Aforismos contra la locura en una prisión iraní
El saco del tipo olía a cebollas podridas, se lo habían puesto sobre la cabeza luego de sacarlo por la fuerza del aeropuerto Mehrabad. Acababa de despachar su valija a Bruselas: cuatro tipos, un par de palabras secas, la certeza de que él era el profesor Ramin Jahabegloo y, listo, nos va a tener que acompañar, queremos hacerle algunas preguntas. El saco olía a cebollas podridas y tenía un agujero por el cual podía adivinarse algo del auto, algo de los rostros de los sujetos que lo estaban llevando y, al final de ese viaje, algo del edificio en donde pasaría los próximos 125 días encerrado en una celda ínfima y sometido a torturas psicológicas: la prisión de Evin, al noroeste de Teherán. Lo que venía no era bueno, supo entonces, pero al menos no tenían intención de matarlo inmediatamente.
Experto en filosofía y diálogo entre culturas, Jahabegloo (1956) pertenece a la raza cosmopolita de los académicos iraníes, aquellos que exhiben con orgullo sus orígenes persas pero descreen del fundamentalismo como género intelectual. Doctorado en la Sorbona -vivió 20 años en París- y con un posdoctorado en Harvard, reside en Canadá. La escena del aeropuerto ocurrió la mañana del 27 de abril de 2006. Por entonces estaba radicado en Nueva Delhi, aunque nunca había dejado de ir a su país, donde además daba clases. Unos meses antes, había asumido como presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad, un político que supo tener a Occidente en vilo por su plan nuclear y sus dichos altisonantes en contra del imperio norteamericano, pero también debido a las denuncias en su contra por abusos a los derechos humanos y a sus pronunciamientos negacionistas con respecto al Holocausto judío, algo que no perturbó demasiado a varios mandatarios latinoamericanos progresistas, con quienes mantuvo una relación casi amistosa.
Jahabegloo no midió los riesgos de escribir un artículo en contra de las declaraciones negacionistas del presidente ni imaginó que las fuerzas de seguridad iraníes podrían mantenerlo cautivo durante más de cuatro meses en los que sólo tendría acceso a un solo libro: un ejemplar del Corán que leyó cinco veces. En Time Will Say Nothing, volumen de memorias de Jahabegloo que se publica por estos días, cuenta cómo fue ese tiempo durante el cual temió enloquecer y no volver a ver a su familia. Cuenta también los diálogos bizarros que mantenía con sus captores, quienes lo acusaban de ser uno de los cerebros de una barandazinarm, palabra farsí que quiere decir "golpe suave" o "revolución de terciopelo".
Los interrogadores aseguraban que iban a acusarlo de conspiración contra el estado iraní y espionaje
Los interrogadores aseguraban que iban a acusarlo de conspiración contra el estado iraní y espionaje. "Tenemos un cuarto lleno con documentos que lo prueban. Lo más sencillo va a ser que se declare culpable y colabore dándonos los nombres de sus patrones", dijo uno. "¿Qué patrones?", preguntó Jahabegloo. "Estados Unidos e Israel, por supuesto. ¿Cree que somos estúpidos?", fue la respuesta. Sus relaciones académicas con judíos era un punto sensible de las sesiones de tortura. Isaiah Berlin, George Steiner y Noam Chomsky eran lo mismo: judíos. No eran pensadores ni tenían diferencias ideológicas centrales entre sí, encarnaban al enemigo sionista y Jahabegloo trabajaba para ellos: el fanatismo es así. "Soy un filósofo, no un espía", se defendía en vano. Lo presionaron para que grabara un video admitiendo su culpa. Lo hizo. Su dignidad valía entonces menos que sus ansias de libertad, reconoció.
Su estadía en Evin incluía dormir menos de tres horas diarias, ser interrogado en cualquier momento del día y recibir todo tipo de humillaciones. Se lee en sus memorias: "No hay nada comparable al confinamiento solitario en un país como Irán. Sus prisiones de máxima seguridad fueron construidas con un propósito: deshumanizar, torturar, castigar y destruir a esos hombres y mujeres que se atreven a pensar de manera independiente. Evin significa no sólo el fracaso de 3000 años de civilización persa sino también la derrota del sentido común".
Evin significa no sólo el fracaso de 3000 años de civilización persa sino también la derrota del sentido común
Ramin Jahabegloo salió de prisión el 30 de agosto de 2006, luego de la gestión del entonces canciller europeo Javier Solana. Aún con grandes limitaciones, leer y escribir fueron su salvación. Durante su cautiverio, además de la lectura constante del Corán tuvo otro recurso para no enloquecer: escribía aforismos en la parte de atrás de las cajitas con pañuelos descartables que le compraba un guardiacárcel. Buscaba permanecer del lado de la razón. Lo explica así: "El camino hacia la libertad está pavimentado de palabras. Un prisionero sobrevive a través de sus pensamientos. Su mente es la única arma contra la tiranía. Cuando perdemos nuestro orgullo de pensar, lo perdemos todo"..
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