domingo, 16 de agosto de 2009
La familia de Esmirna que tejió su progreso en una sastrería
23 de julio de 2006
De inmigrantes con un sueño, a profesionales exitosos
Hay un hilo que atraviesa las últimas cuatro generaciones de esta familia sefardí que a principios de siglo pasado emigró de Esmirna en busca de un destino mejor. En un extremo se encuentra un bisabuelo sastre y una bisabuela ojalera. Se enamoraron y se embarcaron sin más pertenencias que sus valijas hacia la Argentina, para casarse en tierra firme. En la otra punta, cuatro generaciones después, se encuentra Magalí, que estudia diseño de indumentaria y otros cuatro bisnietos que son profesionales y dos de ellos, con menos de 27 años, ya compraron su propio techo.
El hilo es el mismo, pero las realidades son muy distintas. En el medio hay un vendedor de ballenitas, comerciantes de seda, empresarios textiles, amas de casa y profesionales de la tela.
El sastre y la ojalera tuvieron nueve hijos. Catalina fue la menor. Cuando tenía seis años, la mandaron a vivir a lo de su hermana Perla, que se había casado con un empresario textil.
Cuando estaba en edad de merecer, Catalina acudía a todas las reuniones de la colectividad y se preguntaba ¿cuál de todos será mi marido? Y Alberto, que la miraba de lejos, pensaba qué podía ofrecerle a esa niña bien un joven como él, que no tenía estudios y era vendedor ambulante. Finalmente se animó y le propuso casamiento. Catalina le dijo que sí y su tío, el empresario textil, les alquiló un local para que establecieran una sedería en Independencia y Entre Ríos. El progreso los acompañó y al poco tiempo, Catalina y Alberto compraron el local a crédito. Y les empezó a ir bien y se convirtieron en grandes comerciantes. Tuvieron tres hijos varones que ayudaban en la sedería: Roberto, Daniel y Eduardo. Ellos tuvieron más posibilidades que sus padres.
Roberto se recibió de licenciado en química, estudió mientras trabajaba. Pero nunca ejerció. Con el tiempo puso su propia sedería junto con su cuñado. Daniel estudió economía, pero siguió la sedería de su padre. Y Eduardo cursó ingeniería industrial, pero dejó antes de terminar y también puso una sedería. Roberto se casó con María, que también estudiaba química. Hizo carrera en Aerolíneas Argentinas, donde trabaja hace unos 40 años.
Hoy Catalina tiene siete nietos: Pablo tiene 26, es sociólogo y acaba de mudarse a su propio departamento. Leandro tiene 23, es diseñador gráfico y estudia arquitectura. Carolina tiene 27, es psicóloga y vive sola. Demian tiene 25 y, como licenciado en economía, trabaja para el ministerio. Cecila, de 24, estudia derecho; Magalí, de 19, diseño de indumentaria, y Albertito, que tiene 14, está en la secundaria.
Fuente: La Nación
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