LA DIPLOMACIA QUE CAMBIÓ EL CURSO DE LA HISTORIA
EL PLAN DE PARTICIÓN DE PALESTINA – 29 de noviembre de 1947
de Yehuda Krell
El 18 de febrero de 1947 fue un día histórico para el Medio Oriente: Ernest Bevin, Ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, expresó públicamente en el Parlamento en Londres su fracaso en la búsqueda de lograr algún tipo de acuerdo entre judíos y árabes en Palestina y así calmar la difícil situación. El ministro expresó que los intereses opuestos entre ambas comunidades son las causas de esta frustración y que no existe ninguna posibilidad que los británicos, a través de sus iniciativas y tratativas, puedan solucionar el grave conflicto. Por lo tanto transfieren la Cuestión Palestina a las Naciones Unidas para su tratamiento y la búsqueda de una solución.
Así se hizo y el 2 de abril del mismo año el gobierno británico pidió a la O.N.U. que el problema de Palestina se incluyera en su agenda, declarándose que no estaba facultado para proponer ninguna solución política concreta, dejando así el asunto en manos de la Asamblea General; llegaba a su fin el Mandato Británico.
Los Difíciles Años del Mandato
Al término de la Gran Guerra (1914-1918) Francia e Inglaterra derrotaron y expulsaron a los turcos de los dominios que éstos poseían desde la Edad Media en el Cercano Oriente. Basados en el Tratado de Sykes-Picot y con la colaboración de organizaciones nacionalistas árabes y de organizaciones sionistas, los aliados conquistaron un extenso territorio que una vez concluida la contienda, debieron efectivizar el reparto de las zonas de influencia según sus intereses y cumplir con las promesas hechas a los árabes, independencia y unidad, y a los judíos, un hogar nacional.
El reparto definitivo de las zonas de influencia en la región y el establecimiento de los Mandatos respectivos llegaron con el Tratado de Versalles, parte I – art. 22, de1919 y refrendado con el acuerdo final tras las Conferencias de Londres y de San Remo en 1920, donde se legalizaron los arreglos y repartos territoriales previamente acordados.
Siria quedó bajo el Mandato Francés; en Damasco los árabes fueron humillados por los franceses que no atendieron las demandas del Parlamento Sirio que exigía la independencia Siria sobre un territorio que incluía también al Líbano y Palestina (con Transjordania incluida). Líbano separada de la Gran Siria, también quedó bajo el Mandato Francés.
Irak, se organizó como monarquía con el rey Feysal y quedó bajo el dominio Británico; Palestina fue separada de la Gran Siria y establecida como Mandato Británico, cumpliendo así con las promesas de la Declaración Balfour de 1917. Luego, en 1921, los británicos separaron artificialmente Transjordania (hoy Jordania) de Palestina en beneficio del rey Abdullah y fue organizado como un reino Hashemita bajo Mandato Británico.
La idea del Mandato era percibida por los sionistas como un tránsito hacia la independencia y la soberanía nacional, y creyeron en que el nuevo status político permitirá la inmigración y el asentamiento del pueblo judío en su territorio, la creación de organizaciones políticas, culturales, sindicales, sociales, educativas, religiosas y otras, que serían la base del futuro nuevo Estado. Esta era la tarea que debía realizar el “Ishuv”, la comunidad judía organizada en la Tierra de Israel.
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Mapa del Establecimiento de los Mandatos en el Medio Oriente
El nacionalismo árabe percibió el Mandato británico de manera diferente: sentía que los árabes fueron liberados de la tutela otomana sólo para ser sometidos a la tutela británica, que era una nueva forma de colonialismo. Sentía que las promesas hechas por los ingleses fueron incumplidas, que el proyecto de una unidad e independencia árabe fue modificado, que el objetivo era separarlos y crear recelos entre ellos. Se oponían terminantemente a la inmigración judía que representaba una inmigración artificial alentada por los conquistadores y que representaba una invasión de gente ajena a la población y a la cultura del lugar poniendo en peligro la supremacía árabe; se creó así un sentimiento de cólera y frustración que iba a evidenciarse con encarnizados ataques a asentamientos judíos, a organizaciones e instituciones británicas y se desarrolló un marcado nacionalismo árabe.
Comenzó una inmigración masiva de judíos para establecer el Hogar Nacional soñado; alrededor de 35.000 pioneros, en su mayoría de Rusia, llegaron en el primer lustro del Mandato, que se sumaron a los 25.000 pioneros que ya habían arribado durante el ocaso del Imperio Otomano desde fines del siglo XIX. Se establecieron kibutzim y moshavot, se desarrolló una enorme fuerza laboral para la construcción de viviendas, caminos, fábricas, instituciones, ciudades, etc. En la segunda mitad de la década del 20 llegaron más de 60.000 inmigrantes de Europa del Este, que permitieron el florecimiento de las grandes ciudades. Estas corrientes migratorias no fueron fruto de ninguna incentivación ajena a los ideales del Sionismo; arribaron a una tierra desértica, se asentaron en zonas despobladas y pantanosas, lucharon contra el desierto, la inclemencia y las enfermedades. Fueron el fruto de una nueva y fuerte ideología que predicaba que el renacimiento nacional y cultural del pueblo judío se lograría en su territorio, tal como lo hacían todas las naciones del mundo.
