considero inusual. La mayoría del tiempo soy sólo un ciudadano
israelí. Durante el día trabajo como paramédico en Maguén David Adom,
el Servicio Nacional de Emergencia Médica. De noche, estoy en mi
primer año de abogacía. Me casé este último octubre y estoy empezando
un nuevo capítulo en mi vida junto con mi maravillosa esposa Shulamit.
Unas pocas semanas al año soy convocado al ejército israelí para
cumplir mi obligación como reserva. Sirvo como paramédico en una
unidad de paracaidistas. Mi escuadrón está formado por otros como yo,
gente que vive vidas normales y que da un paso al frente cuando la
responsabilidad llama. El más grande en mi brigada tiene 58 años,
padre de cuatro mujeres y abuelo de dos, hay dos banqueros, un
ingeniero, un terapeuta y mi comandante de 24 años, que sigue tratando
de resolver qué hacer con su vida. Durante casi todo el año somos sólo
personas normales viviendo nuestras vidas, pero por 15-20 días al año
somos soldados en el frente, preparándonos para una guerra que
esperamos no tener que combatir.
Este año, nuestra unidad de reserva fue colocada en el límite entre
Israel, Egipto y la Franja de Gaza, en un área llamada “Kerem Shalom”.
Además de las cosas “típicas” para las que nos entrenamos - guerra,
terrorismo, infiltración, etcétera - este año nos enfrentamos a un
nuevo desafío. Varios años antes, refugiados africanos habían
comenzado a cruzar la frontera con Egipto desde Sinaí a Israel para
buscar asilo, huyendo de las atrocidades en Darfur. Lo que empezó con
un pequeño número de hombres, mujeres y niños escapando de los
cuchillos de Yanyauid y de los violentos fundamentalistas en busca de
una vida mejor en otro sitio, se convirtió en una industria organizada
de tráfico humano. A cambio de una gran suma de dinero, muchas veces
los ahorros de toda la vida, que se le pagaba a los beduinos “guías”,
les era prometido a esos refugiados ser transportados desde Sudán,
Eritrea y otros países de África a través de Egipto y el desierto de
Sinaí, hasta el suelo seguro de Israel.
Cada vez escuchamos más historias sobre las atrocidades que esos
refugiados sufren en su camino a la libertad. Son víctimas de
extorsión, violación, asesinato e incluso robo de órganos, mientras
sus cuerpos son dejados para que se pudran en el desierto. Entonces,
si tienes suerte, después de sobrevivir esta experiencia atroz cuya
recompensa es la libertad, sólo cuando una valla de alambre de púas
los separa de Israel y su destino, deben hacer una última “carrera de
la muerte” y tratar de evadir las balas de los soldados egipcios
apostados a lo largo de la frontera. A los soldados egipcios se les
ordena disparar y matar a cualquiera que esté tratando de cruzar la
frontera para salir de Egipto y entrar a Israel. Es un evento casi
siempre nocturno.
Los que logran cruzar la frontera, se encuentran primero con soldados
israelíes, personas como yo y los de mi unidad, cuya misión principal
es defender las vidas israelíes. De un lado de la frontera los
soldados disparan a matar. Del otro, saben que serán tratados con más
respeto que en cualquier otro de los países que atravesaron hasta
ahora.
Artículo Relacionado: Nuestros Soldados.
La región en donde ocurre todo esto es altamente sensible y riesgosa
desde un punto de vista de seguridad, un área atestada con terror en
cada esquina. Se encuentra a sólo unos pocos kilómetros al sur del
lugar donde fue secuestrado Gilad Shalit. Sin embargo, los soldados
israelíes que están frente a estos refugiados no los reciben
apuntándoles con un arma, sino con una mano amiga y con el corazón
abierto. Los refugiados son llevados a una base militar cercana, donde
les dan ropa, una bebida caliente, comida y atención médica.
Finalmente, están a salvo.
