domingo, 26 de octubre de 2014

Napoleón Bonaparte, en las raíces del fundamentalismo radical islámico

 El periodista James Foley, poco antes de ser decapitado por un miembro del EIEl periodista James Foley, poco antes de ser decapitado por un miembro del EI
Decapitaciones, ejecuciones masivas, crucifixiones públicas, lapidaciones… desde hace unos meses para acá, el Estado Islámico (EI) ha sembrado el terror en medio mundo a través de los vídeos difundidos con sus atrocidades. Tal es la envergadura alcanzada por este grupo, que se ha organizado en un Estado no reconocido donde ha puesto en práctica la violencia más brutal contra el «infiel», basándose en una interpretación severa y deformada del islam. El EI es la versión más extrema que hayamos visto del fundamentalismo radical islámico desde que, hace más de una década, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, impulsara la «guerra contra el terror». Pero, ¿de dónde viene esta corriente? ¿Cuándo se originó y dónde están sus raíces?
Para encontrarlas, debemos retroceder hasta la conquista napoleónica de Egipto a finales del siglo XVIII y a su posterior expansión sobre Siria, que a trajo a las naciones musulmanas árabes nuevas ideas como democracia, secularización, nacionalismo, patria, enseñanza laica o separación entre política y religión. Durante el siglo XIX –cuando este proceso se intensificó con la colonización de Áfricapor parte de las otras potencias europeas–, los intelectuales musulmanes respondieron ante estas nuevas prácticas con posiciones que iban de un extremo a otro. Unos abogaban por rechazar todo lo que procedía del exterior y otros defendían que había que adoptarlo todo, aun en detrimento del islam. Y en medio, un amplio abanico de posturas que buscaban dar una respuesta a las nuevas costumbres coloniales.
Éste fue el germen del que surgió, algo más de un siglo después, el nacimiento del fundamentalismo radical islámico que, en última instancia, evolucionó hasta el terrorismo de movimientos como Al Qaidao el EI. «La reacción de Occidente ante la violencia y agresión de algunos de los grupos fundamentalistas ha sido de desprestigiar, difamar y hacer generalizaciones incorrectas», explicaRoberto Marín en su ensayo «El fundamentalismo islámico en el Medio Oriente contemporáneo».
Sin embargo, hay que tener en cuenta que, a lo largo del siglo XIX, las posturas conciliadoras triunfaron en muchos países. Hubo intelectuales del islam que promovieron la idea de que lo correcto era tomar de las potencias europeas todo aquello que no entrara en contradicción con su religión. En Turquía, por ejemplo, esto implicó una occidentalización en la que se llegaron a adoptar el código civil suizo, el penal italiano y el comercial alemán, aun entrando sus leyes en contradicción con la sharía. Por eso en este país, actualmente, la poligamia está abolida y no se castiga el robo cortando la mano al ladrón, ni el adulterio con la muerte, como ocurre en otros países.
Rechazo al «invasor infiel»
Pero la semilla estaba planta y no se pudo evitar que, en la segunda mitad del siglo XIX, las corrientes fundamentalistas fueran penetrando poco a poco en la sociedad, aumentando el rechazo al «invasor infiel», al que consideraban el responsable de la decadencia de los imperios musulmanes (otomano, indio o persa). Pero aún resultaba muy complicado apreciar cambios importantes en las instituciones o en la dimensión religiosa.
«Fue un despertar lento, donde va creciendo la convicción de que hay que purificar el islam de las desviaciones de la decadencia o bien de su sustancial indiferencia hacia la disipación de las costumbres y la religión islámica», explican los sociólogos Enzo Pace y Renzo Guolo en «Los fundamentalismos», donde dividen la evolución de esta corriente en tres fases: «Despertar», «reformismo» y «radicalismo».