Los árabes insistieron en la derogación de la Declaración Balfour y el método de lograrlo era por medio de la violencia antijudía (los sucesos de 1921, 1929, 1936-1939 y otros). Paralelamente comenzó una campaña para limitar los derechos inmigratorios de los judíos; los desórdenes provocaban reacciones de los grupos armados judíos y sanciones británicas que nunca conformaban a las partes. Los sucesivos Libros Blanco intentaban limitar la inmigración y los asentamientos judíos, pero éstos continuaban en forma clandestina.
Por la presencia del nazismo en Alemania durante la década del 30, cerca de 165.000 judíos llegaron a Palestina a pesar de las serias restricciones impuestas por los británicos. Los disturbios iban creciendo, los choques armados entre las comunidades se extendieron por todo el país y entraron en una espiral de violencia incontenible. El Mufti de Jerusalem, Hej Amin el Husseini, hizo un llamamiento a los árabes de todas las naciones a que se uniesen en una lucha contra los británicos y judíos para liberar Palestina; este líder firmó durante la Segunda Guerra una alianza con Hitler en tal sentido.
En febrero de 1939, luego de años de saqueos, violencia y muerte, se intentó buscar un acuerdo entre todas las partes. La famosa Comisión Peel que propuso dividir el territorio en entidades nacionales, fue un fracaso; los árabes se negaron a sentarse a debatir con los representantes judíos. Esta crisis llevó a los ingleses a publicar el 17 de mayo de 1939 un Libro Blanco, que de hecho anulaba la Declaración Balfour. Limitaba durante un período de cinco años la inmigración judía a 10.000 personas por año y a 20.000 en carácter de refugiados y prácticamente les prohibía a los judíos la compra de tierras. Una vez que se cumpliera este plazo, Palestina sería independiente con una mayoría gubernamental y demográfica árabe. Este Libro Blanco señalaba el fin de las viejas promesas británicas y la puesta en práctica de una insensibilidad moral que van a mostrar los británicos ante la mayor tragedia del pueblo judío, la Shoá.
Durante la Segunda Guerra Mundial se cumplió el Libro Blanco a rajatabla, sin considerar la trágica situación de los judíos en los campos de concentración y de exterminio en Europa. La Agencia Judía se mostraba amargamente frustrada por la política británica; David Ben Gurión lanzó un llamado que conmovió a todo una nación: “Lucharemos contra Hitler como si no existiera el Libro Blanco, y lucharemos contra el Libro Blanco como si no existiera ninguna guerra contra Hitler”. La voluntad inquebrantable de emigrar a la Tierra de Israel quedó reflejada con la Haapalá, “la inmigración ilegal”, nada iba a detener a un pueblo en su lucha por tener su tierra y vivir en ella con dignidad.
Durante la guerra el Ishuv enroló a 32.000 jóvenes en el ejército británico, hombres y mujeres, con el fin de luchar contra el enemigo común. Se creó la Brigada Judía que combatió en el norte de Italia y otros fueron pilotos de la R.A.F. o sirvieron en la Royal Army. El final de la Guerra mostró en toda su dimensión el horror que vivió el pueblo judío, con una clara evidencia de que podía haberse mitigado o paliado tamaña catástrofe si no hubiese sido por la indiferencia británica y la del mundo ante tamaña tragedia humana y así el pueblo judío hubiese podido acceder al asilo que le ofrecían sus hermanos en Israel.
El nuevo gobierno laborista que surgió de las elecciones británicas después de la guerra, no modificó la política conservadora respecto de Palestina. El Libro Blanco no fue suprimido ni modificado, no se reconoció el esfuerzo judío durante la guerra y no se permitió que refugiados y desplazados en campos de deportados emigrasen a Palestina.Los ingleses crearon otros centros para los judíos como el de Chipre. La presión de E.E.U.U. de permitir una entrada inmediata y masiva de 100.000 refugiados judíos a Palestina, tampoco fue aceptada por los británicos.
Estalló así una lucha armada contra el propio gobierno británico. Los grupos clandestinos judíos: Irgún, Stern, Haganah, Palmach, llevaron a cabo planes violentos contra la ocupación y contra la inmigración ilegal, se sucedieron saqueos, ataques y actos de terror contra objetivos británicos.
