miércoles, 5 de octubre de 2011

a aceptación de un Estado

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La aceptación de un Estado


Por Diana Muir Appelbaum*



Jewish Ideas Daily

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La 66° Sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas ya comenzó. A menos que ocurra un milagro diplomático, pronto se le solicitará - a ese organismo- que apruebe el equivalente a una declaración unilateral de un Estado palestino. Los voceros palestinos dicen que no tuvieron otra opción que pasar por encima de las negociaciones serias con Israel ya que, lo que Israel está ofreciendo en esas negociaciones, es solo una fracción del territorio al cual los palestinos tienen derecho.



Para poder apreciar la arrogancia que existe en esa justificación, sirve de ayuda recordar un hecho histórico: virtualmente ninguna nación, entre las fundada en tiempos modernos, nació en posesión de todo el territorio que es plausible de ser reclamado. Conformarse con la mitad de lo solicitado – esto significa, un Estado en un territorio significativamente más pequeño que la patria histórica o deseada – es el precio que, la mayoría de los movimientos de liberación nacional, pagaron por la autodeterminación y el reconocimiento internacional.



Giuseppe Garibaldi, el preeminente líder militar de la unificación italiana del siglo XIX, nació en Niza, en una familia italiana donde la mayoría de los habitantes hablaba el lenguaje del norte de Italia. Uno de los objetivos de Garibaldi fue unificar la península en un solo estado, incluyendo Niza. Cuando se impuso un tratado de paz, se entregó Niza a Francia a cambio de un estado. El Conde Cavour, líder político del movimiento nacionalista, presentó, en un momento dado, su renuncia como Primer Ministro. Cuando el tratado fue ratificado, hubo disturbios en las calles de Niza, y miles de personas se trasladaron a la nueva frontera con Italia, en lugar de ser gobernados por Francia. La posesión francesa de Niza fue el precio que pagó Italia por la independencia, el reconocimiento, y la paz.

La política es el arte de lo posible.



Mustafa Kemal Ataturk, fundador de la Turquía moderna, nació en Salónica que fue una ciudad otomana durante cuatro siglos. Durante la mayor parte de ese tiempo, los judíos fueron el grupo étnico más grande poblacional; durante muchos años fueron una mayoría. Pero la ciudad contaba con una poderosa y gran comunidad de musulmanes otomanos – incluyendo no sólo a Ataturk, que nació allí en 1881, sino también la mayoría del liderazgo de los modernizadores Jóvenes Turcos. En 1912 los griegos conquistaron la ciudad y la renombraron Tesalónica. Después de la Primera Guerra Mundial, Grecia sufrió una derrota militar por parte de los turcos. Sin embargo, en el Tratado de Lausanne (1923), Tesalónica fue cedida a Grecia a cambio del reconocimiento de la República de Turquía, que estableció sus fronteras internacionalmente.



Ese fue el patrón. Grecia, por su parte, logró la independencia nacional en 1823. En ese momento, era un pequeño estado, con un territorio que finalizaba justo al norte de Atenas. El Monte Olimpo, la llanura de Tesalia, Constantinopla, lugar de nacimiento de Homero, y de la mayor parte de los griegos del mundo, se encontraban más allá de sus fronteras. En 1919, el Tratado de Versailles creó una serie de Estados independientes para pueblos sin estados previos, incluyendo a los polacos, lituanos, latvianos, estonianos, checos, y eslovacos. Ninguno de esos Estados tenía las fronteras que sus líderes querían. En 1947, Lord Mountbatten trazó una línea a través del mapa de India. Con su trazado, el Valle del Indo, la cuna de la civilización india y, por entonces, hogar de millones de hindúes, fue excluido de la nueva nación india. Una larga y sangrienta limpieza étnica, por parte de musulmanes pakistaníes, dejaron al Valle del Indo, en la práctica, sin hindúes. Se trasladaron cruzando la frontera de India, que florece dentro de la línea arbitraria que trazó Mountainbatten.



Durante este verano, Sudán del Sur principalmente cristiana y animista, asumió la condición de Estado con gratitud y esperanza, a pesar de una frontera que excluye la provincia cristiana de Abyei. Aún siendo pueblos grandes e históricos, incluyendo a los kurdos, tibetanos, baluchis, pashtunes, tamiles, uyghures y de Sri Lanka, sólo pueden soñar con la oportunidad de la autodeterminación nacional. La mayoría aceptaría la soberanía, incluso sobre una parte de su patria histórica, aunque no sea más grande que una estampilla postal, en la medida en que exista un lugar en el cual puedan determinar su propio destino y cultivar su historia y cultura únicas.



En 1937, el líder sionista Ze’ev Jabotinsky pidió “solo una pequeña fracción” de la “vastas tierras” que incluía al Israel de la actualidad. Y en 1948, eso fue lo que, Naciones Unidas, ofrecieron a los judíos, reservando la mayor parte de la tierra al Oeste del Jordán para los árabes. Los judíos aceptaron la oferta de Naciones Unidas aún cuando, el corazón de los reinos bíblicos (Judea, Samaria y Jerusalén), quedaban afuera de sus fronteras. Los líderes árabes rechazaron el ofrecimiento, lanzando una guerra para destruir el Estado Judío en lugar de aprovechar la oportunidad para construir una Palestina árabe.



Garibaldi y Ataturk consiguieron un estado con el costo de ceder las ciudades donde habían nacido a las naciones rivales. Cuando el objetivo de un movimiento nacional es construir un estado, en el cual puedan florecer un lenguaje, una literatura, y una cultura muy preciados, y que sean transmitidos a nuevas generaciones, los líderes del movimiento pagarán ese precio tan alto.



En contraste, si los líderes de un movimiento nacional declaran que ni siquiera van a negociar hasta que se les prometa cada metro cuadrado de la tierra que consideran como su patria histórica, están anunciado al mundo que no están dispuestos a asumir un lugar responsable en la comunidad de las naciones. Si los líderes palestinos son serios respecto a tener su lugar en esta comunidad, tendrán que hacer el tipo de concesiones que hicieron Ataturk y Garibaldi, Grecia, Polonia, India e Israel. Harían bien en reconocer que las fronteras - que buscan algunos miembros del movimiento - son sólo aspiraciones, que la nación del otro lado de la frontera tiene un derecho a su condición de Estado, y que será necesario ponerse a trabajar en la construcción de un gobierno, una economía, y un futuro pacífico.





* Diana Muir Appelbaum es autora e historiadora americana. Se encuentra trabajando en un libro titulado tentativamente “Nación: El fundamento de la Democracia”.

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