viernes, 14 de marzo de 2014

La historia de Esther

La historia de Esther13/03/2014
Rabino Daniel Oppenheimer


Rabino Daniel Oppenheimer

“Vaiehí bimei Ajashverosh” y fue en los días de Ajashverosh. Cada vez que una historia comienza con la palabra “vaiehí”, es una premonición que algo nefasto está por suceder. La historia de Esther, que celebramos en Purim, se desarrolló en momentos cuando los judíos aún no habían terminado de reconstruir el Bet HaMikdash (el sagrado templo de Ierushalaim). Cincuenta y siete años antes, el rey caldeo (de Bavel) Nevujadnetzar, había llevado a los judíos del reino sureño de Iehudá (Judea) al exilio babilónico. Allí permanecieron hasta que el reino de Bavel cayó frente a los persas. Koresh (Ciro) permitió a los judíos volver a Iehudá y construir su Bet HaMikdash. Algunos judíos lo hicieron junto a Zerubavel, pero la mayoría quedó en Bavel y en las otras provincias que componían el imperio persa de entonces. Dadas las acusaciones de los vecinos samaritanos, los nuevos pobladores que se habían instalado en Israel durante su ausencia, a quienes no se les permitió participar de la construcción del Bet HaMikdash, ésta se detuvo por orden imperial “hasta nuevo aviso”.
Ajashverosh, el nuevo rey de Persia asumió su cargo por la fuerza de modo similar a las conocidas “juntas militares”. No pertenecía a una dinastía de reyes. A tres años de tomar el poder, organizó dos grandes fiestas. La primera estaba destinada a los dignatarios de las 127 provincias de su imperio. La segunda era para los habitantes del pueblo de Shushán, capital del imperio.
¿Por qué se le ocurrió la idea de la fiesta? Ajashverosh, así como los reyes de Bavel antes de él, conocía las palabras proféticas de Irmiahu (Jeremías, que ya había fallecido durante el exilio), quien había vaticinado que al cabo de 70 años de Bavel, los judíos serían redimidos. Ahora bien, los jerarcas de aquellas épocas eran idólatras y vanos. Sin embargo, sabían reconocer y temer a los profetas genuinos de Israel. Sus palabras quienes no se les permitió participar de la construcción del Bet HaMikdash, ésta se detuvo por orden imperial “hasta nuevo aviso”.
Ajashverosh, el nuevo rey de Persia asumió su cargo por la fuerza de modo similar a las conocidas “juntas militares”. No pertenecía a una dinastía de reyes. A tres años de tomar el poder, organizó dos grandes fiestas. La primera estaba destinada a los dignatarios de las 127 provincias de su imperio. La segunda era para los habitantes del pueblo de Shushán, capital del imperio.
¿Por qué se le ocurrió la idea de la fiesta? Ajashverosh, así como los reyes de Bavel antes de él, conocía las palabras proféticas de Irmiahu (Jeremías, que ya había fallecido durante el exilio), quien había vaticinado que al cabo de 70 años de Bavel, los judíos serían redimidos. Ahora bien, los jerarcas de aquellas épocas eran idólatras y vanos. Sin embargo, sabían reconocer y temer a los profetas genuinos de Israel. Sus palabras eran auténticas y eso lo sabían bien. La redención de Israel podía querer significar la caída de sus imperios. No obstante, tenían una esperanza. Quizás, si los judíos no fueran lo buenos que D”s esperaba de ellos, D”s los abandonaría y entonces la profecía de Irmiahu no se cumpliría. Esta idea, aunque hoy nos podría parecer absurda, estuvo presente en la mente de muchos pueblos de la antigüedad a quienes la singularidad del pueblo judío en su vínculo con D”s les hacía sentir que ponía de manifiesto sus propias faltas. (Esto mismo es uno de los temas que trata el “Shir haShirim - Cantar de los Cantares). Hasta los propios judíos plantearon ante el profeta Iejezkel la duda de si seguir observando las Mitzvot una vez que habían sido desterrados de su patria y considerando que su relación con D”s estaba “debilitada”.
La opinión de los Sabios acerca de Ajashverosh varía entre los que dicen que era un rey “cambiante” (superficial u oportunista) y los que lo ven como abiertamente perverso.
