La importancia de los documentos de Babilonia
Fuente: El Med.io
Por Eli Cohen
4/3/14
Varios medios internacionales, incluido El Medio, se han hecho eco de la polémica que ha levantado la exigencia del Gobierno iraquí de que los libros y documentos judíos encontrados por el Ejército norteamericano en 2003 en uno de los cuarteles del Mujabarat, la Gestapo de Sadam Husein, expuestos y conservados actualmente en el Museum of Jewish Heritage in Manhattan, vuelvan a Bagdad. El cruce de declaraciones, la peculiar letanía diplomática y los cerrojos burocráticos auguran que la cuestión irá para largo. Por ello, es menester recordar la importancia de esos documentos para el pueblo judío y para la cultura universal.
Los judíos han tenido muchos hogares. Pueblo nómada y perseguido -o perseguido y, por ende, nómada-, ha sabido establecerse en y dar lo mejor de sí a todas las naciones que le han dado cobijo. Sefarad, Amsterdam, Polonia o EEUU son ejemplos de ello. Sin embargo, de los refugios del pueblo judío durante su trágico vagar, el más importante es, sin paliativos, Babilonia.
La importancia de Babilonia para los judíos se pierde en la noche de los tiempos. Ciertamente, si atendemos a una interpretación maximalista de la Biblia, aquella que por lo general tiene como verdad todo lo que está plasmado en el texto, el primer monoteísta y el patriarca del pueblo de Israel, Abraham, era natural de Babilonia, de la ciudad de Ur. Pero si seguimos igualmente la interpretación minimalista, y más concretamente a los arqueólogos israelíes Israel Finkelstein y Noam Silberman, también fue en Babilonia donde la Biblia empezó a redactarse y, posteriormente, a compilarse. La Biblia es el producto judío más exitoso de la historia, y se incubó entre el Tigris y el Éufrates.
Pero es que además es en Babilonia donde se desarrolla la obra nacional de los judíos: el Talmud. Babilonia es por consiguiente también la cuna del judaísmo rabínico, es decir, del judaísmo que se ha practicado en los últimos dos mil años. Las dos obras más importantes, los dos libros que han sido la guía del pueblo -”Cuidamos al Libro y el Libro nos cuidó a nosotros”, que dijo Ben Gurión ante el renacer del pueblo judío en su tierra ancestral-, son babilonias.
La primera llegada de israelitas a Babilonia se remonta al año 722 a. C., cuando el reino de Israel fue invadido por los asirios. En el 585 a. C., cuando el rey babilonio Nabucodonosor destruye el Templo de Salomón, arrasa el reino y se lleva a los israelitas como esclavos. Es posteriormente el rey persa Ciro quien derrotará a los babilonios y permitirá a los judíos volver a su tierra, en el 537 a. C. -el Edicto de Ciro fue en esos días lo que en los nuestros ha sido la Declaración Balfour-, y son dos judíos nacidos en Babilonia, Esdras y Nehemías, los que vuelven a Jerusalén y comienzan a construir el Segundo Templo, introduciendo también las primeras reformas en la religión judía.
Pero en el 70 d. C. Roma, hastiada de las insubordinaciones judías, redujo a cenizas la ciudad de la que el Talmud de Babilonia: “Quien no haya visto Jerusalén en todo su esplendor, no ha visto una ciudad hermosa en sus días”; y los judíos volvieron a mirar al este. Los grandes sabios fariseos, continuadores del espíritu de Yavne (Yojanán ben Zakai), se establecen en Babilonia y crean las escuelas talmúdicas que conformarían la ley y la filosofía judías hasta nuestros días. Las escuelas de Pumbedita o Sura y los rabinos Ashi o Abba Arika son protagonistas centrales en el desarrollo del Talmud, libro que hará posible que los judíos puedan vivir en el exilio sin desaparecer. El Talmud es una tierra que se puede llevar a cuestas para un pueblo que carece de ella.
Durante luengo tiempo los judíos hicieron de Babilonia el centro del judaísmo; luego, ese centro se trasladó a Europa.
