jueves, 27 de marzo de 2014

ACTUALIDAD

Plantando la eternidad entre nosotros

Plantando la eternidad entre nosotros
Parashat TAZRÍA
Un sugestivo título propone, para nuestra lectura y aprendizaje, la Torá en el presente ShabatTazríanos habla de la condición más elevada que alcanza el ser humano al engendrar la vida y ser artífice de la procreación: es decir, al asociarse al Todopoderoso en Su empresa inicial de dar vida al mundo y llenar e insuflar de vida al hombre, corona de Su Creación. El concepto que asocia nuestra Torá a la tarea encomendada de recrear y generar la vida por doquier está ligado a la raíz hebrea “zera”, que significa semilla, plantación.
El arte del vivir será para Adam llevar a cabo la obra más simple pero, a la vez, la más compleja: plantar para trascender; trabajar en la profundidad de su existir a fin de comprender su mundo, a Su Creador; penetrar (como la semilla) en la intimidad de la tierra y abrazar, después, la dimensión de los Cielos, traducidos en esfuerzos, sueños y realizaciones: sus propios hijos. Sus frutos y flores más bellos, que adornarán los hechos de sus días y la inmensidad de sus horas.
“Ha-zor’im be-dim’á...”, cantaba el rey David en sus Salmos, “los que siembran con lágrimas, con júbilo habrán de cosechar”. No es fácil la tarea, que supone lágrimas –de alegría y de las otras-, que supone esfuerzos, que conlleva dolor y pena; pero la siembra une los contrastes mismos de la vida (se planta la semilla en la oscuridad de la tierra, de la que brotará el tallo y que, más tarde, dará lugar al esplendor de una flor al sol). La semilla, zera, decíamos, es la vida misma. Y la vida es una larga y prolífica cosecha de hechos y dichos, de acciones y de ideas, de sueños, proyectos y planes, aunque no todos se concretan. De ahí las lágrimas, pero también la alegría...
“Cuando una mujer engendrare y diese a luz...”, principia nuestra primera perashá, anunciándonos el instante en que el mundo cobra vida en los días de un varón o de una niña.
Al leer el primer versículo parece volver a nosotros el recuerdo de Adam y de Javá, los primeros en ser llamados a existir en nuestro mundo. Adam, quien nos habla de la condición humana física -“macho y hembra los creó”- y Javá, que presenta esa condición elevada a su máxima expresión: “ki hí Em col jai...”, “pues ella es la madre de todo ser viviente”.
Es significativa la afirmación del Rab Moshé Tsví Neria ZTS”L, de bendita memoria, que escribe, en su libro Ner laMaor, que nuestra perashá es “la construcción ‘em = madre’ del pueblo judío”. Se refiere el Rab al hecho de que, cuando se menciona la creación del hombre, el verbo utilizado por el Génesis esVaitser, formó (D’s), verbo asociado a Jojmá, la sabiduría; mientras que, al referirse a la mujer, el texto propone Vaiben, construyó (D’s), verbo que está ligado a Bina, la inteligencia deductiva. De lo que cabe inferir, sugiere el Rab, que la tarea paterna está relacionada con el saber, mientras que la esencia de lo maternal transcurre por el construir = inteligentemente. El padre será, en la concepción judía, el iesod, el fundamento, mientras que por la madre correrá la esencia de la “construcción”, de la “edificación”, el Binián.
Quizá ahora, querido lector, le quede claro, tal como se dice en la Sheva Berajot, las Siete Bendiciones que enmarcan la ceremonia del casamiento judío (cuando bendecimos a D’s “...aher iatsar et ha-adam be-tsalmó”, “Quien creó al hombre a Su Imagen”, “Ve-hitkín lo mimenu binián adé ad...”, “y erigió para él una construcción de eternidad”), que el hombre se asoma al mundo del Creador a través de la ventana del alma de su mujer: el edificio que le permite allegarse hasta los mismos Cielos y, desde allí, descender a su plataforma terrenal, para plantar, sembrar y cosechar los frutos y las flores: el “sejar perí baten”, “la recompensa del fruto del vientre”. “Ve-jaié olam natá betojenu”,
“La vida eterna plantó en nosotros”. Y todo, todo desde “Ishá ki tazría ve-ialedá...”
Rab. Mordejai Maaravi. Rabino oficial de la OLEI

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