Cuando, según los cálculos de Ajashverosh, la cantidad de años vaticinados había transcurrido sin que pareciera llegar una redención para los judíos, se alegró, y decidió festejar. Al fin, podría permanecer en su “dignísimo trono” tranquilo, sin que los judíos le “movieran el piso”. Años antes, el rey Belshatzar de Babilonia, había festejado por la misma razón. Sin embargo, ambos, Belshatzar y Ajashverosh calcularon mal. Los 70 años de la profecía de Irmiahu no se contaban a partir del momento en que Nevujadnetzar asumió el reinado, ni desde que conquistó Ierushalaim, sino desde que el primer Bet HaMikdash había sido destruido.
Ambas fiestas, la de Belshatzar y la de Ajashverosh, tuvieron en común un elemento triste. En ambos eventos, los reyes sacaron de los tesoros los utensilios que habían sido robados al Bet HaMikdash cuando éste fue conquistado (quizás el significado del uso de estos utensilios era que pensaban que no serían empleados más). El uso de los utensilios había estado destinado a las tareas rituales del Santuario. Ahora, en cambio, los utilizaron en una orgía vulgar de un pueblo borracho.
Ajashverosh quería integrar a los judíos y, por lo tanto, los invitó a la fiesta al igual que a todos los demás pueblos. Los judíos también querían demostrarse “amigos” del nuevo monarca y participaron de la fiesta a pesar que Mordejai, el Sabio, les advirtió que no lo hicieran. ¿Quién era Mordejai? Mordejai era un anciano de la tribu de Biniamín, descendiente del rey Shaul, que pertenecía al grupo de aquellos que habían sido desterrados inicialmente por Nevujadnetzar varios años antes de destruir el Bet HaMikdash, junto a la “crema intelectual”, para ser educados en Babilonia. Aquel grupo había estado integrado por otros jóvenes famosos, (Iejezkel, Daniel, Jananiá, Mishael y Azariá), algunos de los cuales se volvieron conocidos por desafiar las circunstancias al ofrecer su vida “al kidush haShem” (santificar la Gloria Di-vina). Mordejai, a su vez, integró más tarde la “Gran Asamblea” convocada por Ezrá, el escriba. El pueblo reconocía el liderazgo y la piedad de Mordejai, pero quería suponer que, siendo anciano, ya no estaba a la altura de los acontecimientos, y prefirió desobedecer y asistir de todos modos a la fiesta real. ¿Era casher la comida? No les importó. Lo esencial era no contrariar al rey.La fiesta tenía todo el “lujo asiático” que se podía permitir Ajashverosh. (Persia queda en Asia). No se escatimó en los gastos de oro, plata, mármoles y tapices (por supuesto, también las alfombras persas). Había “pan y circo” con una “atención personalizada” para cada uno de los participantes, ofreciéndoseles un vino añejo acorde a su edad. En fin, una fiesta que “nadie querría perderse”. El hecho es que el vino como así también la comida que se servían estaban prohibidos por la prohibición rabínica que exige que tengan preparación ritual supervisada. 
Las mujeres también tuvieron su fiesta con la reina Vashtí, la malvada nieta de Nevujadnetzar, a quien ya conocimos antes. Con una conducta claramente sádica, solía despreciar a las niñas judías, obligándolas a trabajar en Shabbat.
El vino hace lo suyo. Como broche de oro para tan magnífica fiesta, Ajashverosh decidió presentar a su “primera dama” ante el público para demostrar que su belleza física era insuperable, una verdadera modelo. Esta monárquica decisión fue el resultado de una conversación muy espiritual que había tenido previamente con sus allegados... ¡Para qué servían las mujeres, acaso, en la mentalidad de Ajashverosh (y la de alguna gente de hoy), sino para mostrarse permanentemente como modelos!
Sin embargo, Vashtí se había plegado al movimiento feminista de la época y desafió al rey. No sólo le dijo que no iría, sino que mandó decir toda clase de obscenidades sobre la vulgaridad de Ajashverosh, que no se podían reproducir en público. Realmente constituían una pareja perfecta... Ajashverosh no quiso tolerar semejante “mala educación” y mandó reunir a una junta de gabinete para decidir el destino de esta reina “aguafiestas”. Dado que los ministros más serios no opinaron, el más nuevo y vanidoso, Memuján (más tarde conocido como Hamán) le hizo ver al rey las terribles consecuencias que podrían resultar de la “insolencia” de Vashtí. Este episodio, sin duda, llenaría las páginas de la prensa amarilla que la gente tanto ama. Daría tema para todas las revistas y diarios de la época por semanas y meses, y sería recordado como objeto de debilidad masculina por décadas. 
