Fuente: El Med.io
Por Pablo Molina
20/3/14
Al socaire de las revueltas populares que constituyeron lo que se denominó la Primavera Árabe, el pueblo sirio inició también una escalada de protestas contra el régimen alauita, en el poder desde el inicio de la década de los setenta del siglo pasado, cuandoHafez al Asad, padre del actual presidente, se hizo con el país tras un golpe de estado. Bashar al Asad llegó al poder en 2000 tras el fallecimiento de su padre a través de un proceso plebiscitario en el que era el único candidato en liza. Su mandato de siete años fue renovado en 2007. Este año tiene la posibilidad de asegurarse un nuevo ciclo en el caso de que se presente a las elecciones convocadas para el próximo mes de julio, como todo parece indicar que hará.
Las protestas contra Asad comenzaron en marzo de 2011; sus participantes exigían cambios profundos en el régimen monolítico que permitieran mayores cuotas de democracia participativa y respeto por los derechos humanos. Las revueltas crecieron en intensidad en los meses siguientes y, al contrario de lo ocurrido en Egipto o Túnez, Asad negó cualquier legitimidad a los opositores y reprimió las protestas con la mayor dureza. El resultado de esta brutal represión fue el surgimiento del llamadoEjército Libre de Siria, formado por combatientes civiles junto a soldados y oficiales del Ejército, que desertaron de sus filas para pasarse a la oposición al régimen. A lo largo del primer año desde el inicio de las revueltas comenzaron a llegar al país combatientes para sumarse al bando opositor, en su mayor parte yihadistas apoyados principalmente por Arabia Saudí, mientras que el Ejército comenzó a recibir también hombres y ayuda militar facilitados por Irán, aliado estratégico de Bashar al Asad. A mediados de 2012, la Cruz Roja declaró la existencia de una guerra civil en el país. Desde entonces, Siria vive sumida en un conflicto bélico, agudizado en las zonas con mayor presencia de grupos rebeldes como la provincia de Alepo, la más castigada desde que comenzó la guerra.
La principal iniciativa internacional para detener el conflicto es el proceso de paz auspiciado por la ONU, que ha sido convocado al máximo nivel en dos ocasiones, conocidas como Ginebra I y Ginebra II. La voz cantante de la oposición a Bashar al Asad la lleva la llamada Coalición Nacional Siria, principal grupo contrario al régimen, designado para esa función por las organizaciones opositoras en noviembre de 2012 tras unas intensas negociaciones celebradas en Qatar, y que ya ha sido reconocido como representante legítimo del pueblo sirio por Estados Unidos y gran parte de la comunidad internacional. La coalición opositora se niega a llegar a acuerdos con el Gobierno sirio para detener la guerra si Bashar al Asad no abandona antes el poder, algo que el actual presidente no está dispuesto a aceptar. En consecuencia, los intentos de negociación entre las partes, bajo el paraguas internacional, han resultado infructuosos.
Sin un horizonte que permita confiar en una resolución pacífica de la crisis a corto plazo, las consecuencias de la guerra van a continuar agravando las condiciones de vida de los sirios, seriamente deterioradas a causa de las dificultades puestas por los dos bandos para que las organizaciones humanitarias puedan actuar sobre el terreno. Las cifras conocidas de las secuelas de la guerra son devastadoras. A la pérdida de vidas humanas (más de 140.000 víctimas mortales) y a la población desplazada acampos de refugiados (1,2 millones de personas) se añade el coste financiero que la destrucción de bienes y servicios va a suponer para el país cuando llegue el momento de iniciar su reconstrucción.
El primer ministro sirio, Wael al Halqi, realizó esta semana el balance provisional de pérdidas causadas por la guerra, cifrando su coste en 31.300 millones de dólares. Si se tiene en cuenta que el Producto Interior Bruto del país previsto para el presente ejercicio va a estar en torno a 34.000 millones de dólares, es fácil hacerse una idea de la destrucción que tres años de guerra ha producido ya en Siria. Y lo que es peor, sin que existan a corto plazo muchas posibilidades de alcanzar una solución pacífica que ponga fin al peor conflicto bélico de la historia reciente.
Las protestas contra Asad comenzaron en marzo de 2011; sus participantes exigían cambios profundos en el régimen monolítico que permitieran mayores cuotas de democracia participativa y respeto por los derechos humanos. Las revueltas crecieron en intensidad en los meses siguientes y, al contrario de lo ocurrido en Egipto o Túnez, Asad negó cualquier legitimidad a los opositores y reprimió las protestas con la mayor dureza. El resultado de esta brutal represión fue el surgimiento del llamadoEjército Libre de Siria, formado por combatientes civiles junto a soldados y oficiales del Ejército, que desertaron de sus filas para pasarse a la oposición al régimen. A lo largo del primer año desde el inicio de las revueltas comenzaron a llegar al país combatientes para sumarse al bando opositor, en su mayor parte yihadistas apoyados principalmente por Arabia Saudí, mientras que el Ejército comenzó a recibir también hombres y ayuda militar facilitados por Irán, aliado estratégico de Bashar al Asad. A mediados de 2012, la Cruz Roja declaró la existencia de una guerra civil en el país. Desde entonces, Siria vive sumida en un conflicto bélico, agudizado en las zonas con mayor presencia de grupos rebeldes como la provincia de Alepo, la más castigada desde que comenzó la guerra.
La principal iniciativa internacional para detener el conflicto es el proceso de paz auspiciado por la ONU, que ha sido convocado al máximo nivel en dos ocasiones, conocidas como Ginebra I y Ginebra II. La voz cantante de la oposición a Bashar al Asad la lleva la llamada Coalición Nacional Siria, principal grupo contrario al régimen, designado para esa función por las organizaciones opositoras en noviembre de 2012 tras unas intensas negociaciones celebradas en Qatar, y que ya ha sido reconocido como representante legítimo del pueblo sirio por Estados Unidos y gran parte de la comunidad internacional. La coalición opositora se niega a llegar a acuerdos con el Gobierno sirio para detener la guerra si Bashar al Asad no abandona antes el poder, algo que el actual presidente no está dispuesto a aceptar. En consecuencia, los intentos de negociación entre las partes, bajo el paraguas internacional, han resultado infructuosos.
Sin un horizonte que permita confiar en una resolución pacífica de la crisis a corto plazo, las consecuencias de la guerra van a continuar agravando las condiciones de vida de los sirios, seriamente deterioradas a causa de las dificultades puestas por los dos bandos para que las organizaciones humanitarias puedan actuar sobre el terreno. Las cifras conocidas de las secuelas de la guerra son devastadoras. A la pérdida de vidas humanas (más de 140.000 víctimas mortales) y a la población desplazada acampos de refugiados (1,2 millones de personas) se añade el coste financiero que la destrucción de bienes y servicios va a suponer para el país cuando llegue el momento de iniciar su reconstrucción.
El primer ministro sirio, Wael al Halqi, realizó esta semana el balance provisional de pérdidas causadas por la guerra, cifrando su coste en 31.300 millones de dólares. Si se tiene en cuenta que el Producto Interior Bruto del país previsto para el presente ejercicio va a estar en torno a 34.000 millones de dólares, es fácil hacerse una idea de la destrucción que tres años de guerra ha producido ya en Siria. Y lo que es peor, sin que existan a corto plazo muchas posibilidades de alcanzar una solución pacífica que ponga fin al peor conflicto bélico de la historia reciente.