viernes, 18 de julio de 2014

Prometer es comprometernos

Prometer es comprometernos
Parashah MATOT
B.H.N.’’.V
“No te acostumbres a hacer votos y promesas, finalmente dejarás de cumplir tus juramentos”
(Talmud Babli, Nedarim 20).
 ¿Cuántas veces el lector “dio su palabra”? ¿Cuántas otras se animó a prometer? ¿En cuántas se le arrancó un “te lo juro”? Son preguntas que, a veces, quedan sin respuestas, en particular cuando apelamos a una memoria muy particular, parcial y subjetiva: la nuestra.
 Una memoria que, por el paso del tiempo, termina traicionándonos y dejando sin valor nuestros compromisos. ¿Qué es lo que ha pasado con nosotros? ¿Habremos dejado de ser confiables o, tal vez, ya ni siquiera creemos en nosotros mismos? Podemos pasar por una crisis, como suele decirse, aunque no sea económica en esta ocasión. Nos sentimos, a veces, fragmentados o envueltos en ataduras que, paciente y hasta involuntariamente, tejimos en torno nuestro, quizá para no sentirnos demasiado solos o para sentir que éramos alguien.
 La búsqueda de la verdad nos invita a reflexionar, una y otra vez, acerca de cuándo nuestro “sí” fue sí y cuándo nuestro “no” fue no.
 Si pensamos, querido lector, en el recorrido de nuestros días, cada uno de ellos trajo consigo una nueva palabra, un nuevo compromiso, así como un prolongado silencio y una aguda frustración. No se trata de estados de ánimo, no me malinterprete el lector.
 Estamos hablando de Ud., de mí, de aquellos que queremos y de los que no; hablamos de la vida de relación, plagada de vínculos, elevada por los encuentros y dignificada por cumplir, en alguna parte, con nuestro discurso; de la vida que antepone la condición básica de decir cosas con sentido y que nos propone, a la vez, valorar lo que tenemos y decimos.
 Somos dueños de las palabras mientras no las decimos, después somos solo esclavos de ellas, entiende la sabia y experiente tradición rabínica, que nos quiere decir que no solo debo considerar lo que digo, sino estar preparado para sus proyecciones en el ancho universo de los humanos.
 “Que tus oídos oigan lo que habla tu boca”, expresa el Talmud Ierushalmi (Berajot 2: 4) en un intento por llamarnos la atención sobre nuestra intención. No podemos hablar “porque sí” y arrojar “palabras al viento”, escucharnos es condición necesaria y tener qué decir es fundamental. No sé, con sinceridad, si logramos atender ambos aspectos cuando estamos en el ejercicio de la palabra.
 Nuestra Torá, sagrada y eterna, lo sabe. Es sagrada porque busca al hombre íntegro, total y no a una parte de él; es eterna porque nos brinda un aprendizaje incomparablemente bello y actual: “Como si estuviera escrita hoy”. Creo que la Torá, que es la Palabra del Todopoderoso, sabe del hombre, de sus altos y sus bajos, de su “querer” y de su “no poder”, de sus amores y de sus odios, de cosas dichas y de otras siempre calladas.
 Hoy, cuando estamos finalizando el Sefer BeMidbar, es bueno que nos planteemos como tema reflexionar acerca de nosotros y nuestras palabras, de nosotros y nuestros compromisos, porque en este libro algunos “hablaron por demás” y otros “se apresuraron en abrir sus bocas”.
 El desierto fue ámbito de la palabra para nuestra Torá, insinuándonos que ni la aridez y el vacío, ni las sombras de la muerte y el silencio de las arenas pueden acallar el sonido del hombre, su palabra. Pero también en el desierto debemos saber qué decir, como fue el caso de Moshé Rabenu, infundiendo Palabras de Vida, y asimismo el de Aharón –su hermano y Sumo Sacerdote- que llevaba la paz a cada paso, amaba a las criaturas y les enseñaba palabras de Torá. El desierto también puede crear compromisos, si nos lo proponemos.
