viernes, 14 de noviembre de 2014

“Dime como te vistes…y te diré quién eres”

“Dime como te vistes…y te diré quién eres”
BHN"V
Perashat: ‘TOLEDOT’
“El amor de Rivká por Iaacov no era para nada ajeno a los ojos de Esav. Más aún, Esav no intentó modificar esa realidad. Esav lo entendía muy bien: a su mamá no se la podía engañar. Rivká era muy consciente de la situación espiritual de un hijo que se alejaba de las tiendas y era todo un hombre de campo.

Con todo, Esav se da cuenta –para su asombro- que su madre no comparte con su padre información alguna sobre su accionar y en cuanto a su relación con él. A partir del profundo amor que su padre Itsjak le dispensa, un amor sincero y de un corazón íntegro, puede deducir Esav, que su madre guarda para sus adentros todo lo que siente-piensa en relación a él, cosa que despertó cierto grado de respeto hacia la personalidad materna.
En cierto modo, se instaló una confianza esencial de Esav para con su madre, y a pesar de la frialdad que se manifiesta en el vínculo, Esav deja en manos de su madre el objeto más valioso y preciado, sus “ropajes amados” –‘bigdé Esav bená hagadol hajamudot’- en el texto.”
Así nos relata, el extinto sabio Rab Moshé Tsví Neria, ZTS”L en su bello libro de comentarios ‘Ner laMaor’. El mismo nace de lo expresado en el versículo de nuestra perashá “...ve-Rivká ohebet et Iaacov”, ‘empero Rivká amaba a Iaacov’.
Y si bien siempre pensamos en las preferencias, nos sorprende el Rabino planteándonos un modelo diferente. Esav sabe quién es quién en su hogar. Y ama a su madre tanto como su madre a él. Si bien las relaciones son difíciles, hay cosas que no se comparten y otras tantas que no se hablan, quedan gestos, sobran silencios y se cruzan miradas que marcan un profundo territorio afectivo entre las partes. Rivká sabe bien quién es Esav. Esav conoce y reconoce en su madre a un ser singular.
Y es por ello que, más allá de lo no dicho, los hechos reflejan una realidad contrastante: hay algo muy importante para Esav, el hombre de campo, el cazador...Sus ropas. Pero no son ropas comunes. Son‘las ropas de Esav su hijo mayor, las más amadas’.
¿Qué tan importante y necesario es ese detalle de las ropas? Y el hecho que estén en la casa de la madre ¿qué nos quiere enseñar la Torá con ese pormenor?
En una perashá donde las álgidas relaciones fraternas, y las complejas realidades paternas hacen al meollo de la cuestión, unas simples ropas, más allá de amadas y preciosas parecen opacar el tema central y hasta empequeñecerlo.
Sin embargo, Rashí apela a nuestro sentido y enseña: “Jamudot quiere decir: Limpias, pulcras. Como su traducción aramea: ‘dejiata’, quiere decir: puras, inmaculadas”. Y hasta aquí, todo parece indicar que estas eran ropas peculiares. Al menos, muy cuidadas. Sin embargo Rashí nos acerca una segunda idea: ‘shejamad otan min Nimrod’...
¡Ah! Ahora parece que la cosa se complica. Estas ropas tan singulares, forman parte de un deseo, ambicioso deseo que Esav pudo concretar en vida. Son ropas que pertenecían a ¡Nimrod!! ¿Se acuerda? Aquel rey tirano, dominador absoluto, de quien se dijo que ‘empezó a ser guibor baarets’ –un hombre fuerte y despótico- en la tierra. El promotor de la Torre de Babel. Alguien para quien el poder lo era todo y llegó a considerarse dios.
Esav había logrado un trofeo en su vida de cazador y hombre de campo. Esas ropas. Que representaban el poder, el disponer de cuanto quisiera y obrar según le plazca. Recordemos por favor, que en otro contexto, a un iehudí fiel, como recompensa, el rey decide que lo vistan con ‘bigdé maljut’- con ropajes reales. Y eso demostraba el alcance de la persona. Según su vestido, su importancia.
En unas persahiot más, veremos como un joven hebreo liberado de la prisión es traído delante del Faraón y previo a ello “cambiaron sus ropas”.
Pero aquí la realidad es otra. Esav parece querer continuar con una historia del pasado. Con un personaje dramático del pasado que no parece morir nunca, si bien en lo físico, Esav había matado a Nimrod para apoderarse de sus especiales ropas. Y lo paradójico: Esav se viste con las ropas de quien había decidido arrojar a su abuelo al horno de fuego...¡Sí! Esa es la cruda realidad. Abraham, quien moría en ese tiempo cuando Iaacov y Esav aparentemente ‘discuten por un plato de comida’, veía a su propio nieto, su propia carne, vestido con las ropas por Esav amadas, que eran las mismísimas ropas de su enemigo más encarnizado...
He aquí las paradojas del relato bíblico que se transforman en antagonismos de la posmodernidad.
Uno de los motivos por los cuales la gueulá –redención- llegó al pueblo hebreo en Egipto, fue “porque no cambiaron sus ropas”. O al menos, jamás se cruzó por la cabeza de los hijos de Iaacov, vestirse con las ropas del enemigo...
Ahora, para la bendición de Itsjak, 

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