viernes, 30 de julio de 2010

Por qué levantar ahora la prohibición de viajar a Cuba?‏

Por Mary Anastasia O'Grady
Hoy se marca el primer aniversario de la decisión de la Corte Suprema hondureña de ordenar el arresto de Manuel Zelaya, el seguidor de Hugo Chávez hambriento de poder que intentó ser presidente de por vida.
Es algo para celebrar: gracias a la valentía de la Corte y el Congreso, que votó para removerlo de su cargo, se salvó la democracia.
Sin embargo queda una pregunta irritante: ¿por qué el gobierno de Barack Obama y legisladores estadounidenses clave estuvieron obsesionados, durante siete meses, con intentar obligar a Honduras a reinstalar a Zelaya? ¿Por qué EE.UU. retiró visas, negó ayuda y lideró una campaña internacional para aislar a la diminuta democracia centroamericana? Para parafrasear a muchos estadounidenses que me escribieron durante el conflicto: "¿De qué lado están?".
Ese tipo de dudas sobre los motivos del partido en el poder el Washington serán difíciles de ignorar esta semana cuando los demócratas intenten volver a poner la política estadounidense hacia Cuba en la agenda legislativa. Específicamente, el demócrata de Minnesota Collin Peterson intentará aprobar una ley en el Comité de Agricultura de la Cámara de Representantes que levantaría la prohibición de viaje hacia Cuba para los estadounidenses sin ninguna concesión de derechos humanos por parte de Castro.
El fin de la prohibición de viajar a Cuba significaría una bonanza para el turismo de la isla en momentos en que Fidel y Raúl necesitan nuevos ingresos desesperadamente. Pero la iniciativa para levantar la prohibición también tiene simpatizantes anti-castristas. Sostienen que lo que preserva la dictadura es el aislamiento y que una ráfaga de turistas estadounidenses la debilitaría.
Los defensores de la prohibición señalan que una ola de turistas europeos, canadienses y latinoamericanos desde mediados de los años 90 no ha cambiado nada. Temen que los estadounidenses que van en busca de un bronceado fascinante sólo apuntalen una dictadura que es famosa principalmente por el trabajo esclavo, el encarcelamiento de los disidentes y la siembra de revoluciones en el hemisferio.
Con tanto riesgo involucrado, cualquier cambio de política dependerá mucho de confiar en los motivos de los líderes de EE.UU. Recuerde que fue Nixon, un republicano, quien descongeló las relaciones con China. Es por eso que los esfuerzos para cambiar la política liderados por los actuales demócratas inquieta a tantos estadounidenses. Después de todo, si Peterson quiere impulsar el comercio, ¿por qué no presionar para aprobar el acuerdo de libre comercio con Colombia? ¿Por qué está tan interesado en hacer negocios con un dictador?
La dictadura necesita efectivo. El régimen ahora depende en gran medida de medidas como enviar médicos cubanos a Venezuela a cambio de petróleo a bajo precio. Pero según un artículo reciente de la agencia de noticias Associated Press, "el comercio exterior de Cuba se derrumbó en más de un tercio en 2009", quizás sea porque Caracas, que a su vez se está quedando sin dinero, ya no es un benefactor confiable. Una marcada caída en los precios del níquel no ayudó, como tampoco lo hicieron tres huracanes en 2008, que devastaron viviendas.
Cuba les debe a los acreedores soberanos miles de millones de dólares, según el Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Estadounidenses de la Universidad de Miami, y según un informe de Reuters del 23 de junio, está tan necesitada de efectivo que había "congelado hasta US$1.000 millones en las cuentas de 600 proveedores extranjeros para comienzos de 2009".
Ahora hay una seria escasez de alimentos. Este mes, los medios independientes en Cuba informaron que una escasez de arroz hacía que el gobierno se preocupara tanto por el malestar civil que tuvo que enviar efectivos policiales para acompañar las entregas a tiendas.
Varias fuentes me informaron que el cardenal católico de La Habana, Jaime Ortega, realizó un viaje de muy bajo perfil a Washington la semana pasada para hacer lobby por el levantamiento de la prohibición de viaje. Hubo rumores de que una de sus reuniones fue con el secretario asistente para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de EE.UU., Arturo Valenzuela. El Departamento de Estado prefirió no decirme si esto era cierto o no.
Otras fuentes indicaron que el cardenal apeló a miembros del Congreso, incluido el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes Howard Berman y su asesor, Peter Quilter. Le consulté a la oficina de Berman pero no obtuve respuesta. Los lectores habituales de esta columna conocen las tendencias de Quilter. Como informé en abril, viajó con Fulton Armstrong, asesor del senador John Kerry, a Tegucigalpa para advertirles a los hondureños que respaldaron la remoción de Zelaya que aún eran mal vistos.
Mientras Castro depende del embargo para explicar la pobreza cubana, a su vez, al parecer, necesita con desesperación el turismo estadounidense, que podría controlar. Y si el cardenal Ortega decidió intervenir a favor de las necesidades del régimen, no sería sorprendente. Desde hace mucho tiempo, los defensores de los derechos humanos —como el ex prisionero político Armando Valladares, un católico practicante— lo consideran más como una herramienta del régimen que un adalid de los oprimidos. Una evaluación más bondadosa del cardenal sugiere que intenta impulsar el poder de la Iglesia en la isla. De cualquier forma, actuar como emisario ante Washington ahora tendría sentido.
Pero para quienes están interesados en la libertad cubana esto es extraño. Por primera vez en la historia, los Castro están arrinconados. Sin embargo, en lugar de negociar desde una posición de fortaleza, los demócratas parecen querer aliviar a la dictadura.
Fuente: The Wall Street Journal

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