Hace unos días se reunieron allí unas dos mil personas para recordar por primera vez con el apoyo oficial del gobierno polaco el comienzo de las grandes deportaciones hace exactamente 70 años. Los participantes llevaban cintas de colores con los nombres de los niños de un orfanato que dirigía el educador JanuszKorczak que acompañó a los 200 chicos que pasaron por ese lugar para ir a la muerte.
En la madrugada del 22 de julio de 1942, el gueto donde habían sido confinados todos los judíos de Varsovia y muchas otras ciudades polacas fue rodeado por tropas de origen ucraniano y letón que vestían uniformes de las fuerzas especiales alemanas, las SS, con la orden de reubicar en el Este a todos los que vivían allí. "La reinstalación debe estar completada para el 31 de diciembre" decía la orden firmada por el Gobierno general que se había establecido en Polonia inmediatamente después de la invasión alemana y la destitución del gobierno legítimo polaco que pasó a funcionar en el exilio en Londres. Pero la orden real había sido dada directamente por el comandante en jefe de las SS, el Reichsfürer Heinrich Himmler. Comenzaba a ponerse en práctica la denominada Solución Final para el exterminio de los judíos de Europa junto a gitanos, homosexuales, comunistas o cualquiera que se opusiera a la dominación nazi.
Dos días antes, el 20 de julio, el Judenrat (el gobierno interno judío) había recibido la orden de "preparar a todos para un reacomodamiento (Aussiedlung) de todos los elementos no productivos (los que no hacían trabajo esclavo en las fábricas alemanas y polacas) hacia el Este". El jefe del Consejo Judío, Adam Czerniakow, tenía que hacer una lista de 6.000 personas por día para los traslados hacia Treblinka, el campo que se había levantado en la rivera del río Bug, cerca de la frontera polaco-alemana. Al día siguiente, la lista debía ser aumentada a 7.000 por día. Czerniakow no lo pudo soportar. Se suicidó.
"Vino un nazi y nos dijo que en media hora teníamos que dejar la casa donde vivíamos. Mi madre me dijo 'Guenusha, poné un poco de ropa en tu mochila. Pero yo puse sólo la muñeca porque creía que íbamos a volver en un rato. Era una nena de 13 años. Una nena que unos meses más tarde parecía que tenía 100 años. Pero en este momento yo todavía era muy inocente y preferí llevarme la muñeca. Y nos iban trasladando así todos los días hasta que te llevaban a la estación", cuenta Eugenia Unger, una sobreviviente del gueto de Varsovia y cinco campos de concentración, que lleva muy claramente tatuado su número de prisionera en su brazo izquierdo, en nuestra charla en el living de su departamento del porteño Barrio Norte. "Hasta que volvió uno de los chicos que había sido llevado a la estación. Se había escapado y siguió las vías para ver a dónde llevaban a sus padres. Vio que los trenes entraban en Treblinka y nada salía. Y que no llevaban comida ni nada. Vino y nos dijo '¿saben? ¡Van todos a la muerte! Pero ninguno le creía".
La Umschlagplatz fue armada en lo que eran unas barracas de carga de la estación central de trenes de Varsovia y tenía una entrada en la esquina de las calles Dzika y Stawki. Hasta allí llegaban los contingentes que los guardias traían con las manos en alto desde el gueto. En el momento en que tenían que subir a los vagones eran golpeados para que se apuraran. Cualquier gesto inadecuado era castigado con un golpe con al culata del rifle o directamente con un tiro de muerte. Obligaban a subir hasta 100 personas por vagón, cerraban las puertas y los tenían allí bajo un sol deshidratante. No había agua, ni contemplaciones para niños o embarazadas. Tenían que esperar hasta que se completara "la carga" de los 40 vagones del convoy. A veces, permanecían en el andén por más de un día. Muchos morían por asfixia o inanición.
Irene Dub tenía 6 años en ese momento y se salvó de la deportación porque sus padres hacían trabajo esclavo. Su madre tenía que seleccionar las pertenencias que los deportados tenían que dejar en la estación. "Ya se habían llevado a mi abuela y a mi tía. Estábamos aterrados. Hasta que mi madre consiguió un trabajo en Umschlagplatz. Tener un trabajo era sobrevivir un poco más. Ella estaba en un gran depósito que había a un costado de donde salían los trenes y tenía que ir separando las cosas que le pedían los nazis y que ellos llevaban después para Alemania. En Berlín repartían o vendían a muy bajo precio todo eso que nos robaban. Así se hicieron las grandes fortunas nazis, con lo que los judíos íbamos dejando en la estación", cuenta Irene en su departamento porteño, la ciudad donde llegó hace más de 60 años. Se salvó cuando su padre la sacó del gueto dentro de una bolsa de arpillera y la entregó a una familia aria polaca.
El lugar en el que funcionó la infame estación de la deportación siguió siendo al mismo tiempo y hasta 1945 una terminal de tránsito importante de trenes suburbanos. Luego fue olvidada hasta 1988 cuando con fondos provenientes de Suecia se levantó el monumento que vemos ahora sobre la avenida Stawki. En el 2007 se lo mejoró con mármol del pueblo de Zimnik, en Baja Silesia. Su sencillez marca la atmósfera de recogimiento que uno siente en ese lugar por donde ya no pasa ningún tren.
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