La prestigiosa revista británica «The Economist», considerada por muchos la mejor revista de información política y económica en el mundo, publicó en su número de fines de julio, un informe especial dedicado al judaísmo y los judíos.
La revista tiene una curiosa política en cuanto a la identificación de sus colaboradores: la mayor parte de sus artículos son anónimos. Sólo en muy contadas ocasiones brinda los nombres de los autores, por ejemplo, cuando alguno de sus periodistas destacados se jubila o muere, o, valga la diferencia, escribe un libro y un compañero lo reseña. En lo que respecta a los informes especiales, en algunos casos figura el nombre del autor en otros no. En lo que atañe al informe especial que comentamos, la revista señala como su redactor a David Landau. Al lector no le quedan dudas de que se trata de un judío, por lo que cabe descartar cualquier sospecha de que exista ni el más mínimo prejuicio hostil.
El informe es sumamente completo e interesante y da una imagen positiva y optimista de la situación de los judíos en el mundo. El trabajo consta de seis capítulos titulados «Judaísmo en la diáspora», «Hospitalidad en el extranjero», «Judaísmo en Israel», «Política israelí», «Divisiones ideológicas» y «Mirando hacia el futuro». El artículo, muy rico en diagramas y en números, deliberadamente omite todo análisis de los cambios que se están dando en el mundo árabe y de las eventuales consecuencias que podrían tener para Israel.
Del mismo modo, no examina las amenazas existenciales que podría presentar al país una bomba nuclear iraní. Si bien contiene referencias ocasionales a problemas relativos a la posición internacional de Israel y no omite mencionar un tema como el crecimiento del antisemitismo en el mundo, se centra sobre todo en asuntos internos atinentes tanto a Israel como a la diáspora.
Los subtítulos del informe pueden dar una idea de los temas centrales que maneja su autor: «El judaísmo goza de un inesperado renacimiento. Pero hay profundas divisiones religiosas y políticas, la mayoría centradas en Israel»; «Hay un buffet para todos los gustos… pero por favor no dejen el restaurant»; «En una encuesta sobre creencias y prácticas religiosas entre los judíos israelíes, un 46% se definió como secular, pero sólo un 16% dijo que no observaba ninguna clase de tradición»; «La derecha religiosa y la política hacen causa común»; «Para la derecha israelí existe un eje del mal que incluye tanto a iraníes, como a palestinos y matones antisemitas en las calles europeas»; «Muchos de los judíos de hoy, y probablemente muchos más mañana, están más allá de las viejas divisions»; «¿Quién es judío? Algo menos obvio de lo que podría pensarse»; «Hay razones para tener esperanzas de que surgirá una nacionalidad judía más moderada»; «A cada joven judío en Estados Unidos y en otros países de la diáspora, se le ofrece un viaje gratuito de 10 días a Israel».
¿Cuáles son las principales conclusiones del trabajo? En su parte final, Landau expresa su confianza de que el crecimiento demográfico de los ultraortodoxos inevitablemente va a llevar a que moderen sus argumentos y asuman posiciones más responsables en la sociedad israelí.
En un editorial que expresa la posición oficial de la revista hay menos certidumbre que en la avaluación optimista de Landau. El título, levemente irónico, «Recen por las palomas», es sumamente elocuente, al igual que la frase final del artículo: «Una vez que los ultraortodoxos deban cargar con su parte de las obligaciones nacionales creadas por el conflicto, su entusiasmo por la paz podría crecer lo que constituiría un hecho beneficioso para sus con-nacionales y para la región».
Sin duda, compartimos los buenos deseos de «The Economist» respecto a la futura integración de los ultraortodoxos en la sociedad israelí, aunque al igual que la revista no dejamos de tener dudas.
Sin embargo, con todos los méritos del trabajo de «The Economist» hay en él una omisión importante: la de los judíos sin Dios. Son muchos y su número crece, tanto en Israel como en la diáspora.
El artículo reconoce la diversidad como una característica creciente de la vida judía en Israel y en la diáspora, pero omite señalar hasta qué punto las nuevas formas de la vida judía están reñidas con los dogmas de la ortodoxia así como el hecho de que un número creciente de judíos ha dejado de creer en la religión y en la existencia de Dios. Del mismo modo, omite señalar hasta qué punto el abuso del poder político de los ultraortodoxos ha producido una actitud de rechazo en gran parte de la sociedad israelí, a tal punto que para muchos, el concepto mismo de judaísmo en el sentido religioso se ha convertido en una mala palabra.
