Fuente: El Med.io
24/3/14
El primer ministro turco, Recep Tayipp Erdogan, lleva en el poder desde 2003 y ha tenido que afrontar crisis graves. La última fueron las protestas ciudadanas en la plaza Taksim. Sin embargo, el bloqueo de Twitter en la república islámica que aspira a unirse a la Unión Europea ha marcado un punto de inflexión.
Les resumo los antecedentes: el hijo del premier turco está presuntamente involucrado en un escándalo de corrupción, y habló con su padre sobre ello por teléfono. La conversación se filtró y en pocas horas circulaba por la plataforma de microblogging y todo el país se enteraba. Los contenidos de Twitter se reprodujeron en Facebook y en medios digitales tanto dentro como fuera del país.
Con 36 millones de usuarios de internet -21 millones de ellos, de banda ancha-, las polémicas sobre el control de la red han sacudido Turquía en los últimos años. Han sido numerosas las protestas contra las medidas gubernamentales que pretenden proteger la intimidad y la libertad pero que los internautas –jóvenes, urbanos, laicos y cosmopolitas– consideran pura y simple censura. La campaña en Twitter #UnFollowAbdullahGul fue solo un precedente de la lucha contra el bloqueo de la plataforma. Las etiquetas como #TwitterisblockedinTurkey y#TurkeyBlockedTwitter han canalizado protestas bajo la forma de SMS y correos electrónicos. Además, los internautas han alterado los nombres de sistema de dominio (DNS) de sus ordenadores, de modo que simulan estar en otro país y así logran circunvenir el bloqueo. Se han escrito DNS alternativos en pegatinas y en pintadas por todas las ciudades de Turquía. En realidad, el bloqueo solo ha conseguido que la gente utilice más la plataforma que antes.
La decisión ha sido verdaderamente impopular. Algunos políticos turcos han seguido tuiteando. Entre ellos está el presidente Abdulá Gül, que ya conoce la impopularidad que las medidas restrictivas del acceso a la red generan entre los más jóvenes. Junto al problema político, hay una dimensión jurídica. Turquía forma parte del Consejo de Europa y está sometida al Convenio Europeo de Derechos Humanos, que garantiza especialmente la libertad de expresión, pensamiento, conciencia y religión. En 2013 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos resolvió 124 casos contra Turquía, 9 de los cuales eran relativos a libertad de expresión. Desde su fundación, el referido tribunal ha resuelto 2.994 casos relativos a la democracia más estable del mundo islámico. Los jóvenes urbanos quieren más libertad, no menos, y la decisión de bloquear Twitter los ha revolucionado. Cuentan con el precedente de que la Unión Europea, el Consejo de Europa y las Naciones Unidas ya mostraron su preocupación por los intentos de regular internet que podían encubrir un intento de censurarla.
Las llamadas primaveras árabes serían incomprensibles sin las redes sociales y la telefonía móvil y la tecnología de streaming. Los vídeos y las fotos contribuyeron tanto como la movilización de masas en la plaza Tahrir a la caída de Mubarak. Ningún líder del mundo islámico –y puede que ninguno del mundo– sabe demasiado bien cómo gestionar la movilización a través de las redes. Al menos dan prueba de no saberlo cada vez que intentar bloquearlas, como en Turquía, o directamente desconectarlas del resto del mundo, como en Irán. Es cierto que el trasfondo no es exactamente la tecnología –ahí está el ejemplo de China y su control masivo de internet–, sino la gestión de las percepciones y la atención. Tal vez el desafío sea controlar no los canales sino los mensajes, es decir, que pueda decirse lo que se quiera con tal de que solo importe lo que a uno le convenga y lo demás pase inadvertido o sea irrelevante. Aquí, la diplomacia tuitera del iraní Ruhaní ha sido un éxito. Está logrando cambiar la mala imagen del régimen de Teherán gracias a felicitaciones, confidencias y mensajes amables. No parece que Erdogan vaya por el mismo camino.
Les resumo los antecedentes: el hijo del premier turco está presuntamente involucrado en un escándalo de corrupción, y habló con su padre sobre ello por teléfono. La conversación se filtró y en pocas horas circulaba por la plataforma de microblogging y todo el país se enteraba. Los contenidos de Twitter se reprodujeron en Facebook y en medios digitales tanto dentro como fuera del país.
Con 36 millones de usuarios de internet -21 millones de ellos, de banda ancha-, las polémicas sobre el control de la red han sacudido Turquía en los últimos años. Han sido numerosas las protestas contra las medidas gubernamentales que pretenden proteger la intimidad y la libertad pero que los internautas –jóvenes, urbanos, laicos y cosmopolitas– consideran pura y simple censura. La campaña en Twitter #UnFollowAbdullahGul fue solo un precedente de la lucha contra el bloqueo de la plataforma. Las etiquetas como #TwitterisblockedinTurkey y#TurkeyBlockedTwitter han canalizado protestas bajo la forma de SMS y correos electrónicos. Además, los internautas han alterado los nombres de sistema de dominio (DNS) de sus ordenadores, de modo que simulan estar en otro país y así logran circunvenir el bloqueo. Se han escrito DNS alternativos en pegatinas y en pintadas por todas las ciudades de Turquía. En realidad, el bloqueo solo ha conseguido que la gente utilice más la plataforma que antes.
La decisión ha sido verdaderamente impopular. Algunos políticos turcos han seguido tuiteando. Entre ellos está el presidente Abdulá Gül, que ya conoce la impopularidad que las medidas restrictivas del acceso a la red generan entre los más jóvenes. Junto al problema político, hay una dimensión jurídica. Turquía forma parte del Consejo de Europa y está sometida al Convenio Europeo de Derechos Humanos, que garantiza especialmente la libertad de expresión, pensamiento, conciencia y religión. En 2013 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos resolvió 124 casos contra Turquía, 9 de los cuales eran relativos a libertad de expresión. Desde su fundación, el referido tribunal ha resuelto 2.994 casos relativos a la democracia más estable del mundo islámico. Los jóvenes urbanos quieren más libertad, no menos, y la decisión de bloquear Twitter los ha revolucionado. Cuentan con el precedente de que la Unión Europea, el Consejo de Europa y las Naciones Unidas ya mostraron su preocupación por los intentos de regular internet que podían encubrir un intento de censurarla.
Las llamadas primaveras árabes serían incomprensibles sin las redes sociales y la telefonía móvil y la tecnología de streaming. Los vídeos y las fotos contribuyeron tanto como la movilización de masas en la plaza Tahrir a la caída de Mubarak. Ningún líder del mundo islámico –y puede que ninguno del mundo– sabe demasiado bien cómo gestionar la movilización a través de las redes. Al menos dan prueba de no saberlo cada vez que intentar bloquearlas, como en Turquía, o directamente desconectarlas del resto del mundo, como en Irán. Es cierto que el trasfondo no es exactamente la tecnología –ahí está el ejemplo de China y su control masivo de internet–, sino la gestión de las percepciones y la atención. Tal vez el desafío sea controlar no los canales sino los mensajes, es decir, que pueda decirse lo que se quiera con tal de que solo importe lo que a uno le convenga y lo demás pase inadvertido o sea irrelevante. Aquí, la diplomacia tuitera del iraní Ruhaní ha sido un éxito. Está logrando cambiar la mala imagen del régimen de Teherán gracias a felicitaciones, confidencias y mensajes amables. No parece que Erdogan vaya por el mismo camino.