La próxima guerra
Por Fawaz A. Gerges, profesor de Política de Oriente Medio y Relaciones Internacionales de la London School of Economics (LA VANGUARDIA):
En un informe al Consejo de Seguridad de la ONU a principios de julio, el secretario general de la organización, Ban Ki Mun, advertía que un aumento de la tensión entre Líbano e Israel podría conducir a una nueva guerra de efectos posiblemente devastadores para toda la región. Ban dijo que el aumento de la tensión agitaba “el fantasma de un error de cálculo por cualquiera de las partes susceptible de derivar en la reanudación de las hostilidades”.
La del secretario general no es la única voz que avisa del peligro. Tanto dentro como fuera de la región se teme que la frontera libanesa-israelí, una de las zonas más militarizadas del mundo, podría brindar la chispa que inflame un conflicto en toda la región. En el 2009, las tensiones entre Israel y Líbano experimentaron una peligrosa escalada. Mientras Israel acusa a Siria e Irán de proporcionar ayuda a Hizbulah (que lanza cohetes contra su territorio), este movimiento exige que Israel se retire de los territorios libaneses ocupados y deje de violar la soberanía de Líbano. Según se ha informado, Israel ha dispuesto planes de contingencia para reocupar el sur de Líbano y Hizbulah ha amenazado con una guerra total en caso de un ataque de Israel.
Acaba de publicarse el nuevo libro de David Hirst, corresponsal de The Guardian en Oriente Medio, en el que advierte que la nueva guerra árabe-israelí podría estallar en la frontera libanesa-israelí. Cabe la posibilidad de que políticos y soldados pasen por alto las advertencias de Hirst bajo su propia responsabilidad.
El libro de este corresponsal es una historia del conflicto árabe-israelí a través del prisma de su impacto sobre la evolución de los vecinos países árabes, en especial el diminuto y frágil Líbano, un Estado que sufre los efectos de los enfrentamientos entre distintas facciones y que históricamente ha sido campo de batalla de choques entre otros países. Pocas voces hay tan autorizadas como la de Hirst para aventurar pronósticos y relatar la historia de Líbano, país desgarrado por la guerra que conoce desde hace muchos años. Su experiencia infunde a su relato la credibilidad intelectual y la intensidad que se encuentran a faltar en otros casos.
Según Hirst, la invasión de Líbano en 1982 por parte de Israel fue un acontecimiento esencial que transformó la faz de la región. En los años setenta, Líbano se sumió en un conflicto en todas direcciones y, en la época de la invasión israelí, Hirst observa que los representantes expansionistas del “Gran Israel” como el primer ministro derechista del Likud, Menahem Begin, y su entonces ministro de Defensa, Ariel Sharon, vieron en la desintegración de Líbano la ocasión histórica de trazar de nuevo el mapa geopolítico de Oriente Medio, que incluía asegurarse en provecho propio toda Palestina y acallar cualquier reclamación sobre los territorios ocupados.
Hirst señala con perspicacia que la arrogancia y altanería imperiales de Israel coincidió con la llegada de la Administración Reagan; como Begin reconoció, nunca hubo una Administración tan favorable a Israel. No es de extrañar – añade Hirst-que antes de que Begin y Sharon enviaran su ejército a Líbano contaran con la luz verde del secretario de Estado estadounidense, Alexander Haig, que Sharon sólo podía interpretar como “una licencia de caza”.
Esta guerra de 1982 se cobró las vidas de 20.000 personas, en su mayoría civiles. Israel sitió una capital árabe, Beirut; expulsó a Arafat y a los líderes de la OLP y sus milicias, y logró la matanza genocida de 3.000 civiles palestinos perpetrada por las falanges libanesas en los campos de refugiados de Sabra y Chatila.