También los árabes desarrollaron una creciente ola de terrorismo que sacudía a todo el territorio. Palestina se encontraba en un atolladero, los británicos no sabían como seguir: ¿disolver la Agencia Judía y suprimir las organizaciones judías? ¿cómo controlar la inmigración ilegal y qué hacer con los refugiados de Chipre?¿suspender los periódicos judíos? ¿utilizar sin restricciones a la Legión Árabe para reprimir y encarcelar a dirigentes y destruir kibutzim? La anarquía era tal que toda la política británica en el territorio fue desbordada, estaba fuera de control y sin saber que hacer.
El Mandato Británico en Palestina estaba agotado.
En las Naciones Unidas con una Diplomacia Brillante
La determinación británica de transferir el conflicto árabe-judío a las Naciones Unidas provocó entre los dirigentes sionistas una gran inquietud, ya que la discusión del problema palestino se iba a dar en un foro donde no estaba representado el pueblo judío y paralelamente varios Estados árabes ya eran miembros plenos de la organización y sabían perfectamente como “moverse” en ese ámbito. Después de muchas deliberaciones se aprobó que la Agencia Judía exponga sus opiniones sobre el tema a debatir.
También la Asamblea General creó un comité sobre Palestina, UNSCOP, a fin de investigar y estudiar la situación de las personas desplazadas. Los representantes de la Agencia Judía exhortaron que se averiguara las verdaderas causas del desasosiego reinante entre los refugiados judíos ante la injusta restricción británica a la inmigración y radicación de éstos en Palestina.
La postura árabe quedó reflejada con los telegramas que envió el Alto Mando Árabe por las que rechazó la invitación de la Comisión sobre Palestina y negaba el derecho de las Naciones Unidas a intervenir en el asunto, impugnaban la legalidad, la validez moral, política y humana del Mandato al cual nunca habían reconocido.
La exposición judía (H. Silver y M. Sharett) estaba basada en la Declaración Balfour, en el Mandato sobre Palestina y en los compromisos internacionales donde enfáticamente la finalidad de los mismos era establecer un Estado Judío. Además se invocaron los derechos históricos y las necesidades actuales sobre las cuales el pueblo judío había construido una organización nacional en la Tierra de Israel que ya no podía ser borrada.
El comienzo no fue sencillo; cuando se convocó a las reuniones preparativas para abordar el tema sobre el futuro de Palestina en la ONU, en San Francisco, los representantes judíos aun no estaban bien organizados ni tenían en claro como hacerse oír ni como hacer llegar sus demandas. Carecían de un frente unificado, si bien la Agencia Judía lideraba las tratativas, se contó además con la participación de varias personalidades e instituciones, que por sus ideas, sus relaciones, sus sentimientos y sus influencias e intereses, lograron contactarse y convencer a periodistas que publiquen sus demandas en los distintos órganos donde trabajaban; se esforzaban en convencer a representantes y diplomáticos de distintos países que sabían poco o nada sobre el Sionismo y sus anhelos.
El ritmo de trabajo que imprimieron los delegados fue vertiginoso. En las memorias de muchos de ellos se relata que por las mañanas temprano se reunían para planificar el día, con quien tenía que tratar cada uno y cómo cumplir con la misión asignada, y por las noches volvían a reunirse para analizar y evaluar el trabajo realizado. Casi siempre la tarea finalizaba pasada la medianoche.
Fueron jornadas de una feroz y compleja contienda diplomática que duró nueve meses. Al comienzo, la mayoría de los gobiernos no expresaban sus simpatías a favor de ninguna de las partes directamente involucradas. Había grupos que apoyaban todas las medidas que beneficiarían a los intereses árabes y no existían otros que apoyaran la posición judía.
Hubieron varios casos curiosos durante las gestiones y la votación. Se debía lograr que la Unión Soviética abandone una larga tradición antisionista y que apoye la creación de un Estado Judío independiente. La intervención del delegado de la U.R.S.S., Andrei Gomiko, en la sesión plenaria de la Asamblea General, será recordada como una pieza de oratoria magistral sobre la necesidad histórica de la partición y la legitimidad del establecimiento de un Estado Judío. Cuando la Rusia Blanca votó a favor de la partición, los delegados judíos suspiraron con alivio, significaba que el bloque eslavo seguiría en masa por la votación positiva y la perspectiva era muy buena.
El objetivo de los delegados judíos era lograr que los países occidentales y los orientales de Europa voten a favor de un mismo proyecto, nunca antes se había dado.
Irán le hizo llegar un mensaje a la delegación judía; ellos iban a votar en contra de la partición, junto a los Estados árabes, pero si el Estado de Israel surgía no tendrían ningún inconveniente en establecer y mantener relaciones con el nuevo país.