¡Qué pasaría si todas las mujeres de las 127 provincias de Ajashverosh tomasen el ejemplo de Vashtí e hicieran “lo que se les antojara”, sin considerar los deseos de sus maridos! Era hora de acción enérgica. Se necesitaba un decreto de “necesidad y urgencia” que pusiera orden en el imperio.
Ese fue el fin de Vashtí. Pasaron los años y Ajashverosh se sintió solo. Los ayudantes le propusieron buscarse una reina nueva. Obviamente, las candidatas, que podían venir de cualquiera de sus numerosas provincias, debían ser hermosas. Era el único requisito... Se despacharon emisarios hacia todos los confines del imperio para reunir a toda doncella bella y ofrecerle postularse como reina, o convertirse en una más entre las muchísimas esposas del rey. 
La presentación ante el rey no sería espontánea, sino después de una esmerada preparación con perfumes reales y maquillaje monárquico. Esto demoró varios años. Toda persona sensata intentó ocultar a sus hijas de esta búsqueda. Uno de ellos fue el propio Mordejai, quien tenía a su cargo a su prima (según otros, la sobrina) Hadasá, también conocida como Esther, que había quedado huérfana de padre y madre. Ciertas opiniones sostienen que, a su vez, Mordejai se había casado con Esther. Por más que la ocultó, los emisarios del rey encontraron a Esther y se la llevaron por la fuerza.
A Mordejai y a la propia Esther les extrañó de sobremanera que ella fuese llevada al palacio del rey, pues Esther era una tzadeket (mujer virtuosa) y no se merecía tal profanación. Aparte de esto, dicen los Sabios que Esther era “verdosa”, es decir que no tenía un atractivo físico como para justificar que la llevaran para el rey, salvo que gozaba de un “Jut shel Jesed” (gracia o simpatía) especial. Dado que no entendieron cuáles eran los planes del Todopoderoso, Mordejai le indicó a Esther que ocultara su procedencia judía. Esther no pidió ninguna clase de maquillaje o perfume fuera de aquel que se le obligaba utilizar, a fin de evitar que fuese elegida reina. A su vez, a diferencia de las demás chicas que intentaban apresurar su turno, Esther buscaba todas las maneras de demorarse para que nunca llegaran a llamarla. Sin embargo, no hubo caso. Entre las miles de postulantes, la elegida fue precisamente Esther. Esto ocurrió a los cuatro años de la muerte de Vashtí, la reina anterior.
Esther siguió escrupulosamente las enseñanzas de Mordejai y mantuvo su identidad en secreto. Por otro lado, el propio Mordejai se hacía presente frente al palacio real, para averiguar acerca del bienestar de Esther. Fue de esa manera, que Mordejai se enteró de un plan que confabularon dos de los asistentes del rey, Bigtán y Teresh, quienes conspiraron para quitarle la vida a Ajashverosh. ¿Cómo supo Mordejai lo que estaban planificando estos dos? Siendo que ellos eran extranjeros no se preocuparon al hablar entre sí en voz alta pues se comunicaban en su idioma natal que nadie local entendía. Mordejai, sin embargo, había sido miembro del Sanhedrín (tribunal judío), y como tal, debía dominar setenta idiomas, para poder escuchar los testimonios de las personas que se presentaran directamente de su boca y no depender de traductores (un testimonio traducido carece de valor legal). Mordejai transmitió lo que sabía a Esther, quien, a su vez, lo informó al rey. En los registros reales, quedó asentado que Mordejai le había salvado la vida al rey y los dos “sublevados” fueron ajusticiados.
Pasaron los años. Subió al poder un tal Hamán, quien gozaba del apoyo absoluto del rey. ¿Quién era este Hamán? Hamán era un descendiente directo de Agag. Agag, por su lado, había sido el rey de Amalek en la época del rey Shaul (de Israel) y había sobrevivido la guerra con Israel por un error de Shaul y del pueblo.Amalek, a su vez, era el pueblo que había atacado al pueblo de Israel apenas éste había salido de Egipto. Amalek, nieto de Eisav, hermano del patriarca Ia'acov, representa a todo aquel que desea impedir el crecimiento espiritual de Israel.
