martes, 19 de noviembre de 2013

“Ellos nos temen, y nosotros les tememos”

Dina Rahmani, una mexicana judía que se fue a vivir a Israel. Dina Rahmani integra ese heterogéneo grupo de judíos que componen los asentamientos ilegales en territorio de Cisjordania. Morena, pequeña, con esa timidez que da la humildad profunda, muestra una envidiable fuerza de convicción. “Lo que buscamos aquí es el contacto con la tierra original. Todo lo que leímos y estudiamos en nuestra religión lo tenemos aquí. Pero no somos fanáticos, sabemos que hay problemas políticos”, aclara de entrada. Nació en Guerrero, México, hace 51 años. Se siente tan judía como sus ancestros y reivindica su derecho a vivir en la tierra que los israelíes disputan con los palestinos. Su padre, un rico empresario maderero, tuvo una repentina inspiración religiosa hace 33 años y decidió abandonar todo para mudarse con su familia a Israel. Allí crió a sus siete hijos. Dina tenía 15 años cuando llegó. Su padre murió al poco tiempo y ellos se arreglaron como pudieron. Parece frágil, pero no lo es. Supo empuñar el fusil cuando la vida se lo impuso. Estuvo 3 años en el Ejército, defendiendo su convicción. Se casó, tuvo siete hijos y estudió cerámica en Bellas Artes. Ahora se dedica a cultivar y vender flores en el árido terreno de Cisjordania. Sus hijos crecieron y varios de ellos hacen su vida. Pero ninguno dejó Cisjordania. Su voz suave aún conserva el castellano de Centroamérica. Su llegada a Cisjordania no es distinta a la de otros judíos. “Un día escuchamos que Ariel Sharón –ex primer ministro israelí- que estaba llevando gente a los asentamientos. Entonces sentimos que ese era nuestro lugar. Además, era más agradable para cuidar a nuestros hijos. Así que decidimos venir”, dice. Rodeada de silencio, vive en una cálida casa de la colonia Eli, sobre una colina a 700 metros de altura. Sólo una hondonada y algunos metros separan ese asentamiento de las poblaciones palestinas. Desde su jardín se ven los minaretes de las mezquitas y se escuchan los cinco rezos del día. “Antes de las intifadas nos llevábamos bien –cuenta, hablando de sus vecinos palestinos-, convivíamos, pero ahora no. Ellos nos temen y nosotros les tememos. Con la Intifada fue muy difícil, sobre todo para nuestros hijos. Ellos fueron perdiendo amigos, maestros. Ahora no hay tanta violencia, pero sigue habiendo problemas. Pero yo los comprendo”. Israel tiene 150 asentamientos en Cisjordania, donde viven unas 370.000 personas. Hay algunos exclusivos para los judíos ortodoxos y otros donde viven laicos. El de Dina es mixto, agrupa a ambos sectores. Las dos comunidades, judíos y palestinos, llevan una convivencia tensa, llena de resquemores y resentimientos. De ambos lados tienen heridas abiertas por los choques de las intifadas; hermanos, padres, tíos o primos muertos por el otro. Tragedias familiares que no se olvidan y que se exhiben como cicatrices. Ahora cada uno cultiva sus olivos o vides, y viven de ellos. Para los palestinos, los judíos que ocupan los asentamientos son invasores. Pero los israelíes enarbolan su derecho a vivir en sus tierras ancestrales. Un conflicto que nadie se atreve a darle un cierre. Los habitantes de las colonias judíos ven con desconfianza las negociaciones entre la Autoridad Nacional Palestina y el gobierno del conservador ministro israelí Benjamin Netanyahu. Creen que en algún momento les exigirán que dejen esas tierras para devolvérselas a los palestinos. “Cuando llegue la descolonización, voy a aceptarla, voy a salir. Pero me voy a quedar hasta último momento. Le voy a preparar café hasta el último soldado. Y después me iré”, dice Dina resignada. http://www.clarin.com/mundo/mexicana-judia-Cisjordania_0_1022298179.html