martes, 22 de noviembre de 2011
El peligro sirio
El presidente Bachar el Asad prefiere la guerra civil a la retirada del poder, el caos a la libertad de los ciudadanos sirios. Ha decidido desencadenar, tal y como lo hizo Muamar el Gadafi en Libia, la violencia intertribal e interconfesional frente a las demandas democráticas de los insurgentes. Esta situación es gravísima, pues puede tener consecuencias dramáticas sobre el frágil equilibrio interno de las naciones árabes. Siria es un país mayoritariamente de confesión suní, pero Asad pertenece a la tribu alauita, cuya confesión es una mezcla de sunismo y chiísmo. Los militares alauitas conquistaron el poder en 1970; dirigieron el país con mano de hierro en contra de la gran mayoría suní. Nunca hubo elecciones democráticas, tampoco una verdadera integración de las élites suníes en el poder, ni un reparto equilibrado y equitativo del poder. Los alauitas se apoderaron de los recursos clave del país. A ello se suma que Siria fue el primer Estado árabe en instaurar la “república hereditaria”, otorgando el poder en una línea de sucesión dictatorial de padre a hijo dentro del monopartidismo. Los dictadores de Egipto y Libia se inspiraban en este modelo sirio.
Desde el principio, los altos dirigentes militares, representados por la familia El Asad, se comportaron como los dueños del país. Su excusa para justificar la dictadura es la ocupación israelí del Golán sirio, la larvada contienda con Israel. De hecho, el nacionalismo árabe del partido Baaz sirio es una máscara que oculta el tribalismo dirigente del clan alauita; lo cual, ya en la época del padre, y mucho más hoy en día, se ha convertido en una rama mafiosa dedicada a los negocios sucios, al tráfico de influencia, al nepotismo, al clientelismo. La oposición democrática y los grupos religiosos suníes han sido ferozmente reprimidos desde hace más de 40 años.
El régimen chantajea a la comunidad internacional bajo pretexto de garantía de estabilidad regional (lo que es verdad), pero en realidad se trata también de una dictadura tribal, en nombre de una minoría confesional, sobre la mayoría de la población siria. Lo grave es que antes del golpe de Estado del general El Asad, en 1970, Siria fue un país cuyo equilibrio interconfesional estaba preservado. Hoy en día se ha convertido en un Estado tribal. Bachar el Asad intenta el mismo juego que Gadafi ayer: transformar una revolución democrática, pacífica, en guerra tribal. Está incentivando el odio, el temor y la violencia contra los suníes como grupo confesional para desviar el sentido democrático de la Revolución.
Eso es precisamente lo que la Liga Árabe no puede aceptar: no quiere volver a vivir el escenario libio. Los dirigentes árabes, en general antidemocráticos, saben que lo que está ocurriendo en Siria también es una amenaza para ellos, porque todas sus naciones tienen más o menos los mismos problemas de homogeneidad tribal y confesional. Y no quieren que la ONU intervenga. Sufren además la presión de Turquía que amenaza con actuar, pues no pueden dejar, por causa de la importante comunidad kurda en Siria, que el país se hunda en un baño de sangre. Estados tan conservadores como Arabia Saudí, Jordania, han condenado a la represión y piden el cese de El Asad. La reunión de la Liga Árabe en Marruecos amenaza con tomar sanciones económicas en contra del régimen sirio.
El Asad no puede asegurar la transición democrática, y tampoco parar la revolución con la represión. Una solución de compromiso con los insurgentes se ha vuelto imposible. Más aún: estos no tienen verdaderamente una representación que pueda hablar en su nombre y la radicalización de la contestación es ahora incontrolable. La única solución para El Asad es dejar el poder, pero no podrá evitar rendir cuentas. Su partido, el Baaz, está también en la tormenta; y ¿qué va a pasar con el Ejército?, ¿con los servicios de seguridad? Los más optimistas piensan en un golpe de Estado desde el Ejército, como en Egipto. Pero esta solución no podrá satisfacer las reivindicaciones democráticas de los insurgentes. Lo más probable es el inicio de un largo periodo de inestabilidad que puede extenderse a toda la región (que es el temor de los turcos) y provocar una reconfiguración del Estado nación sirio comparable a lo que vimos en Irak y que vemos en Libia. La onda democrática árabe no ha hecho nada más que empezar. Un nuevo mundo se está dibujando ante nuestros ojos.
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