Hamán era vanidoso y disfrutaba enormemente que todos le rindieran honores. Cuando Hamán entraba y salía del palacio, todos los que estaban allí, se agachaban para homenajearlo. Todos, menos uno. Mordejai ni siquiera aparentaba respetarlo y permanecía de pie durante la procesión. Los propios judíos le pidieron a Mordejai que se inclinara ante Hamán para no contrariar al favorecido por el rey. Al menos – dijeron - que Mordejai no estuviera presente a la hora que pasaba Hamán, o que justificara su actitud con un parte médico que declarara que sufría de dolor de espalda. “¿Acaso nuestro padre Ia'acov no se agachó frente a Eisav cuando volvía de Jarán?” - le decían, temiendo una represalia de Hamán en contra de todos los judíos. Mordejai “no quería saber de nada”. “Yo soy descendiente de Biniamín. Biniamín nunca se agachó frente a Eisav” (pues aún no había nacido cuando su familia se encontró con Eisav) - respondió firmemente.
Y sucedió lo que todos sospecharon que pasaría. Hamán se enteró y se enojó. No solamente se encolerizó en contra de Mordejai, sino con todos los judíos. Hamán creía en el azar y tiró suertes para ver en qué fecha sería exitoso en su plan por exterminar a los judíos. La fecha resultó ser el 13 de Adar próximo. Siendo que estaba a comienzos de Nisán, faltaban aún 11 meses.
Ahora necesitaba la ayuda de su amigo, el propio rey, para llevar a cabo su nefasto plan. Fue así que Hamán se dirigió al rey y le solicitó autorización para su “guerra santa”. Considerando el posible perjuicio económico que sufrirían las arcas reales a raíz de la menor recaudación impositiva que resultaría de la ausencia de los judíos, Hamán ofreció compensar al tesoro monárquico de su bolsillo propio con 10.000 Kikar de plata. El rey estaba más que contento que Hamán tuviese la osadía de asumir la pelea en contra de los judíos a quienes él personalmente detestaba - pero temía destruir personalmente. Ajashverosh conocía la historia de los judíos. Sabía muy bien lo que había sucedido al Faraón y a todos los que los quisieron hacer desaparecer. Aquí se le presentaba un hombre de su confianza que estaba dispuesto a asumir todos los riesgos, sin involucrarlo a él. De todos modos y por las dudas, le preguntó a Hamán si no le parecía un emprendimiento riesgoso. “El D”s de ellos ya no los quiere más. Está cansado de ellos” – dijo Hamán - “están dispersos y peleados entre si. Sus leyes son distintas a las de los demás. Siempre tienen pretextos para no trabajar. 'Hoy es Shabbat, hoy es Pesaj' - dicen. Tenemos todo para ganar, nada para perder...”.
El rey estuvo aliviado y convencido. “El dinero es tuyo. Quédatelo. Hacé con el pueblo como quieras. Me hacés un favor y te agradezco que no me lo estés cobrando tú a mi...” - respondió. Para que Hamán tuviera libertad de acción, Ajashverosh le facilitó su anillo con el cual podría mostrar que gozaba del apoyo real. Hamán no perdió tiempo.
Inmediatamente contrató escribas que radactaran el decreto y jinetes que llevaran el decreto a todas las 127 provincias del imperio. Mientras tanto, Ajashverosh y Hamán se sentaron a celebrar juntos su pacto antisemita (¿la “Conferencia de Wannsee”?).
