lunes, 24 de marzo de 2014

¿Son putas? ¿Cuánto les habéis pagado?


¿Son putas? ¿Cuánto les habéis pagado?
Era una reunión de amigos. Jóvenes profesionales expatriados que los fines de semana suelen juntarse para hacer alguna excursión, cenar o simplemente pasar juntos un rato que haga más llevadera la nostalgia del hogar. Aquel día habían ido al desierto y al regreso, dos de las chicas invitaron al grupo a su casa, en una de esas urbanizaciones típicas de Riad, la capital saudí, donde los extranjeros mantienen su vida social al abrigo de miradas indiscretas en un país que carece de bares, cines, discotecas, o cualquier lugar de encuentro entre mujeres y hombres.
De repente, les sobresaltó un estruendo y se percataron que un grupo de hombres con la cara tapada estaban echando abajo la puerta de entrada. A la sorpresa, se añadió el desasosiego. Como los intrusos no se identificaron, los ocupantes de la vivienda no sabían si estaban siendo víctimas de un asalto o de un secuestro. Aunque Arabia Saudí es un país que se precia de un alto nivel de seguridad ciudadana, hace ya meses que la gente se queja de robos en domicilios y recientemente ha habido un amago de secuestro de occidentales.
Cuando poco a poco los integrantes del grupo, entre los que había una chica y dos chicos españoles, un británico, un estadounidense, dos chicas somalíes y una sudanesa, se percataron de que sus atacantes eran miembros del Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, la ominosa mutawa, debieron de respirar aliviados. No sabían lo que les esperaba.
“Estaban jugando a las cartas”, explica una joven a la que uno de los detenidos confió más tarde la pesadilla. “Ni siquiera tenían bebidas alcohólicas”, añade otro allegado en referencia a uno de los comportamientos que más irritan a la policía moral en un país en el que impera la ley seca. Al parecer, la norma que habían violado era la prohibición de estar juntos hombres y mujeres sin relación familiar. Algunas embajadas occidentales se apresuraron a enviar un correo electrónico a sus nacionales recordando las leyes del Reino del Desierto.
“O. me contó que los mutawa utilizaban un matamoscas de plástico para conminar a las chicas a que se cubrieran la cabeza sin tocarlas ni mirarlas directamente”, relata la joven citada, mientras imita el gesto de esos puritanos que cohíben a la sociedad saudí. “A los chicos les pusieron las esposas y les metieron en la parte de atrás de un coche; señalando a las chicas les preguntaban ‘¿Son putas? ¿Cuánto les habéis pagado?”.
La sola idea de que mujeres y hombres sin parentesco entre sí puedan pasar un buen rato juntos resulta pecaminosa para esos retrógrados a cuya intransigencia la prensa saudí ha atribuido la reciente muerte de una estudiante porque negaron el acceso del personal médico (masculino) a la facultad (femenina) donde sufrió una crisis cardiaca. En 2002, los mutawa impidieron el acceso de los bomberos a una escuela de niñas en llamas porque las crías no tenían puesto el velo. Murieron 15 de ellas y el escándalo motivo una reforma del Comité.
Era una reunión de amigos. Jóvenes profesionales expatriados que los fines de semana suelen juntarse para hacer alguna excursión, cenar o simplemente pasar juntos un rato que haga más llevadera la nostalgia del hogar. Aquel día habían ido al desierto y al regreso, dos de las chicas invitaron al grupo a su casa, en una de esas urbanizaciones típicas de Riad, la capital saudí, donde los extranjeros mantienen su vida social al abrigo de miradas indiscretas en un país que carece de bares, cines, discotecas, o cualquier lugar de encuentro entre mujeres y hombres.
De repente, les sobresaltó un estruendo y se percataron que un grupo de hombres con la cara tapada estaban echando abajo la puerta de entrada. A la sorpresa, se añadió el desasosiego. Como los intrusos no se identificaron, los ocupantes de la vivienda no sabían si estaban siendo víctimas de un asalto o de un secuestro. Aunque Arabia Saudí es un país que se precia de un alto nivel de seguridad ciudadana, hace ya meses que la gente se queja de robos en domicilios y recientemente ha habido un amago de secuestro de occidentales.
Cuando poco a poco los integrantes del grupo, entre los que había una chica y dos chicos españoles, un británico, un estadounidense, dos chicas somalíes y una sudanesa, se percataron de que sus atacantes eran miembros del Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, la ominosa mutawa, debieron de respirar aliviados. No sabían lo que les esperaba.
“Estaban jugando a las cartas”, explica una joven a la que uno de los detenidos confió más tarde la pesadilla. “Ni siquiera tenían bebidas alcohólicas”, añade otro allegado en referencia a uno de los comportamientos que más irritan a la policía moral en un país en el que impera la ley seca. Al parecer, la norma que habían violado era la prohibición de estar juntos hombres y mujeres sin relación familiar. Algunas embajadas occidentales se apresuraron a enviar un correo electrónico a sus nacionales recordando las leyes del Reino del Desierto.
“O. me contó que los mutawa utilizaban un matamoscas de plástico para conminar a las chicas a que se cubrieran la cabeza sin tocarlas ni mirarlas directamente”, relata la joven citada, mientras imita el gesto de esos puritanos que cohíben a la sociedad saudí. “A los chicos les pusieron las esposas y les metieron en la parte de atrás de un coche; señalando a las chicas les preguntaban ‘¿Son putas? ¿Cuánto les habéis pagado?”.
La sola idea de que mujeres y hombres sin parentesco entre sí puedan pasar un buen rato juntos resulta pecaminosa para esos retrógrados a cuya intransigencia la prensa saudí ha atribuido la reciente muerte de una estudiante porque negaron el acceso del personal médico (masculino) a la facultad (femenina) donde sufrió una crisis cardiaca. En 2002, los mutawa impidieron el acceso de los bomberos a una escuela de niñas en llamas porque las crías no tenían puesto el velo. Murieron 15 de ellas y el escándalo motivo una reforma del Comité.
Los jóvenes detenidos hace unas semanas acabaron en comisaría. Pero mientras los occidentales contaron con la ayuda de sus embajadas y en uno o dos días volvieron a casa. Las dos etíopes y la sudanesa han pasado casi un mes encerradas. Ahora, lo más posible es que sean deportadas.