Con el modo en que trata el asunto de los supuestos planes iraníes para asesinar al embajador de Arabia Saudita en Estados Unidos, el Gobierno de Obama se acerca cada vez más al de Bush, opina Ralph Sina.
“Aprender de Bush es aprender a ganar”, reza el eslogan del Gobierno de Obama. George W. Bush basó su ataque contra Irak en una mentira. En ella, presuntas “armas de destrucción masiva” jugaron un papel destacado, así como los supuestamente fehacientes datos confidenciales aportados por un informante iraquí, que más tarde resultó ser un mentiroso ávido de atención.
También ahora hablan miembros del Ejecutivo estadounidense de “armas de destrucción masiva”. Esta vez se trata de Irán, que al parecer quería hacer estallar, con la ayuda de un cartel de drogas mexicano experto en asesinatos, bombas ante las embajadas de Israel y Arabia Saudita, y habría planeado como si nada volar por los aires en un renombrado restaurante cerca del Capitolio y la Casa Blanca al embajador saudita en Washington.
El ayatolá Jomeini y el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, se han convertido en semejantes megalómanos que creen que pueden matar en el centro de la capital de Estados Unidos al representante del principal suministrador de petróleo y primer comprador de armas del país norteamericano, es el mensaje de Obama. Y éste resulta tan bélicamente peligroso como la palabrería de Bush en 2003 acerca de las armas de destrucción masiva en Irak.
Obama es menos proclive a iniciar conflictos que su antecesor Georg W. Bush. Pero su secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su ministro de Justicia, Eric Holder, han ido las acusaciones contra Teherán bastante lejos. Le gritan inconfundiblemente al mundo: “¡de los terroristas de Estado y constructores de bombas nucleares iraníes se puede esperar cualquier cosa!”. Y a quien se considera capaz de todo, se debe frenar antes de que sea demasiado tarde. Con alarmante regularidad le preguntaban Israel y Arabia Saudita al presidente estadounidense por qué no emprendía de una vez una guerra preventiva al estilo de George W. Bush contra Teherán y sus plantas atómicas. Ahora, el Gobierno de Obama se ha encargado de que esa cuestión se formule todavía con más contundencia.
Un golpe militar contra los arsenales de bombas y armas iraníes se torna así cada vez más plausible. Y un conflicto armado de ese tipo es lo último que Oriente Próximo, América y el mundo, de por sí ya plagado de guerras, necesitan. Las palabras pueden servir de armas. Y las palabras que el ministro de Justicia, la secretaria de Estado y el jefe del FBI estadounidenses pronuncian sobre Irán apuntan directamente a Teherán.
Las agresiones verbales de este tipo no son sólo peligrosas, sino que deberían constituir un tabú para un Premio Nobel de la Paz como Obama, ya que se sustentan en los datos que un agente antidroga infiltrado recaudó de sus interlocutores iraníes. Pero ese agente había sido él mismo un yonqui que sólo logró evitar la cárcel porque se dejó reconvertir en espía.
El hielo sobre el que se mueve el Gobierno de Estados Unidos es muy fino. E incluso si este testigo resultara ser fidedigno, un Ejecutivo no tiene porqué ir cantando todo lo que cree saber. Eso ya lo debería haber aprendido Obama de Bush, en lugar de dedicarse cada vez a copiarlo.
Autor: Ralph Sina
Editor: Enrique López Magallón
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.