Mordejai se enteró de lo que se había decidido antes que todos (poseía fuentes de información proféticas). Ni la propia reina Esther sabía lo que ocurría hasta que un confidente le avisó que Mordejai estaba llorando públicamente frente al portón de su palacio vistiendo arpillera y con su ropa desgarrada (lo cual contradecía los modales aceptados en la “plaza de mayo”, pues las demostraciones públicas frente al balcón presidencial podrían causar una mala imagen ante los turistas extranjeros). Esther le envió secretamente una muda de ropa, pero Mordejai se negó a vestirla. Entonces Esther llamó a Hataj, su “agente encubierto” que conocía su relación con Mordejai y con los judíos, para que averiguara qué estaba sucediendo. Mordejai le comentó a Hataj acerca del decreto y le mandó decir a Esther que intercediera ante el rey para anularlo. “No puedo” - respondió Esther. “Si el rey no me llama (como ya no me llama hace 30 días), y voy a verlo por mi propia cuenta, corro el riesgo que me mate antes que siquiera pueda abrir la boca. ¿Existe un rey que ame a su esposa y pueda prescindir de su presencia durante un mes entero?”
Mordejai insistió: “¿Acaso pensás que te vas a salvar por vivir en el palacio? Si no te vas a arriesgar tú por tú pueblo, pues - es importante que sepas - que a D”s no le faltan maneras de hacerlo. Quien va a perder esta oportunidad serás tú, y... quién sabe si no será para esto que D”s causó que el rey te eligiera como reina.” 
Esther aceptó. Sólo que le pidió a Mordejai que reuniera a los judíos de Shushán y que ayunaran todos, hombres, mujeres y niños, durante 3 días consecutivos”. “¿Cómo querés que haga eso?” - preguntó Mordejai - “¡pasado mañana es Pesaj y debemos comer Matzá!”. - ¿Y si nos matan a todos - quién festejará Pesaj el año que viene? - contestó Esther.
El pueblo obedeció. Podían haber argumentado fácilmente que Mordejai tenía la culpa de todo. ¿Acaso no había sido él quien había enojado a Hamán innecesariamente? (Este fue el milagro de Purim. Acataron la orden de su líder espiritual en contra de lo que parecía lógico desde lo superficial.) Al tercer día, Esther fue a ver a Ajashverosh. Había rezado y ayunado secretamente al igual que todos los demás judíos y estaba dispuesta a arriesgar su vida por ellos. Mientras ingresaba al recinto real, murmuraba las palabras de los Salmos. 
Pero... al verla, el rey le extendió el cetro con lo cual se salvó la vida. “¡Qué puedo hacer por tí!” - preguntó sorprendido. Era la primera vez que Esther lo venía a ver por propia cuenta en cinco años de “casada”. “Estoy dispuesto a darte hasta la mitad de mi reino”. ¿Qué había en medio de su imperio, que tanto asustaba a Ajashverosh? La reconstrucción del Bet HaMikdash, que, supuestamente, pondría en peligro su continuidad en el trono.
Para alivio del rey, el “pedido” de Esther fue un poco más modesto. Solamente pidió que viniera el rey con a Hamán a la fiesta que había preparado en su honor. “¡Cómo no! Apuren a Hamán a asistir a la fiesta de Esther” - ordenó Ajashverosh, mientras se le hacía agua la boca por los manjares que le esperaban. (¿Esther sabía preparar Lahmayín?).
Pero... ¿por qué invitó Esther a Hamán? Los Sabios nos dicen que Esther no quería que aquellos judíos que sabían de la condición judía de Esther, dejaran de rezar confiando en su encanto sobre Ajashverosh. Otros opinan que invitó a Hamán para crear desconfianza entre ellos dos. Una tercer opinión dice que quería hacerle sentir seguridad a Hamán al pensar que ella estaba de su lado...
Hamán y Ajashverosh estaban con ideas de grandes festines. Mordejai, los judíos y Esther, por su lado, ayunaban. ¿Qué pasará ahora?
El rey asintió al pedido y acudió a la cita con Hamán. En la mitad del festín el rey no podía con su intriga, y volvió a inquirir a Esther acerca del motivo de la invitación. “Mi pedido es que... mañana el rey venga nuevamente con Hamán. Entonces se lo diré...” respondió Esther. El rey volvió a aceptar, pero Hamán ya no cupo dentro de su ropa. Reunió a su esposa y a todos sus consejeros y amigos para contarles lo bien que andaban las cosas. “¡Hasta la reina me invitó a su reunión privada con el rey! Pero... mientras el judío Mordejai me desprecia, no puedo disfrutar de lo bien que me va.”