 Aunque nuestra perashá no hace referencia solo al hombre de Israel en el desierto, a quien prepara para la vida en una tierra que será suya y cuya propiedad dependerá de las condiciones, morales y espirituales, de la sociedad que la habite.
 Este desierto -que está tocando a su fin pues ya estamos transitando el año cuarenta- ha sabido, desde sus inicios, establecer un orden: hay Tribus, Jefes, Casas Paternas, Familias.
 A ese orden le suceden las “órdenes” (una repetición que espero no oscurezca el sentido): “Habló Moshé a los jefes de las tribus de los hijos de Israel diciendo: Ésta es la cosa que ha prescritoHaShem: Un hombre, cuando formulare un voto ante HaShem, o formulare juramento... no habrá de profanar su palabra; como todo lo que sale de su boca, habrá de hacer”. (Es el comienzo de perasháMatot).
 La Torá concede un lugar de privilegio a la palabra. Las cosas que se dicen, además de tener un sentido, tienen también un tiempo, si carecen de ambos aspectos se está ante una “profanación”.
 Dice la Torá“lo iajél debaró”, no habrá de profanar su palabra. Profanar (aunque bastante difícil de definir) proviene de la raíz hebrea Jol, es decir, aquello opuesto a Kodesh, que es lo sagrado. Afirmamos más arriba que el sentido de la Santidad se asociaba con lo íntegro, lo total, por lo que cabe deducir, por contraposición, qué significa profanar.
 Cuando el judaísmo nos habla de nuestra palabra, de nuestros compromisos, nos exige que tengan “peso” pero también límite de realización. Es interesante que Moshé Rabenu se dirija, particularmente y en primera instancia, a los jefes de las tribus. ¿Quién sino aquel que está a la cabeza acostumbra a prometer y hasta a jurar con tal de prolongar ininterrumpidamente su gestión? ¿Quién sino el dirigente, espiritual o voluntario, está más expuesto a “profanar su palabra” o, tal vez, a “no hacer todo cuanto salió de su boca”? Por ello la exigencia es para ellos, en primer lugar.
 Pero para nosotros, los más simples, el cuidado también debe existir. El sabio rey Shelomó decía que “mejor es no prometer a prometer y no cumplir”, indicándonos que la mayoría de las veces la exposición al incumplimiento es real, posible y frecuente. Hoy, cuando los únicos valores que suben son los de la Bolsa (que, empero, a veces también caen estrepitosamente y surgen los efectos llamados “tequila”, “invernadero” y no sabemos que nuevo nombre futuro más), ¡cuán importante sería preservar el valor de nuestra palabra! ¿Se acuerda el lector acaso de aquel apretón de manos que sellaba una super transacción?
 ¿O quizá recuerde aquel compromiso asumido de no descuidar a la viuda o a los huérfanos? ¿Dónde quedaron las palabras de entonces?
En nuestra sociedad moderna, en todas las geografías, la cosa está clara: “las palabras se las lleva el viento”No es así para la Torá, pues no hay tormenta en el mundo que disipe la luz emanada de nuestro compromiso humano, firmado con lo que dijimos y sellado por el tiempo que pasa. Hoy, cuando se desvaloriza lo que no se debería devaluar jamás, es decir, nuestro “sí” y nuestro “no” o nuestro saber decir sí o no, o los compromisos asumidos, que no siempre se traducen en la plata que donamos a la institución tal o cual; hoy, sufrimos tal vez el peor percance de nuestra historia personal: perder la palabra o que ella no sea tenida en cuenta, ya no sea creíble. Entonces, todo cuanto emprendemos se pierde en las arenas -jol, en hebreo- de ciudades que no nos permiten dejar nuestra huella, porque vivimos tiempos, como judíos, en los que a la palabra “se la llevó el viento” demasiado lejos.
 Le rogamos lector: no se preocupe tanto por el Todopoderoso. Él es quien está más preocupado por Ud., por mí, por todos nosotros.
 Rabino Mordejai Maaravi. Rabino Oficial de la Ole

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