Daniel Karpuj .
CARTA ABIERTA A UN AMIGO APUÑALADO EN JERUSALÉN
Mi querido Edu, desde el miércoles –día en el que te asesinaron- hasta hoy, viernes por la mañana, no escribí absolutamente nada, y creo que el motivo principal es porque leí mucho, tal vez demasiado, acerca de lo que la gente escribió sobre tu persona, a partir de tu muerte.
La conmoción que causó el asesinato del Rabino Rubén Birmajer, hermano ortodoxo del escritor…, etc., y etc.
*
Tenías 19 o 20 años cuando llegaste a Jerusalén a estudiar a una institución en la que yo enseñaba Torá.
En realidad no sé si llegaste exclusivamente a estudiar, pero lo que sí recuerdo es tu búsqueda por lo trascendente, y tu imposibilidad de continuar viviendo una vida “común y silvestre”.
Resulta insoportable pensar que los asesinos que convirtieron en huérfanos de padre a tus siete hijos, también tenían 19 y 20 años.
Hay quien busca la Vida y hay quien sólo busca la sangre y la muerte.
*
Por aquellos días, tuviste un problema de salud, y las posibilidades médicas eran dos: un hospital o una casa en la que pudieses atravesar aquellos días adversos.
De ese modo llegaste a vivir a casa durante diez días.
Mis hijos eran pequeños y las anécdotas que recuerdo son innumerables.
Rescato sólo dos: mi despertador “rugiendo” a la mitad de la noche para despertarte y para que tomaras tus medicamentos al horario prescripto.
Y nuestros paseos mañaneros, por indicación médica, en los que yo te seguía a treinta metros de distancia porque “te parecía innecesario que te acompañara”.
Cuando ya estuviste más recuperado, viajaste a la Argentina y continuaste tus estudios de Torá.
En alguna oportunidad me visitaste con tu esposa y alguno de tus hijos en mi casa, en Jerusalén, y alguna otra vez volvimos a cruzarnos por la calle y a darnos un fuerte y cálido abrazo.
Siempre las noticias que me fueron llegando sobre tu vida fueron gota a gota, hasta el último miércoles…
*
La muerte, y mucho más el asesinato de una persona tan querida, nos coloca en una situación de absoluta verdad.
Por eso, hoy, desde mi estado de rigurosa autenticidad existencial, te despido sin exageraciones ni títulos, sin honores ni alabanzas.
*
Porque el Edu que yo conocí hace 25 años atrás, basta y sobra para afirmar que desde el miércoles al mediodía, el mundo es un sitio más feo.
*
En Jerusalén encontraste la Vida más significativa posible, y en Jerusalén también te aguardó la muerte.
*
Estas pocas palabras de despedida, Edu, son lágrimas disfrazadas de letras y de frases.
Son el escudo que protege a un hombre que hoy te abraza muy fuerte, desde el alma, hasta nuestro próximo encuentro…
*
Tu recuerdo, querido Eduardo, será por siempre un bendición
Mi querido Edu, desde el miércoles –día en el que te asesinaron- hasta hoy, viernes por la mañana, no escribí absolutamente nada, y creo que el motivo principal es porque leí mucho, tal vez demasiado, acerca de lo que la gente escribió sobre tu persona, a partir de tu muerte.
La conmoción que causó el asesinato del Rabino Rubén Birmajer, hermano ortodoxo del escritor…, etc., y etc.
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Tenías 19 o 20 años cuando llegaste a Jerusalén a estudiar a una institución en la que yo enseñaba Torá.
En realidad no sé si llegaste exclusivamente a estudiar, pero lo que sí recuerdo es tu búsqueda por lo trascendente, y tu imposibilidad de continuar viviendo una vida “común y silvestre”.
Resulta insoportable pensar que los asesinos que convirtieron en huérfanos de padre a tus siete hijos, también tenían 19 y 20 años.
Hay quien busca la Vida y hay quien sólo busca la sangre y la muerte.
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Por aquellos días, tuviste un problema de salud, y las posibilidades médicas eran dos: un hospital o una casa en la que pudieses atravesar aquellos días adversos.
De ese modo llegaste a vivir a casa durante diez días.
Mis hijos eran pequeños y las anécdotas que recuerdo son innumerables.
Rescato sólo dos: mi despertador “rugiendo” a la mitad de la noche para despertarte y para que tomaras tus medicamentos al horario prescripto.
Y nuestros paseos mañaneros, por indicación médica, en los que yo te seguía a treinta metros de distancia porque “te parecía innecesario que te acompañara”.
Cuando ya estuviste más recuperado, viajaste a la Argentina y continuaste tus estudios de Torá.
En alguna oportunidad me visitaste con tu esposa y alguno de tus hijos en mi casa, en Jerusalén, y alguna otra vez volvimos a cruzarnos por la calle y a darnos un fuerte y cálido abrazo.
Siempre las noticias que me fueron llegando sobre tu vida fueron gota a gota, hasta el último miércoles…
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La muerte, y mucho más el asesinato de una persona tan querida, nos coloca en una situación de absoluta verdad.
Por eso, hoy, desde mi estado de rigurosa autenticidad existencial, te despido sin exageraciones ni títulos, sin honores ni alabanzas.
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Porque el Edu que yo conocí hace 25 años atrás, basta y sobra para afirmar que desde el miércoles al mediodía, el mundo es un sitio más feo.
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En Jerusalén encontraste la Vida más significativa posible, y en Jerusalén también te aguardó la muerte.
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Estas pocas palabras de despedida, Edu, son lágrimas disfrazadas de letras y de frases.
Son el escudo que protege a un hombre que hoy te abraza muy fuerte, desde el alma, hasta nuestro próximo encuentro…
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Tu recuerdo, querido Eduardo, será por siempre un bendición
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