Vaieshev(Génesis 37-40)
Segundas oportunidades
La parashá de esta semana tiene dos temas principales:
- La venta de Iosef por parte de sus hermanos, su llegada a Egipto y las vicisitudes de su vida allí.
- La historia de Yehudá y Tamar.
La secuencia en la cual son presentadas estas dos historias es un poco inusual. La Torá interrumpe el relato sobre Iosef, nos cuenta toda la historia de Yehudá y Tamar, y luego continúa con la historia que había interrumpido sobre la vida de Iosef.
La historia de Yehudá y Tamar ocurrió en algún momento durante los 22 años que Iosef estuvo alejado de su familia. ¿Por qué la Torá no terminó primero con el relato de la historia de Iosef?
Rashi responde esta pregunta en nombre del Midrash:
Fue en ese entonces que Yehudá descendió de sus hermanos y fue donde cierto hombre adulamita, cuyo nombre era Jirá(Génesis 38:1).
¿Por qué el relato interrumpe la historia de Iosef? Para enseñarnos que sus hermanos depusieron a Yehudá cuando vieron el sufrimiento de su padre. Le dijeron: “Tú nos dijiste que lo vendamos. Si nos hubieras dicho que lo regresemos a nuestro padre, también te habríamos escuchado” (Shemot Rabá 42:3).
Al ver que sus hermanos lo habían expulsado, Yehudá se fue por su cuenta y formó una alianza con Jirá el adulamita.
La consecuencia de la venta de Iosef fue la pérdida de dos hermanos, no sólo uno.
Por lo tanto, la consecuencia de la venta de Iosef fue la pérdida de dos hermanos, no sólo uno.
Y no eran dos hermanos cualesquiera. Ellos —Iosef y Yehudá— eran los antepasados de las dos líneas de monarcas judíos. Los progenitores de los reyes de Yehudá y Efraim (hijo de Iosef) fueron expulsados por la congregación de Israel de forma simultánea, dejando a Israel sin un liderazgo efectivo. Es más, Yehudá fue expulsado porque lo culparon de la expulsión de Iosef. El progenitor del linaje de David fue expulsado por decidir expulsar al progenitor de Efraim, su linaje rival. Hay algo sumamente destacable sobre cómo se entrelazan los destinos de estos dos gigantes del pueblo judío. Si Dios quiere, exploraremos a continuación la relación que hay entre ellos.
Comencemos con la historia de Yehudá y Tamar.
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Matrimonio por levirato
Najmánides, basado en muchas fuentes judías, cita la reencarnación como la forma de entender el matrimonio por levirato, el cual obliga a un hombre a casarse con la esposa de su difunto hermano (si éste no tuvo descendencia). El matrimonio por levirato jugó un rol principal en la historia de Yehudá y Tamar.
Yehudá tenía tres hijos, de los cuales el mayor, Er, se casó con Tamar. Cuando él murió, el segundo hijo, Onán, se casó con Tamar de acuerdo al mandamiento de levirato. Posteriormente él también falleció, por lo que Yehudá no quería que su tercer hijo, Shela, se casara con Tamar según exigía el mandamiento.
Analicemos esta historia desde la perspectiva que presenta Najmánides.
Najmánides explica que cuando Dios ve que un alma no está cumpliendo con la tarea para la cual fue enviada a este mundo, a veces Dios la saca y la manda nuevamente más adelante. De esta manera no sólo le ofrece una segunda oportunidad, sino que le ofrece una oportunidad con un nuevo comienzo, sin la mancha de la falla previa.
El emparejamiento entre nuestras almas y nuestros cuerpos (los cuales son el envoltorio físico de nuestras almas) no ocurre de forma aleatoria. El cuerpo fue diseñado para ajustarse al alma de forma más exacta que un traje espacial al cuerpo de un astronauta. Por lo tanto, cuando te casas con la esposa de tu difunto hermano paterno, eres tú quien le podrá ofrecer la mayor correspondencia posible en términos de ajuste físico. La esposa de un hombre es parte de su ser físico y espiritual, según se explica en Génesis 2, y un hermano es el emparejamiento genético más cercano posible. Por lo tanto, el hijo que nace de un matrimonio por levirato es la vía ideal para permitirle al alma del difunto volver a este mundo.
Pero Onán sabía que la simiente no sería suya; y por eso, cada vez que se unía a la mujer de su hermano, dejaba que [su semilla] cayera desperdiciada al suelo, para no darle descendencia a su hermano (Génesis 38:9).
Najmánides explica que Yehudá le había enseñado el secreto del levirato a Onán; él sabía que el hijo que tuviese con Tamar sería la reencarnación de su hermano en lugar de ser su propio hijo. Por razones personales, él no quería a su hermano de vuelta, y consecuentemente desperdiciaba su semilla cada vez.