No obstante, Hirst no es sólo crítico frente a Israel. Su libro es un relato demoledor que no ahorra dardos contra Siria, Irán, Iraq y la OLP, que también han librado guerras por cuenta ajena en Líbano. Hirst sostiene que los dirigentes sirios perpetuaron su dominio sobre Líbano y se aseguraron su patio trasero desviando fondos en su provecho por valor de casi dos millardos de dólares al año. Añade que el ayatolá Jomeini, de mentalidad pragmática en este caso, poseía un interés estratégico en Líbano. Juzgó que la lucha contra el Estado judío le permitía presentarse, con ecuménico y panislámico espíritu, como defensor de una causa que no era monopolio de árabes zuñes y palestinos.
Pero el factor que transformó la política interna de Líbano y el conflicto árabeisraelí fue la guerra de 1982 (que duró hasta el 2000). Fue una guerra que infligió un daño irreparable al aura de invencibilidad de Israel y creó un nuevo enemigo chií de cuyas filas brotó un movimiento de resistencia de base, Hizbulah, más temible que la ampliamente burocrática y corrupta OLP. “De no haber dado este paso el enemigo – diría su líder Hasan Nasrala muchos años después-no sé si habría nacido algo parecido a Hizbulah. Lo dudo.”
Hizbulah se presenta ahora como punta de lanza de la lucha árabe-musulmana contra el Estado judío y buena parte de la comunidad musulmana global parece abrigar perspectivas similares. Según Hirst, el enorme fracaso moral y estratégico de Israel en Líbano ha deslegitimado aún más a los regímenes árabes proestadounidenses moderados como Egipto y Arabia Saudí y ha reforzado el bando de la resistencia islámica nacionalista liderado por Irán y Siria.
En su discurso posterior a la guerra del 2006, el carismático Nasrala dijo a la enorme y eufórica muchedumbre que la victoria que celebraban había transformado a Líbano de un Estado “pequeño” en uno “grande” en Oriente Medio. Hirst coincide en afirmar que Líbano ya no es el desventurado objeto de las conductas de otros, sino un protagonista activo por derecho propio debido a la poderosa influencia de Hizbulah en la región. ¿Resultará que Líbano, la eterna víctima, se habrá convertido en agresor, representando a su vez una amenaza para destacadas potencias no inferior a la que estas habitualmente representaban para él? Todo tiene dos caras. Hirst cita a líderes israelíes que dicen que se están preparando para la “próxima guerra”, el “segundo asalto” contra Hizbulah y el Estado libanés, que consideran casi inevitable. Y, aunque Hizbulah ha evolucionado hacia un partido político convencional, con su agenda en política interior, añade que sigue disponiendo de una poderosa milicia armada dotada de un programa de ámbito asimismo exterior y de carácter islamista que sigue prácticamente la pauta de la política exterior iraní e incluso siria.
En otras palabras, Líbano sigue siendo un campo de batalla de guerras y conflictos ajenos. La única diferencia actual estriba en que si Israel dispara primero en la “séptima guerra de Oriente Medio”, la guerra podría no limitarse a Líbano. Otros miembros del bando islamo-nacionalista como Hamas, Siria e Irán – el de más peso e influencia-podrían sumarse. La batalla podría extenderse a todo Oriente Medio.
El pronóstico de Hirst no es exagerado. La región se halla en una coyuntura crítica y los tambores de guerra suenan más fuerte cada día que pasa. La esperada iniciativa de paz del presidente estadounidense, Barack Obama, ha llegado a un punto muerto. La coalición gobernante israelí ha rechazado su llamamiento para detener la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania y el ocupado Jerusalén este. La estrategia de Obama de alcanzar un compromiso con Irán es vacilante. Se agudiza un sentimiento de desesperación entre los palestinos, sobre todo en la sitiada Gaza.
Si la historia puede servir de guía, en ausencia de una paz final árabe-israelí o, al menos, de un progreso hacia una paz, “habrá guerra o violencia a gran escala”, concluye Hirst de forma inquietante.
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