Horario (Bs As) Encendido Velas de Shabat 25/Nov/11 19:30 Hs. - Motzaei Shabat 26/Nov/11 20:29 Hs.
Perasha Toldot
BS"D
MITZVA SOLO POR MITZVA
Rabi Shmuel Bar Zutra, un emorá (sabio de la época talmúdica) de la tercera generación vivía en la tierra de Israel y era compañero de estudio de Rab Abhú.
En el talmud Ierushalmi se cuenta que en cierta ocasión viajó a Roma en una misión comunitaria, precisamente en momentos en que la reina perdió una joya de gran valor. Rabi Shmuel encontró la joya. Pronto oyó el comunicado del palacio que proclamaba que quien encontrase la joya y la devolviese al palacio dentro de treinta días sería agraciado con valiosas recompensas dignas de la Casa Real. Mas, quien encontrase y devolviese la gema luego de los treinta días, sería condenado a la pena de muerte.
El anunciante repitió el edicto varias veces, y alrededor suyo se congregó un gentío que debatía los detalles de la perdida de la reina.
En sus diálogos, intentaban adivinar quién sería el afortunado que encontraría la joya extraviada, la devolvería a su aristocrática dueña y se haría acreedor de la recompensa. “¡Cuán ricamente sería retribuido!” suspiraba ya la gente con un marcado sentimiento de envidia.
Rabí Shmuel prestó atención a los pormenores del anuncio, en silencio. Introdujo su mano en su bolsillo y allí sintió al tacto la fina presión de la piedra preciosa. Sabía que esta era la piedra extraviada por la reina tal como tenía pleno conocimiento de la gloriosa retribución que lograría, de presentarse de inmediato en el palacio.
Pero no tenía apuro.
Un día sucedió al anterior, y así pasó una semana tras otra. Rabí Shmuel oía cada día el anuncio que prometía un suculento premio para quien regrese la joya a su dueña, así como la trágica suerte que correría quien lo hiciera luego de los treinta días estipulados como plazo.
La población de Roma se encontraba tensionada, a la espera del día prefijado. Solo Rabi Shmuel Bar Zutrá permanecía tranquilo y sereno en tanto jugueteaba con la gema en el bolsillo…
El día treinta llegó. Era el último momento en que la piedra podría ser devuelta a su dueña y obtenerse el magnífico premio prometido.
Rabi Shmuel extrajo la brillante piedra de su bolsillo, permitió que el sol arrancara de ella los matices más exóticos… y la devolvió a su bolsillo.
Al día siguiente –el treinta y uno-, tan pronto como concluyó sus plegarias matinales, Rabi Shmuel aceleró el paso hacia el palacio.
“Di a la reina”, pidió a los guardias apostados a la entrada, “que un anciano judía desea verla y decirle dónde se encuentra la joya que ha perdido”.
El guardia entró al palacio, regresando al cavo de unos instantes con la orden de traer al judío consigo.
“Tengo el sumo placer, honorable alteza, de devolverte tu piedra preciosa”, dijo Rabi Shmuel, al tiempo que extraía la joya de su bolsillo y alcanzaba a la sorprendida soberana de Roma.
La reina, perdida sus ilusiones de reencontrarse con la piedra más querida de sus alhajas, miró con respeto al anciano judío. Pero pronto se despertó en ella la sed de venganza. Hoy era el día treinta y uno de la proclama…
“¿Cuándo has encontrado la joya?”, preguntó enérgicamente.
“Hace treinta y un días”, respondió Rabi Shmuel.
“¿Has estado en Roma todo el tiempo?”.
“Sí, Alteza, estuve Roma todo el tiempo”.
“Acaso no has oído la proclama diaria durante estos treinta días?”
“Sí, he oído la proclama”, replicó Rabi Shmuel impasible.
“Siendo así, ¿Por qué has puesto en peligro tu cabeza, en lugar de hacerte acreedor al premio prometido?”, pregunto la reina, dudando si el judío estaba en su sano juicio o no…
“Alteza”, respondió Rabi Shmuel, “si yo hubiera devuelto la piedra preciosa en el curso de los treinta días, ello habría dado lugar a pensar que mi devolución se debía a que tenía miedo de ti, es decir del reinado, o mi codicia y afán de recibir el premio prometido, bastante generoso por cierto. Pero no he devuelto lo que me encontré por ninguno de estos dos motivos. Por el contrario, la única y simple verdad es que así me lo fue ordenado por nuestra
Torá, la Torá cualesquiera sean, pobres o ricos, reyes o plebeyos. Nosotros, los judíos, nos sentimos dichosos de devolver un objeto perdido sin premio alguno. Más aún, estamos dispuestos a morir, a fin de guardar celosamente los preseptos de nuestra Torá…”
“Dichosos vosotros, los judíos, por poseer una Torá tan maravillosa, ¡Bendito sea el D” de los judíos!”, exclamó la reina emocionada.
(Cuentos de Distintas Épocas pág. 60)
(“HAMAOR”; Tomo 2; Kolel MAOR ABRAHAM-KÉTER TORÁ; Ediciones HAMAOR-MÉXICO;
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