PERFIL 23/5/09
Fidel, el Gran Unificador
Por Julián Schvindlerman
Analista político internacional
La pretendida solidaridad latinoamericana con Cuba es resultado del antiamericanismo que atraviesa gran parte de la región; desde Tijuana hasta Ushuaia. Continuamente empleado como bate antiyanqui, no pudo ser reprimido ni siquiera ante el flamante presidente Barack Obama y su propuesta de cambio. El apoyo a la isla comunista manifestado en la última Cumbre de las Américas ha dado testimonio al arraigo pernicioso de este sentimiento en los países latinoamericanos.
Cuba es el unificador político-emocional regional más destacado. Chile permanece renuente a brindar una salida al mar a Bolivia, la Argentina ha estado dispuesta a estropear sus excelentes lazos con Uruguay por una pastera, Venezuela arriesgó una guerra con Colombia al patrocinar a las FARC, pero basta que un presidente estadounidense pise la región para que los latinoamericanos se unan en un reclamo común por el destino de Cuba. Emblemática en este aspecto fue la entrega del libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina como obsequio chavista al arribado de Washington. (“Que lastima que el Sr. Obama no tenía un ejemplar del bestseller de los años noventa El perfecto idiota latinoamericano como regalo para el Sr. Chávez”, ironizó Mary Anastasia O´Grady en las páginas del Wall Street Journal).
Es una tragedia que la causa del régimen castrista se haya convertido en un factor de unidad latinoamericana. Cuba es el único país al que la reputada ONG internacional Freedom House define como “no-libre” en todo el continente americano, explicando a la categoría así: “un país no-libre es uno donde los derechos políticos básicos están ausentes, y las libertades civiles básicas son negadas amplia y sistemáticamente”. Sudán, Somalia y Belarús, entre otros, comparten el ránking con La Habana. Según la prestigiosa Human Rights Watch, “Cuba ha desarrollado una altamente efectiva maquinaria de represión. La negación de los derechos civiles y políticos básicos está escrita en la ley cubana”. Frustrada con la poca atención dada a la situación de los derechos humanos por los delegados a la Cumbre en Puerto España, la famosa organización humanitaria Amnesty International emitió un comunicado que decía: “Los gobiernos de América no han reconocido que los derechos humanos deben ocupar un lugar central en los esfuerzos por hacer frente a los numerosos desafíos fundamentales que encara la región…”. El propio Obama, quién aterrizó en Trinidad y Tobago con ofertas de diálogo hacia la isla comunista, se vio obligado a señalar a sus socios latinoamericanos la incongruencia de defender a los hermanos Castro. En su discurso recordó que todos los líderes asistentes habían sido electos democráticamente, y agregó: “eso no ocurre en Cuba”.
Quizás ello ocurra cuando los presidentes latinoamericanos comprendan que la auténtica defensa de Cuba consiste en respaldar la causa de los cubanos y no la de los tiranos que los gobiernan. Abrazar a una elite represora y ungir tal acto como un modelo de solidaridad no es un símbolo de unidad latinoamericana, sino un bochorno regional.
La fascinación latinoamericana por Fidel va hermanada a la idealización del “Che”, quién a su vez compuso un poema en honor a éste, en el cuál lo tildaba de “ardiente profeta de la aurora”. Juan José Sebreli en su magistral libro Comediantes y Mártires: Ensayo Contra los Mitos presenta ricas citas de Ernesto Guevara, como la recién citada y otra en la que el joven argentino devenido en revolucionario global decía: “Todo jefe tiene que ser un mito para sus hombres”. Fidel Castro, efectivamente, se ha convertido en un mito para sus hombres y para muchos otros cubanos. Más trágico es que se haya convertido en mito para líderes políticos y sociales en Latinoamérica. La mitología castrista, arropada por unos y otros, sigue encandilando corazones. Y lo seguirá haciendo en tanto sus contrapartes demócratas insistan en promoverlo de este modo.
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