Cuando Onán murió, Yehudá se dio cuenta que era peligroso someter a su hijo restante Shela a la misma prueba hasta que no alcanzara una madurez completa y fuera suficientemente fuerte como para lidiar con las dificultades espirituales obvias que aparentemente presentaba el hecho de casarse con Tamar. Consecuentemente le dijo a Tamar que esperase hasta que Shela madurase.
Tamar no entendió la razón para el retraso y por lo tanto, cuando a sus ojos Shela era suficientemente maduro como para casarse y Yehudá no la llamó, ella decidió tomar cartas en el asunto y obligar a Yehudá mismo a cumplir con la obligación del levirato.
Tamar se vistió como una prostituta y sedujo a Yehudá.
Para lograr su cometido, ella se vistió como una prostituta, sedujo a Yehudá y quedó embarazada de esa unión.
Najmánides explica que en realidad, todos los parientes que están en la línea de herencia son posibles candidatos; el hermano es solamente el más calificado. Después de que la Torá fue entregada y fue prohibido unirse con un pariente, entonces fue hecha una excepción sólo para el mejor candidato posible, el hermano paterno. Pero en este punto de la historia todos los parientes estaban calificados, sólo que mientras más cercano mejor.
Obviamente el levirato dio resultado. Tamar le dio a Yehudá dos hijos mellizos, Pérez y Zéraj, quienes en realidad eran la segunda edición de Er y Onán respectivamente. La segunda vez que vinieron al mundo, estas almas sí lograron cumplir con su cometido. Pérez es el progenitor de David y el bisabuelo del Mashiaj, quien será descendiente de David.
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La caída de Yehudá
De acuerdo al tema de este ensayo, podemos interpretar estos eventos en un nivel más profundo de la siguiente manera: Yehudá cayó en el incidente de la venta de Iosef. Sus hermanos sintieron que aún no estaba listo para cumplir con el rol que tenía destinado en la monarquía. No bastaba con que Yehudá liderara, ya que él no sólo era el rey predestinado de Israel, sino que también era su Mashiaj. Además de saber cómo liderarlos, Yehudá también debía poseer el talento para redimirlos y devolverles los tesoros espirituales que habían perdido. Ellos entendieron a partir de la angustia de Yaakov que la pérdida de Iosef era irremediable.
Todos sus hijos e hijas [de Yaakov] se levantaron para confortarlo, pero el se rehusó a ser confortado y dijo: “Descenderé a la tumba llorando por mi hijo” (Génesis 37:35).
Este era un comportamiento sumamente extraño para Yaakov, ya que está escrito:
Ustedes son hijos de Hashem vuestro Dios. No se mutilen y no se dejen una superficie calva en medio de la cabeza como señal de duelo. Porque ustedes son una nación consagrada para Hashem vuestro Dios… (Deuteronomio 14:1-2).
Najmánides dice que esta declaración de “ustedes son una nación consagrada” es una garantía de la supervivencia de las almas. Así, el versículo debe ser entendido como una declaración en un argumento: “Como saben, ustedes son una nación consagrada, a quien Hashem atesora, y Él nunca abandonará a un alma judía; por lo tanto, no es apropiado para ustedes lamentar la pérdida de un ser querido en un nivel extremo, incluso alguien que haya muerto joven”. La Torá no prohíbe las lágrimas, ya que es parte de la naturaleza humana llorar por la dolorosa partida de algún pariente. Pero una forma extrema de duelo no es apropiada, ya que la persona por la que se hace duelo no se ha perdido realmente. Es más apropiado pensar que la persona está simplemente en un estado de ‘separación’. De esta ley, nuestros sabios desprenden la regla de que está prohibido lamentar la pérdida de alguien en exceso (ver Talmud Moed Katan 27b).
De hecho, a Rashi le complicó el aparentemente excesivo duelo de Yaakov. Él explica el rechazo de Yaakov a ser confortado con la ayuda de un Midrash:
Dios le había prometido a Yaakov lo siguiente: si todos sus hijos sobrevivían, a él se le garantizaba que nunca vería el Geinóm, pero si cualquiera de sus hijos moría durante su vida, entonces esto indicaría que la casa de Israel no había alcanzado aún su nivel de perfección espiritual deseada y por lo tanto su misión en la vida habría fallado (Tanjumá, Vaigash 9).
Cuando vieron la severidad del duelo de Yaakov, los hermanos de Yehudá entendieron que ellos —Israel—, no podrían sobrevivir la pérdida de Iosef intactos. Iosef debería haber sido salvado en vez de expulsado. Yehudá era por lo tanto un líder inadecuado, ya que era su responsabilidad decidir qué era necesario para alcanzar la redención. Y dado que había fallado, fue depuesto.