Por otra parte, la estrecha definición de «quien es judío» por el vientre materno, aplicada dogmáticamente por el establishment rabínico, es una fuente de profundo resentimiento social. No es de extrañar que quienes se sienten discriminados en nombre de Dios terminen de enojarse con quienes se atribuyen una presunta representación divina sin que puedan presentar la más mínima prueba. En el ínterin es bastante lógico que abandonen toda fe en la narrativa religiosa y en la figura central de esa narrativa.
Si bien el artículo reconoce la existencia de la diversidad judía, no se dedica a explorar sus alcances. Una reciente película francesa, «El tango de Rachevsky», analiza con humor e ingenio las incongruencias de las mil diversas maneras de vivir el judaísmo. Cada vez más la condición judía es una cuestión de elección individual que tiene muy poco que ver con el Talmud, los rabinos o las sinagogas.
En un artículo publicado en «Times of Israel», el periodista judío norteamericano David Suissa, señala que un creciente individualismo sustituye a la antigua fe en Dios y pregunta irónicamente: ¿Por qué creer en alguien a quién no se conoce en lugar de confiar en uno mismo, a quien se conoce mejor? Y lo cierto es que en esta era post-moderna la identidad judía cobra las formas más diversas, desde el estudio del Yidish en las comunidades renacidas en Europa Oriental a los círculos de danzas israelíes en las comunidades judías de América; desde las ruedas de café dedicadas a «arreglar» los problemas de Oriente Medio a los intercambios informales de material de interés judío por Internet. Más aún; hay toda una nueva categoría de judíos que podrían llamarse «judíos de Internet» y cuyas vivencias no tienen nada que ver ni con la sinagoga ni con la visión ortodoxa de la vida judía.
Por otra parte, aunque son los menos, no faltan los judíos sin Dios organizados. Los kibutzim no son hoy en Israel lo que alguna vez fueron. Pero la cultura laica que crearon está muy viva. Del mismo modo, aunque se trate de un fenómeno minoritario, las comunidades judías humanistas en Estados Unidos constituyen una parte muy vital y activa del judaísmo norteamericano. Desde la fundación en 1965 de la primera comunidad judía humanista organizada por parte del rabino Sherwin Wine, trágicamente desaparecido en 2007, se han creado a lo largo y ancho de Estados Unidos numerosas comunidades con un judaísmo que trata de crear un nuevo «Yidishkait» que de alguna manera trata de poner al día un judaísmo cultural acorde a los profundos cambios tecnológicos y sociales del siglo XXI. En ese espíritu se han fundado nuevos marcos académicos.
La figura del rabino laico, que existe desde hace varias décadas en Estados Unidos, es ahora un fenómeno que ha llegado a Israel, enriqueciendo y ampliando los marcos del judaísmo. En el Estado hebreo ya hay 24 rabinos humanistas, es decir, graduados universitarios que han adquirido profundos conocimientos de la cultura judía en su sentido más amplio, lo que por supuesto también incluye la lectura crítica de la Biblia y el Talmud. Cabe esperar que en el futuro cumplan un rol comunitario similar al que cumplen sus colegas en las comunidades judías humanistas en Estados Unidos.
El aporte cultural de este movimiento ya se empieza a sentir. Por ejemplo, en 2007, con el apoyo de la Fundación Posen y con la dirección de Irmyahu Novel, Yaír Tzabán y David Shaham, se editó una espléndida enciclopedia en cinco tomos dedicada a las diferentes manifestaciones de la cultura judía en los últimos doscientos años; titulada en hebreo «Zmán Yehudí Jadash: Tarbut Yehudit Beidán Hajiloní» («Un nuevo tiempo judío; cultura judía en la época secular»).
Sin duda, los judíos sin Dios deben enfrentar a la carga de una larga tradición. Pero en la historia judía el «apicoires» (no creyente) es un personaje de no menor antigüedad que el rabino.
Como lo decía con un ocurrente bon mot, uno de los principales ideólogos del movimiento judío humanista en Israel, el Profesor Yaakov Malkin: «Yo soy un judío tradicional. Mi abuelo era ateo, mi padre era ateo y yo lo soy también».