“¿Qué problema te hacés? Prepará una horca, el rey sin duda te dará permiso, y mandá a colgar a Mordejai. Después podrás ir a la fiesta sin que te sientas molesto.” “¡Qué idea genial!” – pensó Hamán. Al rato, la horca estaba lista. Era muy eficiente.
Aquella noche fue histórica. Todos estaban ocupados. Hamán, impaciente no podía esperar hasta la mañana para ver a su enemigo Mordejai colgado de la horca. Los judíos seguían rezando en su angustia por el decreto y sacudían al Cielo mismo. Mordejai estaba reunido con sus alumnos enseñándoles las leyes de la ofrenda del Omer (pues era el segundo día de Pesaj, en el cual se trae esa ofrenda). El rey, por su parte, no podía conciliar el sueño pues no podía entender las intenciones de Esther. “¿Por qué habrá invitado a Hamán?” se preguntaba una y otra vez. “Y, si están tramando en contra mío... ¿por qué nadie de mi servicio secreto me informa? - ¿será que fui ingrato con los que me apoyan...?” Inmediatamente, mandó que le leyeran de los anales de su historia personal. Allí encontró que Mordejai le había salvado la vida, sin que hubiese recibido retribución alguna por su ayuda. En aquel preciso momento, se escuchaban los pasos de Hamán, que venía – impaciente - a solicitar autorización para colgar a Mordejai. El rey decidió consultar a Hamán acerca del premio que correspondía a Mordejai, sin decirle de quién se trataba. Hamán, siempre vanidoso, no podía creer que otro, y no él mismo, tendría la suerte de ser favorecido por el rey. La respuesta delató su soberbia. Pidió el manto real, el caballo real, la corona real... y ser paseado por la ciudad. Al rey, que ya sospechaba de él por la invitación de Esther, esto no le gustó nada. En cambio, mandó a Hamán vestir a Mordejai con el atuendo real y brindarle todos los honores que había pedido para si. Hamán llegó a su casa destruido por el vuelco de las circunstancias, pero no tuvo tiempo para que lo reconfortaran pues debía salir a la fiesta de Esther.
Nuevamente estuvieron sentados Ajashverosh, Esther y Hamán. El rey repitió la pregunta que lo tenía intrigado: ¿Qué era lo que quería Esther de él? Esta vez, Esther le contó la verdad. Ella y su pueblo estaban en un serio peligro de ser exterminados. - “Pero... ¿quién puede tener tales ideas en contra tuyo?” - preguntó Ajashverosh enojado (pues no sabía hasta ese momento que Esther era judía). Esther señaló a Hamán (según los Sabios, señaló inicialmente al propio Ajashverosh - partícipe necesario y cómplice del decreto, pero un ángel le corrió la mano). Ajashverosh no se pudo contener en su furia. Hamán rogó a Esther por su vida, pero en ese instante, Jarvoná, otro consejero, hizo saber que estaba preparada la horca para Mordejai - el nuevo favorito del rey - en la casa de Hamán. Ajashverosh no titubeó: “¡Cuelguen a Hamán!” - ordenó inmediatamente.
Con Hamán afuera de la escena, pareciera ser que ya estaba todo en orden. Sin embargo, la cosa no era tan así. Aún pesaba sobre los judíos de todo el imperio el decreto real de exterminio. Nuevamente, Esther arriesgó su vida entrando al aposento real sin haber sido solicitada su presencia. Otra vez el rey (afortunadamente) le extendió su cetro - y se salvó. “Su majestad, mi rey, ¿no podría, por favor, anular el decreto de destrucción de mi pueblo?” - lloró amargamente. “Lo lamento” - respondió el soberbio Ajashverosh - “mis decretos no se anulan jamás” (sería una afrenta a su superior inteligencia monárquica, si hubiera un error en sus decisiones). Lo único que se podía hacer a esta altura, era crear otro decreto que le permitiera a los judíos defenderse. Y así se hizo. Nuevamente se despacharon jinetes con la nueva orden de permitir a los judíos defenderse de sus enemigos.
El año que siguió fue un tanto difícil. En todas las provincias del imperio, los antisemitas acumulaban armas para matar a los judíos, mientras que éstos preparaban su defensa. Cuando llegó el “día D”, el 13 de Adar, se desató una lucha cruenta. El saldo fue terrible. Entre todas las provincias del imperio, cayeron 75.000 enemigos, aparte de los 500 antisemitas y los 10 hijos de Hamán que habían caído en Shushán mismo.