Los hermanos no estaban equivocados en su juicio. Los hijos de Yehudá, Er y Onán, que habrían de ser los progenitores del linaje del redentor, eran un fracaso. Y lo que es más, la razón principal de su fracaso radicaba en el mismo punto: no preocuparse lo suficiente por la supervivencia del pueblo judío. En lugar de preocuparse por el futuro y de cumplir con su responsabilidad de traer al mundo almas que fueran capaces de liderar al pueblo judío rumbo a su destino —lo cual les incumbía como potenciales monarcas—, ellos pensaron sólo en su gratificación presente e ignoraron sus responsabilidades sociales.
Pero es aquí donde Yehudá hizo lo suyo y demostró su grandeza. Él no renunciaría a ellos ni siquiera luego de sus muertes. Najmánides explica que fue Yehudá quien instituyó la práctica del matrimonio por levirato en el mundo (Bereshit Rabá 85:6). Él estaba determinado a redimir las almas perdidas por medio de darles una segunda oportunidad para alcanzar su potencial. Al final, tuvo éxito en su cometido.
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Redención personal
Las dificultades que tuvo que superar Yehudá en su camino hacia el éxito le proveyeron la clave para su propia redención. Estas dificultades que enfrentó en el camino se componían principalmente de dos elementos. El primero era el dolor emocional. Yehudá sufrió en repetidas ocasiones el dolor asociado a la tragedia de la pérdida personal, el dolor de la pérdida de su esposa y de dos de sus tres hijos. Este dolor expiaba por sus acciones ya que él infligió el mismo dolor a su padre cuando vendió a Iosef. El segundo elemento es más sutil.
Una vez que se supo que Tamar estaba embarazada, ella fue condenada por adulterio.
Una vez que se supo que Tamar estaba embarazada, ella fue condenada por adulterio, ya que nadie sabía, ni siquiera Yehudá (él pensó que había sido seducido por una prostituta anónima), quién era el padre de su hijo. Consecuentemente, Tamar fue condenada a muerte.
Camino a su ejecución, Tamar le envió de regreso a Yehudá su bastón y su sello (los cuales había tomado en el momento de la seducción) y le pidió que reconociera que él era en realidad el padre de su futuro hijo y que proclamara formalmente que ella era inocente. La respuesta de Yehudá fue:
“Ella tiene razón; es mío” (Génesis 38:26).
El Talmud separa esta respuesta en dos partes: Yehudá dijo “Ella tiene razón”; Dios dijo “es Mío” (Makot 23b). Veamos si podemos aclarar esto un poco más.
Al final del libro de Deuteronomio, Moshé bendice a las tribus:
“Que Reuben viva y no muera, y que su descendencia sea incluida en la cuenta. Y esto dijo para Yehudá: Oh Dios, escucha la voz de Yehudá y devuélvelo a su pueblo…” (Deut. 33:6-7).
Haciendo hincapié en la yuxtaposición de Reuben y Yehudá en la bendición de Moshé, nuestros sabios ofrecen la siguiente explicación:
Moshé le dijo a Dios: “¿Quién hizo que Reuben admitiera su pecado? ¡Yehudá! Por lo tanto, escucha la voz de Yehudá” (Talmud Makot 11b).
Rashi explica: “¿Quién hizo que Reuben confesara que había cohabitado con Bilah? Yehudá, quien confesó ante Tamar”. Nuestros sabios tienen una tradición de que cuando Reuben escuchó a Yehudá declarar “Ella tiene razón”, él se inspiró y dijo “es verdad, yo cambié la cama de mi padre”.
Pareciera ser que la confesión de Yehudá tuvo la cualidad inspiradora que poseen las acciones que encarnan una gran demostración de coraje moral. Pero a primera vista, es difícil reconocer algún tipo de grandeza moral en la confesión de Yehudá. ¿Acaso el podría haberse quedado callado mientras veía a Tamar ser ejecutada una vez que él sabía que ella realmente era inocente? Después de todo, él seguramente reconocía los artículos que él mismo le había entregado. ¿Acaso alguno de nosotros se habría comportado de manera diferente?
Quizás podemos explicarlo de esta forma: Yehudá había tenido una relación íntima con una mujer que se comportaba exactamente igual que una prostituta. ¿Qué lo llevó a involucrarse en un acto como ese, el cual ciertamente estaba por debajo de su nivel de dignidad e integridad moral? La respuesta obvia es que probablemente tuvo un impulso irresistible. ¿Pero cuál es la fuente de un impulso como ese? Iosef también decía haber tenido un impulso irresistible que lo había llevado a soñar los sueños que más tarde relató a sus hermanos. La explicación de Iosef era que todo impulso irresistible es inspirado de forma Divina, y por lo tanto él argumentaba a sus hermanos que sus sueños eran realmente de naturaleza profética. Pero sus hermanos rechazaron su argumento y sostenían que aquel impulso irresistible se originaba en su deseo de tener poder.