Ya en la época contemporánea, durante la Primera Guerra Mundial, los judíos eran un treinta por ciento de la población de Bagdad. Allá por 1932 Irak tenía un ministro de Finanzas judío, Yehezkel Sasón. Fue en 1941 que comenzó el fin de los 2.700 años de historia de la comunidad judía de Babilonia. En abril el pronazi Rashid Alí dio un golpe de Estado y en junio tuvo lugar el pogromo de Farhud: 180 judíos fueron asesinados y más de 1.000 resultaron heridos. En 1948, cuando se declara la independencia del Estado de Israel, el sionismo es declarado un crimen capital. En 1950 se dio un año a los judíos para abandonar el país. Las propiedades de los que se fueron se expropiaron, y los que se quedaron fueron sometidos a restricciones económicas. El Estado de Israel volvió entonces a poner en práctica uno de sus principios fundamentales: ayudar a los judíos allí donde estén. Así, entre 1949 y 1951, en el marco de las operaciones Esdras y Nehemías -en honor a los dos judíos babilonios que volvieron a Israel para trabajar por el futuro de su diezmado pueblo-, Israel evacuó a 104.000 judíos del país.
Con la llegada del Baaz al poder, la situación empeoró para los judíos. En un espectáculo no acaecido desde la Alemania nazi -que nadie se sorprenda: el Baaz, partido político de los Asad, es una versión árabe del Partido Nacional Socialista alemán-, el 27 de enero de 1969 medio millón de iraquíes salieron a la calle, animados por Radio Bagdad, para celebrar que el régimen hubiera colgado a once judíos acusados de espionaje. La muchedumbre bailó y celebró ante el cadalso y profirió gritos de ”¡Muerte a Israel!”.
En 2004, después de la invasión aliada, había 35 judíos en Irak. Cuatro años después sólo había 10. Hoy, según Josh Robin, sólo hay cinco.
Babilonia, Irak, es la cuna de la civilización humana y también el lugar donde el judaísmo se reinventó para no desaparecer. Esos documentos, ahora en disputa entre el Gobierno de Iraq y las autoridades estadounidenses, dan testimonio de la gran comunidad judía que hubo en Irak, que el Baaz intentó borrar a sangre y fuego. Como nos recuerdan en una película que se está emitiendo actualmente en las salas de cine españolas:
Los judíos han tenido muchos hogares. Pueblo nómada y perseguido -o perseguido y, por ende, nómada-, ha sabido establecerse en y dar lo mejor de sí a todas las naciones que le han dado cobijo. Sefarad, Amsterdam, Polonia o EEUU son ejemplos de ello. Sin embargo, de los refugios del pueblo judío durante su trágico vagar, el más importante es, sin paliativos, Babilonia.
La importancia de Babilonia para los judíos se pierde en la noche de los tiempos. Ciertamente, si atendemos a una interpretación maximalista de la Biblia, aquella que por lo general tiene como verdad todo lo que está plasmado en el texto, el primer monoteísta y el patriarca del pueblo de Israel, Abraham, era natural de Babilonia, de la ciudad de Ur. Pero si seguimos igualmente la interpretación minimalista, y más concretamente a los arqueólogos israelíes Israel Finkelstein y Noam Silberman, también fue en Babilonia donde la Biblia empezó a redactarse y, posteriormente, a compilarse. La Biblia es el producto judío más exitoso de la historia, y se incubó entre el Tigris y el Éufrates.
Pero es que además es en Babilonia donde se desarrolla la obra nacional de los judíos: el Talmud. Babilonia es por consiguiente también la cuna del judaísmo rabínico, es decir, del judaísmo que se ha practicado en los últimos dos mil años. Las dos obras más importantes, los dos libros que han sido la guía del pueblo -”Cuidamos al Libro y el Libro nos cuidó a nosotros”, que dijo Ben Gurión ante el renacer del pueblo judío en su tierra ancestral-, son babilonias.
