“No somos asesinos. Hicimos lo necesario para defender a Israel”, dijo Harari en una entrevista
Israel le dijo adiós a uno de sus agentes secretos más legendarios y controvertidos que pasó a la historia como uno de los vengadores de “la masacre de Munich” en 1972. Ayer, al informar de la muerte de Mijael Harari, a los 87 años, el diario centroizquierdista israelí Haaretz lo llamó “el James Bond del sionismo”.
Harari, pesadilla de los líderes palestinos durante las pasadas década de los 70 y 80, años de implacable lucha por todo el mundo entre su país y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), murió el domingo en su residencia del burgués barrio de Afeka. Su desaparición hizo resurgir su nombre del olvido, algo en verdad curioso ya que su trabajo al frente del Mossad –el servicio de espionaje exterior israelí– llegó a la cinematografía en 2005 de la mano de Steven Spielberg.
Nacido en Tel Aviv, Harari ingresó en la seguridad israelí a los 16 años, tras mentir a sus superiores sobre su edad. Rápidamente entró a formar parte de los servicios de inteligencia y fue despachado a Europa para organizar la emigración ilegal de judíos a la entonces Palestina bajo mandato británico.
Su carrera se extendió durante 40 años: primero como combatiente en las filas de la Hagana, el brazo militar del gobierno sombra judío en la Palestina británica; luego, después de la constitución de Israel, en el Shin Bet, el servicio secreto para la seguridad interior, adonde llegó en 1954. Traspasado al Mossad poco después, fue encargado del departamento “Cesárea” de operaciones especiales, a partir del cual creó después la unidad “Kidón”, encargada del asesinato de enemigos árabes y que fue puesta a cargo de la célebre operación “Ira de Dios”.
Este último quizás fue su rol más destacado cuando la ex primera ministro Golda Meir le encomendó la operación para asesinar fedayines palestinos considerados mandantes o implicados en la tragedia de los atletas israelíes masacrados por un comando en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972. Allí fueron asesinados once atletas israelíes. El número exacto de dirigentes palestinos que el Mossad mató en ese período se desconoce, pero se sabe al menos de ocho y que la operación siguió hasta por lo menos 1979, y quizás hasta una década más.
Harari, que solía dirigir in situ las actividades de la unidad Kidón, estuvo a punto de ser arrestado en Noruega en 1973 cuando dos de sus agentes mataron por error a un camarero marroquí al que confundieron con Hasán Salameh, cerebro del ataque en Munich y dirigente palestino del grupo Septiembre Negro. Fue el principal fiasco de la campaña de venganza que alentó Golda Meir y por la que Israel compensó al hijo de la víctima con US$ 400.000 en 1996.
La campaña de asesinatos fue mantenida en el más absoluto secreto hasta mediados de los ochenta y ha sido objeto de tantas críticas como reportajes periodísticos y libros.
“Nosotros no hemos sido asesinos.
Sólo hicimos lo que era necesario para defender al Estado de Israel”, afirmó en una reciente entrevista al presentar su libro “El hombre de las operaciones”.
Se cuenta que Harari también tuvo un rol relevante en el rescate de pasajeros del avión de Air France secuestrado por un comando terrorista en Entebbe, Uganda, en 1976. Tras su retiro, se vio envuelto en un escándalo internacional cuando su país le pidió mantener relaciones secretas con el entonces presidente panameño Manuel Antonio Noriega, depuesto y encarcelado en Estados Unidos en 1987 por tráfico de drogas.
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