domingo, 16 de marzo de 2014

Un año sin Chávez y al borde del abismo


Con Hugo Chávez era difícil.  Con Maduro mucho peorCon Hugo Chávez era difícil. Con Maduro mucho peor
Inseguridad, inflación y desabastecimiento han sumido Venezuela en una espiral de protestas que reprimen matones amparados por el Gobierno de Maduro.
En Caracas se vende el pan más caro del mundo, a once dólares el kilo, asegura El Nacional con datos del británico The Economist. Y eso afecta por igual tanto a detractores como a partidarios del Gobierno. A los pocos que quedan, porque algunos datos fiables señalan que un 70 por ciento de los venezolanos son pesimistas sobre el futuro del país.
La deriva de Venezuela, un año después de la muerte de Hugo Chávez, la ejemplifica un personaje citado por el Washington Post: Hugo Faundes, expulsado de la compañía petrolera estatal por motivos políticos, ha estudiado cocina y ahora no tiene material para echar en las cazuelas. En las estanterías de los supermercados falta desde leche en polvo hasta papel “tualé”, como se dice allí. Y el cabreo popular crece por momentos.
El país con mayores reservas de petróleo probadas del mundo, aquellas que se pueden extraer de manera rentable con la tecnología actual, se hunde en el fango sin que nadie sea capaz de remediarlo.
Tres semanas de disturbios
De no haber coincidido con los sucesos de Ucrania, los enviados especiales de los pocos medios que aun invierten en ello estarían en Venezuela. En tres semanas de protestas han muerto una veintena de personas, casi cuarenta han sido encarceladas y se han realizado un millar de detenciones.
Determinadas zonas del país, con el estado de Táchira a la cabeza, se han convertido en campos de batalla con barricadas permanentes y conatos de protesta que suelen ser  rápidamente reprimidos por grupos de matones motorizados. Son los temidos “colectivos”, que actúan como bandas parapoliciales incontroladas al servicio de Nicolás Maduro. A pesar de la censura impuesta a los medios masivos, las imágenes de las refriegas circulan por el país y nadie en Venezuela es ajeno a la preocupación que suscitan.
“Después de mí, el diluvio”
Chávez sabía que se iba con la tarea inacabada y en su lecho de muerte señaló a Nicolás Maduro como continuador de su obra. Este delfín del chavismo lo ha intentado todo, pero con más devoción que atino. Gracias a sus pajarillos con el espíritu del comandante supremo y la faz de éste apareciéndose en las obras del metro consiguió ganar las elecciones municipales de diciembre. Pero el crédito se está agotando.
El propio Chávez debía ser consciente de que era imposible mantener la política de derroche derivada de los beneficios que el petróleo dio durante años. No emuló a Luis XV cuando dijo aquello de “después de mi, el diluvio”, pero en algún momento debió pasársele por la cabeza.
Extraños parecidos con Cuba
Su acercamiento a Cuba llegó hasta el punto de llegar a plantear una unión política entre ambos países. El pueblo fue más sensato que el líder y lo rechazo. La entrega de petróleo a cambio de técnicos cubanos pudo tener sentido durante la mencionada bonanza, pero muchos venezolanos, chavistas incluidos, miran ahora de reojo a los barcos que cada día transportan miles de barriles de crudo hacia la Habana.
Ahora, lo más parecido a Cuba es la protesta de las esposas de los opositores encarcelados, que emulan a las “Damas de blanco” que recorrían La Habana todos los domingos después de salir de misa.
Venezuela se radicaliza por momentos, asegura The Economist, y esa espiral de protestas y respuesta violenta por parte del régimen conduce al desastre. Como receta previa al caos total, el influyente semanario apuesta por la oposición moderada que representa Henrique Capriles, y concluye que si no cambian las cosas la revolución bolivariana acabará devorándose a sí misma. Mucho me temo que no hay marcha atrás.