Uno de los factores que influyó en el comienzo de la última etapa fueron las críticas a la actuación de algunos gobernantes de África y Oriente Próximo con respecto a las potencias occidentales. A veces, por no responder a las «agresiones» de estas con más fuerza y, en otras, porque veían con muy malos ojos las alianzas que establecieron con las élites colonizadoras, a las que consideraban responsables de la decadencia del islam. Muchos líderes religiosos predicaron, entonces, la vuelta al islam más primitivo, donde creían que encontrarían las respuestas a los problemas del momento. Uno de los casos más significativos es el de Egipto con los británicos.
Los Hermanos Musulmanes
De hecho, Pace y Guolo sitúan los orígenes del fundamentalismo radicalismo islámico en los Hermanos Musulmanes, la asociación egipcia fundada en 1928 por Hasan al-Banna (1906-1949). Este intelectual defendió la formación de un partido político, como instrumento revolucionario, y un programa de acción basado en la unidad islámica para desencadenar, de una vez por todas, los procesos de independencia de varios Estados árabes.
Sus ideas se extendieron con mayor rapidez cuando el Gobierno egipcio ilegalizó a los Hermanos, después del atentado mortal contra el primer ministro Nuqrashi, y el posterior asesinato de al-Banna como respuesta de la Policía secreta, en 1949. Y aunque la organización fue legalizada posteriormente, volvió a ser prohibida en 1954, tras otro atentado fallido contra Gamal Abdel Nasser(1918-1970).
Muchos de sus miembros fueron condenados a muerte y varios miles encarcelados. Entre estos últimos se encontraba Sayyid Qutb (1906-1966), considerado el principal ideólogo del radicalismo islámico. Su obra, junto a la del paquistaní Mawdudi, constituye la referencia teórica de todos los grupos fundamentalistas radicales contemporáneos.
Islam, sistema universal y eterno
Qutb y Mawdudi intentaron demostrar que el islam era un sistema universal y eterno, que el mundo vive en un estado de ignorancia religiosa que produce el mal y que la soberanía pertenece únicamente a Dios, de manera que el orden político solo es legítimo cuando sus gobernantes obedecen la ley del islam. Si los hombres violan este código político-religioso, unos «militantes de la fe» deberían encargarse de «reconducirlos», de la misma forma que si los mandatarios no gobiernan en base al islam, la lealtad hacia ellos debería desaparecer automáticamente.
Este enfoque se tradujo en una declaración de guerra «contra todos los poderes humanos», sean del tipo que sean. La yihad (lucha en el camino de Dios) se estableció en el centro del movimiento. Los enemigos internos pasarán a ser los gobernantes «impíos», portavoces de los valores contrarios a la fe. Y se radicalizará la lucha de esta corriente contra las potencias de Occidente, en especial contra Estados Unidos, como consecuencia del apoyo que estas brindaron a los gobiernos más pro-occidentales, como el de Nuri al-Said, en Irak; el de la dinastía Pahlaví, en Irán; el de Yaafar al-Numeir, en Sudán, y, sobre todo, al de Israel, un país absolutamente hostil al mundo islámico a partir de la segunda mitad del siglo XX.
«La aspiración básica de los fundamentalistas es acabar con todos los gobiernos “títeres” del capitalismo, para poner fin a la difusión de la cultura occidental en sus sociedades y establecer, en cambio, un Estado islámico donde operan las leyes de la sharía y los principios del Corán y la Sunna, con exclusión de todo lo que pueda considerarse innovación», explica Roberto.
La imposibilidad de enfrentarse Estados Unidos, Occidente o Israel, o bien a los distintos gobiernos represivos contra ellos, como el de Siria, Irak o, anteriormente, el de Egipto en la época de Nasser, hizo que estos grupos recurrieran finalmente a la peor de las herramientas: el terrorismo. Ahí están los atentados de Al Qaida o la irracional y terrorífico camino tomado por la organización del Estado Islámico, cuyo objetivo declarado es expandirse por Jordania, Israel, Palestina, Líbano, Kuwait, Turquía y Chipre. Más de dos siglos de evolución y aun las potencias mundiales se preguntan cómo se puede parar la expansión de estos grupos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.