La primera llegada de israelitas a Babilonia se remonta al año 722 a. C., cuando el reino de Israel fue invadido por los asirios. En el 585 a. C., cuando el rey babilonio Nabucodonosor destruye el Templo de Salomón, arrasa el reino y se lleva a los israelitas como esclavos. Es posteriormente el rey persa Ciro quien derrotará a los babilonios y permitirá a los judíos volver a su tierra, en el 537 a. C. -el Edicto de Ciro fue en esos días lo que en los nuestros ha sido la Declaración Balfour-, y son dos judíos nacidos en Babilonia, Esdras y Nehemías, los que vuelven a Jerusalén y comienzan a construir el Segundo Templo, introduciendo también las primeras reformas en la religión judía.
Pero en el 70 d. C. Roma, hastiada de las insubordinaciones judías, redujo a cenizas la ciudad de la que el Talmud de Babilonia: “Quien no haya visto Jerusalén en todo su esplendor, no ha visto una ciudad hermosa en sus días”; y los judíos volvieron a mirar al este. Los grandes sabios fariseos, continuadores del espíritu de Yavne (Yojanán ben Zakai), se establecen en Babilonia y crean las escuelas talmúdicas que conformarían la ley y la filosofía judías hasta nuestros días. Las escuelas de Pumbedita o Sura y los rabinos Ashi o Abba Arika son protagonistas centrales en el desarrollo del Talmud, libro que hará posible que los judíos puedan vivir en el exilio sin desaparecer. El Talmud es una tierra que se puede llevar a cuestas para un pueblo que carece de ella.
Durante luengo tiempo los judíos hicieron de Babilonia el centro del judaísmo; luego, ese centro se trasladó a Europa.
Ya en la época contemporánea, durante la Primera Guerra Mundial, los judíos eran un treinta por ciento de la población de Bagdad. Allá por 1932 Irak tenía un ministro de Finanzas judío, Yehezkel Sasón. Fue en 1941 que comenzó el fin de los 2.700 años de historia de la comunidad judía de Babilonia. En abril el pronazi Rashid Alí dio un golpe de Estado y en junio tuvo lugar el pogromo de Farhud: 180 judíos fueron asesinados y más de 1.000 resultaron heridos. En 1948, cuando se declara la independencia del Estado de Israel, el sionismo es declarado un crimen capital. En 1950 se dio un año a los judíos para abandonar el país. Las propiedades de los que se fueron se expropiaron, y los que se quedaron fueron sometidos a restricciones económicas. El Estado de Israel volvió entonces a poner en práctica uno de sus principios fundamentales: ayudar a los judíos allí donde estén. Así, entre 1949 y 1951, en el marco de las operaciones Esdras y Nehemías -en honor a los dos judíos babilonios que volvieron a Israel para trabajar por el futuro de su diezmado pueblo-, Israel evacuó a 104.000 judíos del país.
Con la llegada del Baaz al poder, la situación empeoró para los judíos. En un espectáculo no acaecido desde la Alemania nazi -que nadie se sorprenda: el Baaz, partido político de los Asad, es una versión árabe del Partido Nacional Socialista alemán-, el 27 de enero de 1969 medio millón de iraquíes salieron a la calle, animados por Radio Bagdad, para celebrar que el régimen hubiera colgado a once judíos acusados de espionaje. La muchedumbre bailó y celebró ante el cadalso y profirió gritos de ”¡Muerte a Israel!”.
En 2004, después de la invasión aliada, había 35 judíos en Irak. Cuatro años después sólo había 10. Hoy, según Josh Robin, sólo hay cinco.
Babilonia, Irak, es la cuna de la civilización humana y también el lugar donde el judaísmo se reinventó para no desaparecer. Esos documentos, ahora en disputa entre el Gobierno de Iraq y las autoridades estadounidenses, dan testimonio de la gran comunidad judía que hubo en Irak, que el Baaz intentó borrar a sangre y fuego. Como nos recuerdan en una película que se está emitiendo actualmente en las salas de cine españolas:
Pueden exterminar a toda una generación, arrasar todas sus casas, y aun así el pueblo se repondría; pero si destruyen su historia, si destruyen sus logros, es como si nunca hubiera existido.