El delegado de Irak votó en contra de la partición y dijo “jamás reconoceremos a los judíos! el día de hoy dará origen a nuevos derramamientos de sangre…”
David Ben Gurión, Presidente de la Agencia Judía, testimonia en la ONU durante el debate, 1947
El Premio Nobel Albert Einstein, no logró convencer al líder de la India Sri Pandit Nehru para que vote a favor de la partición con argumentos de que ambos pueblos lucharon contra el colonialismo británico, que son parte de Asia y es legítima la lucha del pueblo judío a fin de obtener un pequeño espacio en el territorio donde en el pasado fue soberano. Le era difícil al líder indio obviar la presencia en su país, en ese entonces, de trece millones de musulmanes.
Que Etiopía se abstuviera en la votación, fue obra de la Sra. Lorna Wingate, viuda del famoso Lord Wingate, militar británico pro-sionista que ayudó a la formación militar de jóvenes judíos en época del Mandato Británico. Ella le pidió al veterano emperador Haile Selassie el voto favorable a la partición y así corresponder a la acción que llevó adelante su marido al mando del ejército británico en liberar a Etiopía de las fuerzas italianas y darles así la independencia. La abstención etíope durante la votación cayó como una bomba, las caras de todos los delegados árabes se volvieron para mirar al etíope con una pasmada expresión. El delegado sirio movió el puño con aire amenazador.
El primero de los cuatro grandes en votar fue Francia, si se pronunciaba por la abstención hubiera sido un golpe muy fuerte a las expectativas que se había hecho la Agencia Judía. Cuando el país galo votó favorablemente los delegados judíos comprendieron que el milagro era posible.
El caso filipino fue paradigmático, los diplomáticos presentes cambiaron de postura votando a favor de la partición. Un caso similar sucedió con Haití que cambió a último momento su voto, de abstención a afirmativo.
Se trabajó incansablemente con delegaciones asiáticas, africanas y latinoamericanas. Cada día que pasaba crecía la tensión y el temor, los comentarios y los vaticinios cambiaban día a día, y a veces hora a hora. No estaba claro cómo actuarían muchos países, ¿hasta donde se llegó en convencer a los que dudaban?, ¿si muchos de los que se oponían a la partición cambiarían su postura?, ¿si se aprobaba, cuáles iban a ser las fronteras del nuevo país? Y también sabían que el trabajo si bien fue intenso y agotador, muchas veces fue hecho de manera desordenada, voluntarista y con poco profesionalismo.
Los delegados judíos trataron por todos los medios de alargar el debate y de postergar la fecha de la votación a fin de poder obtener mayores consensos y más apoyos. Finalmente, el 29 de noviembre en una tensa y nerviosa sesión se coronó un sueño largamente esperado, la Partición triunfó por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, con un mayor apoyo de las dos terceras partes requeridas. Esa mayoría incluía a E.E.U.U a la U.R.S.S., muchos Estados europeos y a la mayoría de los países latinoamericanos. El Ishuv se transformaba en un Estado, sólo faltaba la denominación judía y el día para fundarlo.
En un telegrama fechado el 6 de febrero de 1948 el Alto Mando Árabe le informaba a las Naciones Unidas que los árabes de Palestina no reconocerán jamás la validez de la recomendación de la partición hecha por la O.N.U. y que la creación de un Estado Judío significará una agresión al pueblo árabe y será repelido por la fuerza.
La alegría de los delegados y diplomáticos judíos era inmensa, habían logrado el regreso de Israel a la familia de las naciones, no lo podían creer, un sueño, un ideal se plasmó y sus corazones no podían contener tanta emoción. En el campo diplomático ellos fueron los forjadores de un Estado largamente anhelado y que significaba la liberación nacional de todo un pueblo. Entre las muchas personalidades que trabajaron arduamente y denodadamente se debe mencionar a: David Ben Gurión, Moshé Sharett y sus asistentes, Eliahu Sasson, Moshe Tov, Michael Comai, Aba Hillel Silver, Jaim Grimberg, Rose Halperin, Nahum Goldman, Emanuel Neuman, Albert Einstein, Aba Eban, Lorna Wingatte, Jaim Weizman, David Horowicz y a muchos otros
Mapa del Plan de Partición, O.N.U. 29-XI-47
El Plan de Partición aprobado por la O.N.U. era complejo y tortuoso, se siguió el criterio de fijar una división en base a la densidad demográfica de cada una de las partes, se fijaron fronteras serpentinamente intrincadas y que no brindaban seguridad. Jerusalem debía convertirse en un enclave internacional y los dos nuevos Estados debían tener una unión económica.
En Palestina, los judíos estaban eufóricos y bailaban en las calles, todo lo contrario de lo que sucedía en el mundo árabe. Al amanecer del día siguiente a la votación se oyeron los primeros disparos y cayeron las primeras víctimas, era el preanuncio de una guerra. Una época terminaba y otra nueva estaba por comenzar y una profecía se hacía realidad: “Si Queréis no Será una Leyenda”
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