¿Pero cuál era el impulso de Yehudá? Si era una manifestación de su profunda frustración sexual, entonces Tamar no era más que una prostituta común y corriente. El hecho de que ella hubiese tenido relaciones una vez con él no probaba que los hijos que ella estaba engendrando fueran de él. Si ella realmente se había convertido en una prostituta, entonces ella probablemente había tenido relaciones con muchos hombres. Pero si su impulso había sido inspirado Divinamente, entonces Tamar no era realmente una prostituta.
Al poner aquel impulso irresistible en Yehudá, Dios ayudó a Tamar a cumplir con su designio.
Al poner aquel impulso irresistible en Yehudá, Dios ayudó a Tamar a cumplir con su designio de desempeñar el rol en el matrimonio de levirato que haría volver las almas de sus difuntos esposos. Por un lado, ¿por qué haría Dios que el progenitor del Mashiaj tuviese un deseo depravado por una mera prostituta? Pero por el otro lado, si su propio deseo había sido Divinamente inspirado, entonces probablemente había ocurrido lo mismo con el de Iosef y Yehudá simplemente lo había juzgado de forma equivocada, causando así una gran tragedia para el pueblo judío.
Luego de sopesar estos argumentos, Yehudá confesó. En el mismo segundo que él dijo las palabras “ella tiene razón”, Dios inmediatamente confirmó el hecho de que el impulso de Yehudá de tener relaciones con Tamar había sido efectivamente inspirado Divinamente. La voz celestial declaró: “es Mío”.
Cuando Reuben atestiguó el coraje moral de Yehudá al asumir que había errado tanto con Tamar como con Iosef, se inspiró para confesar su propio pecado.
Por lo tanto, la Torá debe relatar la historia de Yehudá y Tamar precisamente en este punto, en el medio de la historia de Iosef.
Yehudá es quien expulso a Iosef. Primero él debía darse cuenta y reconocer su propio error. Sólo después de tener su propio despertar espiritual tendría la sabiduría necesaria como para aceptar nuevamente a Iosef como parte del pueblo judío. Tan pronto como Yehudá se recupero espiritualmente, el escenario quedo libre para el éxito de Iosef en Egipto y para su posterior retorno a la familia. Antes de que la recuperación de Yehudá estuviera completa, Iosef no podía ni quiera comenzar.
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Reyes judíos
El pueblo judío tiene dos reyes y dos reinados, porque el reinado de Dios en la tierra adopta dos formas: Dios es el creador y gobernador del mundo físico, pero Él también es el creador y gobernador de todas las almas.
En términos de Su reinado sobre el mundo físico, nuestra misión como pueblo elegido es establecer un reinado físico que se dedique a utilizar los recursos físicos que hay disponibles en la tierra a Su servicio, de forma tal que todos los seres humanos puedan aprender cuál es la manera apropiada de comportarse aquí en la tierra como sirvientes de Dios.
En términos de Su dominio sobre el mundo de las almas, nuestro deber es desarrollar los matices de todas las almas judías de forma tal que no se desperdicie el poder de ninguna de ellas.
El pueblo judío tiene una tradición de dos Mashiaj, uno que es hijo de Iosef y uno que es hijo de David.
El pueblo judío tiene una tradición de dos Mashiaj, uno que es hijo de Iosef y uno que es hijo de David.
En su elogio a Teodoro Herzl, Rav Kook comparó el esfuerzo sionista de reestablecer Israel como un estado físico con el trabajo del Mashiaj ben Iosef.
Cuando el pueblo de Israel tiene un estado, entonces hay un componente físico en la tierra que tiene el potencial de demostrarle al resto de la humanidad cómo es posible para el hombre preocuparse de sus asuntos cotidianos y mantener sin embargo una relación cercana con Dios. Este es el significado del destino terrenal de Israel de ser “una luz para las naciones”.
Pero para ser capaces de explotar este potencial, Israel también debe involucrarse en el esfuerzo relativo al Mashiaj ben David.
Nosotros debemos restaurar el espíritu judío por medio de redimir las almas judías del daño y el agotamiento espiritual producto de las pruebas y el duro trabajo a lo largo de nuestra historia. La lucha espiritual y la confusión son inevitables en el estado judío hasta que esta tarea sea completada en su totalidad. Es el último paso que falta, y éste marcará el comienzo de la llegada del descendiente de Yehudá, el Mashiaj ben David.
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