A pesar de que vivo en Israel, y conozco lo que ocurre en la frontera
egipcia por lo reportes que transmiten los medios de comunicación,
nunca había entendido la intensidad y la complejidad del escenario
hasta haberlo experimentado yo mismo.
Durante las últimas noches vi muchísimas cosas. A las 9 de la noche
anterior, llegaron los primeros reportes sobre disparos oídos desde la
frontera egipcia. Minutos después, los exploradores del ejército
israelí divisaron grupos pequeños de personas tratando de cruzar la
valla. Durante casi una hora, recogimos a 13 hombres - congelados,
descalzos, deshidratados - algunos sólo vestían ropa interior. Sus
cuerpos estaban llenos de heridas. Los reunimos en un cuarto, les
dimos mantas, té y tratamos sus heridas. No hablo ni una palabra en su
idioma, pero sus miradas decían todo, y me recordaron nuevamente por
qué estoy orgulloso de ser judío e israelí. Tristemente, nos enteramos
después que los disparos que escuchamos fueron fatales, matando a
otros tres que estaban huyendo por sus vidas.
Durante los 350 días del año que no estoy en servicio activo, cuando
sólo soy un hombre más tratando de subsistir, la gente encargada de
hacer este trabajo asombroso, estas acciones admirables, la gente que
presencia estos eventos, son casi siempre jóvenes soldados israelíes
que acaban de terminar su escuela secundaria, y están haciendo su
servicio obligatorio en el ejército israelí. Algunos tienen sólo 18
años.
La ola de refugiados es una carga pesada para nuestro pequeño país.
Más de 100.000 han escapado en esta dirección, y centenares más cruzan
la frontera cada mes. Los problemas sociales, económicos y
humanitarios originados por el ingreso de refugiados son enormes.
También hay serias consecuencias de seguridad para Israel. La oleada
de refugiados africanos plantea una crisis para Israel. Israel todavía
no ha encontrado una solución para lidiar con esta crisis
efectivamente, balanceando los asuntos sensibles en el ámbito social,
económico y de seguridad, y esforzándose por cuidar a los refugiados.
No tengo las respuestas para estos complejos problemas que necesitan
ser resueltos con desesperación. No estoy escribiendo estas palabras
con la intención de tomar una posición política o una postura táctica
en el tema.
Israel ha dejado la política de lado para tomar el rumbo ético
humanitario, como tantas otras veces.
Estoy escribiendo para contarte a ti y a todo el mundo lo que está
ocurriendo aquí, en la frontera egipcio-israelí. Y para contarte que a
pesar de los serios problemas causados por esta crisis nacional, esos
refugiados no tienen ninguna razón para temernos. Porque ahora saben,
como todo el mundo necesita saber, que Israel no le da la espalda al
sufrimiento y al dolor. Israel no ha mirado para otro lado. El Estado
de Israel ha dejado la política de lado para tomar el rumbo ético y
humanitario, como tantas otras veces, cada vez que hay sufrimiento y
desastres naturales en el mundo. Los judíos sabemos demasiado sobre
sufrimiento y dolor. El pueblo judío lo ha sufrido. Hemos sido
refugiados y perseguidos muchas veces, por miles de años, por todo el
mundo.
Hoy, cuando los refugiados africanos cruzan nuestras fronteras en
busca de libertad y una vida mejor, y algunos por miedo a perder la
vida, es notable cómo Israel se encarga de ellos, a pesar de la enorme
presión que eso pone en nuestro país en muchos niveles.
Nuestro joven y próspero país judío, construido a partir de las
cenizas del Holocausto, no le da la espalda a la humanidad. Aunque ya
lo sabía, esta semana lo volví a vivir en primera persona. Estoy
enmudecido por la emoción y el inmenso orgullo de ser miembro de esta
nación.
