El mundo islámico y la lucha contra el terrorismo
Fuente: Commentary- Traducido por El Med.io
Por Michael Rubin
25/3/14
Los pasados días 12 y 13 asistí en Irak a la “primera conferencia internacional sobre contraterrorismo” celebrada en Bagdad. No fue la conferencia mejor organizada, pero disfruté con la presencia de participantes procedentes de la mayoría de los países europeos, africanos y árabes, y también de Estados Unidos.
Arabia Saudí y Qatar boicotearon la reunión, y tampoco hubo representación turca de alto nivel. Los discursos fueron los que uno podía prever: condenas del terrorismo, lamentos sobre lainacción internacional y frustración por el creciente sectarismo. El viceministro de Exteriores de Irán se hizo el sordo como siempre y dedicó sus diez minutos en el estrado a agitar los espantajos de siempre, a lo que el resto de la concurrencia prestó poco interés, dado que los problemas a los que se enfrentan Irak y Oriente Medio no pueden ser atribuidos únicamente a aquellos a los que Irán considera sus enemigos.
Irak ha sufrido enormemente el terrorismo durante la pasada década. Mientras muchos norteamericanos contrarios a la acción militar para derrocar a Sadam Husein culpan a esa operación de las decenas de miles de víctimas civiles que han venido después, los iraquíes reconocen que sólo se puede culpar de esas muertes a los terroristas que las provocan y a los Estados que los patrocinan.
A tres mil kilómetros de distancia, en Marrakech (Marruecos), los ministros árabes de Interior emitían una declaración en la que proclamaban su “rechazo total del terrorismo”, con independencia de su causa o justificación. Aunque la falta de una definición universal de terrorismo siempre socava la lucha contra el mismo, la buena noticia es que muchos países árabes han empezado a tomárselo en serio después de jugar con fuego y haberse quemado. Marruecos e Irak han sido víctimas del terrorismo de inspiración alqaedista, y mientras el primero ha tenido más éxito en hacer retroceder el radicalismo y en la lucha contra el terrorismo, ambos se enfrentan a unos vecinos que intentan utilizar el terror como una herramienta más de su política exterior. Argelia, por ejemplo, sigue subsidiando y dando cobertura al Frente Polisario, cuyos campamentos están siendo usados de manera creciente como centros de reclutamiento para Al Qaeda en el Magreb Islámico. Irak, por su parte, se enfrenta al influjo de las milicias apoyadas por Irán y al apoyo turco y saudí a las franquicias de Al Qaeda en Al Anbar, Mosul y otras grandes áreas suníes.
Aun así, sigue habiendo problemas que continuarán minando cualquier progreso real en la lucha contra el terrorismo. En primer lugar, la carencia de una definición de terrorismo reconocida universalmente. Aquí, EEUU debería tomar la iniciativa condicionando las ayudas a sus aliados a la aceptación de la definición de terrorismo formulada por Washington. En segundo lugar están los continuos intentos de Irán, Turquía y la Organización para la Cooperación Islámica de criminalizar la islamofobia, que haría referencia a cualquier identificación del islam con el terrorismo. El problema no es el islam per se, sino más bien la interpretación que de él hacen las facciones radicales, los Hermanos Musulmanes y los salafistas. El choque no es de civilizaciones, sino de interpretaciones teológicas. Negar eso y criminalizar el debate sólo exacerbará el terrorismo en lugar de contenerlo.
Finalmente, Estados Unidos debe reconocer que algunos de los países que ha venido considerando entre sus mejores socios en la región –Qatar y Turquía– son ahora, junto a Irán, los que más avivan las llamas del terrorismo, en lugar de luchar contra él.
La sutileza diplomática no puede ser un sustituto para el avance en la lucha contra el flagelo del terrorismo. Tal vez en lugar de tratar a Turquía y Qatar con guante de seda haya llegado el momento de trabajar con países como Iraq y Marruecos, que sí reconocen el problema y ya no están dispuestos a sentarse y seguir ignorándolo.
Arabia Saudí y Qatar boicotearon la reunión, y tampoco hubo representación turca de alto nivel. Los discursos fueron los que uno podía prever: condenas del terrorismo, lamentos sobre lainacción internacional y frustración por el creciente sectarismo. El viceministro de Exteriores de Irán se hizo el sordo como siempre y dedicó sus diez minutos en el estrado a agitar los espantajos de siempre, a lo que el resto de la concurrencia prestó poco interés, dado que los problemas a los que se enfrentan Irak y Oriente Medio no pueden ser atribuidos únicamente a aquellos a los que Irán considera sus enemigos.
Irak ha sufrido enormemente el terrorismo durante la pasada década. Mientras muchos norteamericanos contrarios a la acción militar para derrocar a Sadam Husein culpan a esa operación de las decenas de miles de víctimas civiles que han venido después, los iraquíes reconocen que sólo se puede culpar de esas muertes a los terroristas que las provocan y a los Estados que los patrocinan.
A tres mil kilómetros de distancia, en Marrakech (Marruecos), los ministros árabes de Interior emitían una declaración en la que proclamaban su “rechazo total del terrorismo”, con independencia de su causa o justificación. Aunque la falta de una definición universal de terrorismo siempre socava la lucha contra el mismo, la buena noticia es que muchos países árabes han empezado a tomárselo en serio después de jugar con fuego y haberse quemado. Marruecos e Irak han sido víctimas del terrorismo de inspiración alqaedista, y mientras el primero ha tenido más éxito en hacer retroceder el radicalismo y en la lucha contra el terrorismo, ambos se enfrentan a unos vecinos que intentan utilizar el terror como una herramienta más de su política exterior. Argelia, por ejemplo, sigue subsidiando y dando cobertura al Frente Polisario, cuyos campamentos están siendo usados de manera creciente como centros de reclutamiento para Al Qaeda en el Magreb Islámico. Irak, por su parte, se enfrenta al influjo de las milicias apoyadas por Irán y al apoyo turco y saudí a las franquicias de Al Qaeda en Al Anbar, Mosul y otras grandes áreas suníes.
Aun así, sigue habiendo problemas que continuarán minando cualquier progreso real en la lucha contra el terrorismo. En primer lugar, la carencia de una definición de terrorismo reconocida universalmente. Aquí, EEUU debería tomar la iniciativa condicionando las ayudas a sus aliados a la aceptación de la definición de terrorismo formulada por Washington. En segundo lugar están los continuos intentos de Irán, Turquía y la Organización para la Cooperación Islámica de criminalizar la islamofobia, que haría referencia a cualquier identificación del islam con el terrorismo. El problema no es el islam per se, sino más bien la interpretación que de él hacen las facciones radicales, los Hermanos Musulmanes y los salafistas. El choque no es de civilizaciones, sino de interpretaciones teológicas. Negar eso y criminalizar el debate sólo exacerbará el terrorismo en lugar de contenerlo.
Finalmente, Estados Unidos debe reconocer que algunos de los países que ha venido considerando entre sus mejores socios en la región –Qatar y Turquía– son ahora, junto a Irán, los que más avivan las llamas del terrorismo, en lugar de luchar contra él.
La sutileza diplomática no puede ser un sustituto para el avance en la lucha contra el flagelo del terrorismo. Tal vez en lugar de tratar a Turquía y Qatar con guante de seda haya llegado el momento de trabajar con países como Iraq y Marruecos, que sí reconocen el problema y ya no están dispuestos a sentarse y seguir ignorándolo.
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