El rey ofreció nuevamente a Esther que pidiera lo que quisiera. Esther solicitó un día adicional para terminar de eliminar a todos los que pretendían destruir al pueblo judío y que los hijos de Hamán caídos en la lucha fueran colgados públicamente (para disuadir a futuros verdugos). El rey accedió al pedido de Esther. Los judíos de todo el imperio descansaron y festejaron su salvación y su tranquilidad el 14 de Adar, mientras que los judíos de Shushan que lucharon un día más, recién celebraron al día siguiente.
A raíz de todo lo que había acontecido, los miembros de la Gran Asamblea, los “Anshei Kneset HaGuedolá” decidieron proclamar el día en que pudieron descansar de sus enemigos como fecha de alegría para las futuras generaciones. No obstante, la historia seguía con un toque de tristeza. La edificación del Bet HaMikdash permanecía detenida sin aviso de cuándo se permitiría su continuación. (Ajashverosh mismo nunca autorizó que siguiera la construcción, la cual recién siguió en la época de Dariavesh - Darío, su hijo). Para honrar la importancia de Ierushalaim, los Sabios de la época dictaminaron que en Ierushalaim y en todas las ciudades que tuviesen su misma condición - el poseer una muralla desde los tiempos de Iehoshúa bin Nun (cuando Israel ingresó a su tierra) - festejarían un día distinto a los demás, es decir, el día 15 de Adar (que hoy llamamos “Shushan Purim”). Esta ley se sigue observando hasta el día de hoy. 
Todas las obligaciones de Purim se observan en Ierushalaim y en ciertos lugares de Israel al día siguiente que en el resto del mundo.
Los judíos, por su lado, reconocieron la Intervención Di-vina en todo lo que había sucedido. Ya había transcurrido casi un milenio desde que habían aceptado la Torá frente al Monte Sinaí. No obstante, aquella declaración (“obedeceremos y escucharemos”), había sido obligada por la evidencia de las maravillas sobrenaturales que habían presenciado en Egipto y en el cruce del Mar Rojo. Ahora, volvieron a aceptar la Torá sin ninguna clase de presión y con uno de sus elementos más importantes que hacen a la transmisión de generación en generación: “Emunat Jajamim”, la confianza en la palabra de los Sabios en la explicación de la Torá y en su visión de los acontecimientos a través de su comprensión de la Torá.Los acontecimientos que condujeron a la festividad de Purim, son muy diferentes a los de la salida de Egipto. No hubieron, en este caso, “milagros” evidentes y sobrenaturales. Toda la historia trata de una serie de coincidencias, cuyo resultado, permitió a los judíos salvarse de un peligro mortal. La muerte de Vashtí, la elección de Esther, el conocimiento de Mordejai sobre el plan de eliminar al rey, la falta de premio por este acto en su momento, el buen recibimiento que tuvo Esther por parte del rey, etc.) Quitando un solo elemento “natural”, la salvación no hubiese ocurrido del modo que fue (obviamente, D”s también los podía salvar de otra manera). En esta oportunidad, los judíos llegaron a reconocer la Mano de D”s aun en los acontecimientos que no escapan a la “naturaleza”. El propio nombre de Esther significa “oculto” en hebreo. “Purim”, el nombre de la fiesta está relacionado con el hecho que Hamán hizo un sorteo para elegir el día del exterminio de los judíos. Que en los hechos “casuales” como un sorteo o lotería, está oculta la Providencia Di-vina (Esther), es una de las enseñanzas de Purim. Posiblemente sea esa también la intención detrás de la costumbre de disfrazarse en Purim, pues el disfraz, a su vez, esconde una realidad.Para quienes no estudiaron la historia de Purim a fondo, les puede parecer como si se tratara de una festividad frívola y sin significado. El día más respetado en el calendario hebreo, Iom Kipur, se denomina en la Torá como Iom ha “Kipurim”, es decir: “como Purim”. Para que Purim, con su comer, beber y festejar pueda ejercer el mismo efecto sobre nosotros que Iom Kipur con su ayuno y aflicción, pues... debemos aprender por qué y cómo festejar.
Feliz Purim

Fuente: Ajdut Informa Nº 115