Con amor por Israel,
Aron Adler, escribiendo desde la frontera entre Israel, Gaza y Egipto.
israelí. Durante el día trabajo como paramédico en Maguén David Adom,
el Servicio Nacional de Emergencia Médica. De noche, estoy en mi
primer año de abogacía. Me casé este último octubre y estoy empezando
un nuevo capítulo en mi vida junto con mi maravillosa esposa Shulamit.
Unas pocas semanas al año soy convocado al ejército israelí para
cumplir mi obligación como reserva. Sirvo como paramédico en una
unidad de paracaidistas. Mi escuadrón está formado por otros como yo,
gente que vive vidas normales y que da un paso al frente cuando la
responsabilidad llama. El más grande en mi brigada tiene 58 años,
padre de cuatro mujeres y abuelo de dos, hay dos banqueros, un
ingeniero, un terapeuta y mi comandante de 24 años, que sigue tratando
de resolver qué hacer con su vida. Durante casi todo el año somos sólo
personas normales viviendo nuestras vidas, pero por 15-20 días al año
somos soldados en el frente, preparándonos para una guerra que
esperamos no tener que combatir.
Este año, nuestra unidad de reserva fue colocada en el límite entre
Israel, Egipto y la Franja de Gaza, en un área llamada “Kerem Shalom”.
Además de las cosas “típicas” para las que nos entrenamos - guerra,
terrorismo, infiltración, etcétera - este año nos enfrentamos a un
nuevo desafío. Varios años antes, refugiados africanos habían
comenzado a cruzar la frontera con Egipto desde Sinaí a Israel para
buscar asilo, huyendo de las atrocidades en Darfur. Lo que empezó con
un pequeño número de hombres, mujeres y niños escapando de los
cuchillos de Yanyauid y de los violentos fundamentalistas en busca de
una vida mejor en otro sitio, se convirtió en una industria organizada
de tráfico humano. A cambio de una gran suma de dinero, muchas veces
los ahorros de toda la vida, que se le pagaba a los beduinos “guías”,
les era prometido a esos refugiados ser transportados desde Sudán,
Eritrea y otros países de África a través de Egipto y el desierto de
Sinaí, hasta el suelo seguro de Israel.
Cada vez escuchamos más historias sobre las atrocidades que esos
refugiados sufren en su camino a la libertad. Son víctimas de
extorsión, violación, asesinato e incluso robo de órganos, mientras
sus cuerpos son dejados para que se pudran en el desierto. Entonces,
si tienes suerte, después de sobrevivir esta experiencia atroz cuya
recompensa es la libertad, sólo cuando una valla de alambre de púas
los separa de Israel y su destino, deben hacer una última “carrera de
la muerte” y tratar de evadir las balas de los soldados egipcios
apostados a lo largo de la frontera. A los soldados egipcios se les
ordena disparar y matar a cualquiera que esté tratando de cruzar la
frontera para salir de Egipto y entrar a Israel. Es un evento casi
siempre nocturno.
Los que logran cruzar la frontera, se encuentran primero con soldados
israelíes, personas como yo y los de mi unidad, cuya misión principal
es defender las vidas israelíes. De un lado de la frontera los
soldados disparan a matar. Del otro, saben que serán tratados con más
respeto que en cualquier otro de los países que atravesaron hasta
ahora.
Artículo Relacionado: Nuestros Soldados.
La región en donde ocurre todo esto es altamente sensible y riesgosa
desde un punto de vista de seguridad, un área atestada con terror en
cada esquina. Se encuentra a sólo unos pocos kilómetros al sur del
lugar donde fue secuestrado Gilad Shalit. Sin embargo, los soldados
israelíes que están frente a estos refugiados no los reciben
apuntándoles con un arma, sino con una mano amiga y con el corazón
abierto. Los refugiados son llevados a una base militar cercana, donde
les dan ropa, una bebida caliente, comida y atención médica.
Finalmente, están a salvo.
