicia, y a punto de ir a una huelga histórica.
Existen los jueces, y, por lo que parece, existe el juez Fernando Andreu, tan sobrado de trabajo que, como dijo Vicenç Villatoro, ha decidido cargarse al mundo entero en sus vigorosas espaldas, felizmente iluminado por su generosa lectura de la ley orgánica del Poder Judicial. Gracias a su empeño, y al tiempo libre de que disfruta, España se convierte en una especie de justiciera universal, sustituta, ella solita, del fallido Tribunal Internacional, y se pone a juzgar las acciones militares de países aliados, cuyas democracias ya gozan de los controles democráticos pertinentes. Es muy bonito.
Por supuesto, intentar juzgara unos generales israelíes es algo que sale gratis en el aplauso de la calle, no en vano contra Israel se atreve todo el mundo. Si el bueno del juez Andreu se pusiera a juzgar, por ejemplo, las vinculaciones terroristas de algunas dictaduras brutales, como Irán, cuyo apoyo directo a Hamas y a Hizbulah ha provocado decenas de atentados, o cuya implicación en el atentado contra la Amia argentina –que causó 86 muertos– ha sido demostrada, entonces quizás habría algún lío.
Con la democracia israelí se puede sacar pecho, pero con el fundamentalismo islámico, ¿quién es el guapo? Si ni tan sólo chillan en su contra los amos de la trinchera del ruido y la pancarta, ¿cómo lo hará un buen llanero solitario juez? Y así, dotado de la iluminación de las grandes gestas –¡Dios nos salve de los bienintencionados!–, el juez decide convertirse en juzgador de miembros del ejército de un país democrático, que sufre una situación bélica sin pausa desde que existe, que ha tenido que enfrentar centenares de atentados terroristas, y cuya supervivencia es hostigada permanentemente por múltiples países.
Sin ir más lejos, uno de los militares que quiere juzgar por "delitos contra la humanidad", el general Doron Almog, perdió a su tío, a su cuñada, al hijo de ambos y a sus dos nietos en el atentado del restaurante Maxim en Haifa. ¿Habría juzgado, el juez Andreu, a Salah Mustafa Muhammad Shehade, líder de las brigadas Ezedin al Qasam, responsable directo de 94 israelíes asesinados en tres atentados, y objeto de la acción militar israelí que ahora se juzga? Por cierto, israelíes asesinados "civiles", como los más de mil que murieron en atentados sólo del 2000 al 2006, si se entiende por civiles a personas que están comiendo tranquilamente en un restaurante. ¿Recuerdan la frase de un israelí a su amigo palestino?: "Te escribo desde la trinchera, la terraza de un café en Jerusalén".
Puestos, pues,a dedicarse a la violencia que sufren otros países, desde su cómodo despacho de la Audiencia Nacional, ¿abrirá diligencias contra el grupo terrorista Hamas por crímenes contra la humanidad, cuestión esta que denuncian organizaciones palestinas democráticas? ¿Lo hará por asesinar en autobuses, en bodas? ¿Juzgará a los que prepararon el atentado en la Universidad de Jerusalén y mataron a estudiantes de varios países? ¿Y a los que mataron a niños de un autobús escolar? ¿Tendrá tiempo para decirles a los israelíes cómo tienen que defenderse?
Y, manteniendo su espíritu justiciero, ¿juzgará a las dictaduras que condenan a lapidación a mujeres sojuzgadas por leyes terribles? ¿A las que condenanamuerte a homosexuales? ¿Llevará la dictadura cubana a los tribunales, o será demasiado políticamente incorrecto? Y mientras se dedica a juzgar al resto del mundo, ¿tendrá un ratito para valorar la "superioridad moral" de España sobre el "malvado" Israel? Porque si Fernando Andreu puede juzgar a unmilitar israelí, en medio de una guerra abierta, quizás las autoridades israelíes pueden juzgar a políticos españoles, por el caso GAL, por ejemplo. Puestos a morderse mutuamente, bailemos todos.
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