jueves, 28 de abril de 2011

La decisión del presidente sirio Bashar Assad


La decisión del presidente sirio Bashar Assad de rescindir las leyes de emergencia, aplicadas durante 48 años, y la supresión del Tribunal de Seguridad del Estado fue menos significativa de lo que aparenta. Siria, por decirlo suavemente, no es un lugar donde el imperio de la ley tiene vigencia.

Por lo tanto, cualquier cambio formal de la escritura de la ley no tiene verdadero impacto sobre el manejo del poder.

La decisión de Assad a retirar esta hoja de parra de su dictadura sugiere que la estrategia del presidente sirio para derrotar la creciente sublevación contra su gobierno implica aparentar el ofrecimiento de concesiones; mientras que de hecho continúa dedicándose a reprimir energéticamente.

No está funcionando. Las protestas siguen extendiéndose. Los manifestantes huelen la incertidumbre, se dan cuenta que una gran ofensiva aún no ha ocurrido, y redoblan sus esfuerzos.

La falta de imaginación de Assad, sin embargo, no significa que el régimen está perdiendo su voluntad de sobrevivir.

El anuncio de la eliminación de leyes de emergencia fue seguido inmediatamente de una declaración del ministro del Interior, Muhammad Ibrahim al-Shaar, prohibiendo a los sirios participar en ``marchas, manifestaciones y sentadas bajo ninguna bandera cualquiera que sea-``. La agencia oficial SANA expresó determinación de las autoridades de suprimir lo que se denominó como ``grupos armados salafistas-`` en las ciudades de Homs y Banias. La nueva legislación, que exige a los sirios adquirir un permiso del Ministerio de Información para cualquier manifestación, fue aprobada ese mismo día. El Decreto Legislativo 64, en vigor desde 2008, sigue garantizando la inmunidad de fuerzas de seguridad frente a cualquier acción judicial. No se habló de la liberación de los presos políticos.

Así que la medida de Assad fue simplemente una cortina de humo. Fue un claro intento de crear una nueva base jurídica y política para continuar con el status quo. La forma también era previsible. Antiguas leyes de emergencia instauradas para luchar contra Israel se retiraron.

El régimen, luego, reimpuso las mismas restricciones. Esta vez, fueron dirigidas contra un nuevo enemigo, es decir, los grupos islamistas sunitas extremistas.

Testigos presenciales informaron que en Banias, las manifestaciones comenzaron de inmediato tras el anuncio sobre las leyes de emergencia. Las consignas siguen siendo las mismas. Los manifestantes pidieron la destitución del régimen.

El régimen, por su parte, continúa la política de intensificar lentamente la represión. Las autoridades mataron a cuatro personas en Homs, el mismo día en que las leyes se levantaron. El destacado líder izquierdista, Mahmud Issa, fue detenido al día siguiente.

Pero al final, sería ingenuo meterse en una discusión precisa de los detalles legales por los cuales el régimen de Assad continúa la represión de la disidencia. La ley en Siria es una ficción. El régimen de Assad no mantiene el poder debido a la autoridad delegada por los gobernados; sino
porque tiene la capacidad de gobernar por medio de la amenaza o del uso de la violencia. Es decir, por el terror.

Y si pierde el poder, también lo será por la coerción, y no como resultado de su propia y libre elección.

Por lo tanto, las líneas son cada vez más claras.

Assad cree que un nivel intermedio de represión y concesiones cosméticas mantendrán a su familia en el poder. Las protestas se están extendiendo, y creciendo - en tamaño y ambición.

Ahora están llamando abiertamente al fin del régimen. Una colisión parece inevitable.

Si las manifestaciones golpean Damasco en gran escala; a Assad le resultará necesario emplear medidas más drásticas y más sangrientas.

En este punto, las teorías de que la revolución de las comunicaciones del siglo 21 ha cambiado radicalmente la naturaleza política del poder, haciendo que la masacre al estilo al-Hama de 1982 sea de importancia puramente histórica, tendrán su prueba crucial. Si la elección es entre una dura represión o la rendición; Assad probablemente optará por la primera - aunque es evidente que, por el momento, que tiene la esperanza de evitar una situación en la que la cuestión se convierta en una elección binaria.

Mientras tanto, la entrada en la arena de la clase media sunita de Homs, es el último revés para el régimen, que se basa en el poder Alawi y aceptación pragmática de ese poder por parte de los árabes sunitas.

Aquí un detalle adicional debe tenerse en cuenta.

La identificación del régimen de los islamistas sunitas entre los manifestantes de la ciudad no carece de fundamento.

Ha surgido evidencia documentada sobre la presencia de salafistas y otros elementos fundamentalistas islámicos suníes, tales como Hizb ut-Tahrir, en las protestas. El ardiente predicador jeque Mahmoud Dalati llamó esta semana a la jihad – frente a una multitud de miles de personas gritando ``Allahu Akbar-``, y ``Con nuestra sangre y espíritu, te redimiremos, o shahid-`` en la Gran Mezquita de Homs.

Ciertamente, también hay elementos seculares y liberales entre los manifestantes. Pero los islamistas están allí, y en gran número. No son simplemente un cuco imaginado por SANA.
Los árabes sunitas comprenden el 60 por ciento de la población.

Sus opciones, y la naturaleza de las fuerzas políticas activas entre ellos, son de crucial importancia.
Así que los contornos esenciales de la situación de Siria son cada vez más evidentes, a pesar del bloqueo a los medios de comunicación que afectan a gran parte del país. El régimen no tiene ninguna intención de rendirse y aplicará el nivel de represión que considera necesario para sobrevivir. El tsunami de las protestas está llegando a los bastiones árabes sunitas del país.

Elementos fundamentalistas islámicos están presentes y se destacan entre los manifestantes sunitas.

Una colisión entre ambas partes, que planteará la cuestión del poder en la más cruda de sus formas, aparece justo sobre el horizonte.

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