A pesar de que vivo en Israel, y conozco lo que ocurre en la frontera
egipcia por lo reportes que transmiten los medios de comunicación,
nunca había entendido la intensidad y la complejidad del escenario
hasta haberlo experimentado yo mismo.
Durante las últimas noches vi muchísimas cosas. A las 9 de la noche
anterior, llegaron los primeros reportes sobre disparos oídos desde la
frontera egipcia. Minutos después, los exploradores del ejército
israelí divisaron grupos pequeños de personas tratando de cruzar la
valla. Durante casi una hora, recogimos a 13 hombres - congelados,
descalzos, deshidratados - algunos sólo vestían ropa interior. Sus
cuerpos estaban llenos de heridas. Los reunimos en un cuarto, les
dimos mantas, té y tratamos sus heridas. No hablo ni una palabra en su
idioma, pero sus miradas decían todo, y me recordaron nuevamente por
qué estoy orgulloso de ser judío e israelí. Tristemente, nos enteramos
después que los disparos que escuchamos fueron fatales, matando a
otros tres que estaban huyendo por sus vidas.
Durante los 350 días del año que no estoy en servicio activo, cuando
sólo soy un hombre más tratando de subsistir, la gente encargada de
hacer este trabajo asombroso, estas acciones admirables, la gente que
presencia estos eventos, son casi siempre jóvenes soldados israelíes
que acaban de terminar su escuela secundaria, y están haciendo su
servicio obligatorio en el ejército israelí. Algunos tienen sólo 18
años.
La ola de refugiados es una carga pesada para nuestro pequeño país.
Más de 100.000 han escapado en esta dirección, y centenares más cruzan
la frontera cada mes. Los problemas sociales, económicos y
humanitarios originados por el ingreso de refugiados son enormes.
También hay serias consecuencias de seguridad para Israel. La oleada
de refugiados africanos plantea una crisis para Israel. Israel todavía
no ha encontrado una solución para lidiar con esta crisis
efectivamente, balanceando los asuntos sensibles en el ámbito social,
económico y de seguridad, y esforzándose por cuidar a los refugiados.
No tengo las respuestas para estos complejos problemas que necesitan
ser resueltos con desesperación. No estoy escribiendo estas palabras
con la intención de tomar una posición política o una postura táctica
en el tema.
Israel ha dejado la política de lado para tomar el rumbo ético
humanitario, como tantas otras veces.
Estoy escribiendo para contarte a ti y a todo el mundo lo que está
ocurriendo aquí, en la frontera egipcio-israelí. Y para contarte que a
pesar de los serios problemas causados por esta crisis nacional, esos
refugiados no tienen ninguna razón para temernos. Porque ahora saben,
como todo el mundo necesita saber, que Israel no le da la espalda al
sufrimiento y al dolor. Israel no ha mirado para otro lado. El Estado
de Israel ha dejado la política de lado para tomar el rumbo ético y
humanitario, como tantas otras veces, cada vez que hay sufrimiento y
desastres naturales en el mundo. Los judíos sabemos demasiado sobre
sufrimiento y dolor. El pueblo judío lo ha sufrido. Hemos sido
refugiados y perseguidos muchas veces, por miles de años, por todo el
mundo.
Hoy, cuando los refugiados africanos cruzan nuestras fronteras en
busca de libertad y una vida mejor, y algunos por miedo a perder la
vida, es notable cómo Israel se encarga de ellos, a pesar de la enorme
presión que eso pone en nuestro país en muchos niveles.
Nuestro joven y próspero país judío, construido a partir de las
cenizas del Holocausto, no le da la espalda a la humanidad. Aunque ya
lo sabía, esta semana lo volví a vivir en primera persona. Estoy
enmudecido por la emoción y el inmenso orgullo de ser miembro de esta
nación.
Con amor por Israel,
Aron Adler, escribiendo desde la frontera entre Israel, Gaza y Egipto.