Por Julián Schvindlerman | Para LA NACION
ADN CULTURA – 16/12/11
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Cuando el conductor Roberto Paternostro dio los primeros movimientos de su batuta, indicando a los músicos de la Orquesta de Cámara de Israel el inicio del wagneriano "Idilio" de Sigfrido ante un auditorio en Alemania, a fines de julio último, desencadenó, como era de esperar, una polémica en su país. Que una orquesta israelí toque música del compositor favorito de Adolf Hitler, que lo haga en Bayreuth -el epicentro cultural nazi por excelencia durante los años de la Segunda Guerra Mundial-, que el director Paternostro sea él mismo hijo de sobrevivientes del Holocausto, y que el Festival de Ópera de Bayreuth sea administrado por los descendientes del propio Wagner parecía una combinación de factores hecha a medida de la mejor provocación posible.
Pero en rigor, él no estaba sino agregando un precedente más a los aparentemente interminables esfuerzos por parte de renombradas figuras de la cultura israelí de promover la música de Richard Wagner dentro y fuera del Estado judío. En 1981, la Orquesta Filarmónica de Israel, con la dirección de Zubin Metha, tocó un fragmento de Tristán e Isolda como bis. En el momento en que Metha anunció que tocaría eso, miembros de la audiencia se retiraron de la sala? junto a dos violinistas de la orquesta. Diez años después, la Orquesta Filarmónica de Israel insertó obras de Wagner en su programa pero se vio obligada a retirarlas ante las protestas de los abonados. En 1995, la radio estatal israelí transmitió la obertura de El holandés errante así como una serie sobre la vida y obra del compositor alemán. En 1997 el Canal 8 (dedicado a la ciencia y a la cultura) emitió obras de Wagner durante docenas de horas. En 2001, Daniel Barenboim, al mando de la Staatskapelle de Berlín, tocó música wagneriana al fin de un concierto en Israel, lo cual no estuvo exento de críticas. El empeño por divulgar la obra de Wagner reconoce antecedentes incluso en las épocas anteriores al establecimiento de Israel.
El violinista judeo-polaco Bronislaw Huberman, fundador de la Orquesta Sinfónica Palestina en 1936, invitó a músicos talentosos del extranjero a incorporarse a la orquesta y dio lugar a las obras del célebre compositor alemán. En 1938 tres directores tocaron óperas wagnerianas en Palestina: Arturo Toscanini dirigió los preludios al primer y tercer actos de Lohengrin ; Jascha Horenstein dirigió la obertura de Tannhäuser ; y el primer violinista Bronilsaw Szulk incluyó la obertura de El holandés errante . Estos conciertos tuvieron lugar en Tel Aviv, Haifa y Jerusalén, entre abril y julio, y según Na'ama Sheffi, autora de The Ring of Myths: The Israelis, Wagner and the Nazis , "fueron recibidos con entusiasmo". Una nueva sesión fue programada para noviembre, la cual sería inaugurada por Toscanini, quien planeaba tocar la obertura wagneriana de Los maestros cantores de Nuremberg . Pero tres días antes del concierto, la Kristallnacht ocurrió en Alemania: cientos de sinagogas fueron incendiadas, miles de casas y negocios destrozados, cientos de judíos golpeados brutalmente y más de noventa, asesinados. El establishment artístico judío comprendió que aquél no era el mejor momento para tocar la música de Richard Wagner en Palestina, de modo que se le pidió a Toscanini que dejase a un lado aquella pieza. El maestro italiano aceptó y la reemplazó por la obertura de Oberon de Carl Maria von Weber. Toscanini era un antifascista declarado; voluntariamente había partido de Italia en muestra de desprecio al régimen de Mussolini y a pesar de ser convocado por el Tercer Reich en más de una ocasión a participar de sus eventos culturales, el maestro italiano declinó y se rehusó a asistir a los festivales de Bayreuth. Para Wagner, empero, parecía tener algún lugar cálido en su corazón.
Los nazis hicieron de Richard Wagner su ícono cultural supremo. Su música era presentada en las convenciones del partido y sus óperas adornaron escenas en películas antisemitas y filonazis. Elementos de su obra podían hallarse en la película El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl, extractos de su panfleto racista El judaísmo en la música fueron citados en el film propagandístico Der Ewige Jude y su ideología influyó en la pieza de propaganda jud Süss . En el ensayo El judaísmo en la música , Wagner estereotipaba y denigraba a los judíos, a quienes señalaba como incapaces de crear música que no fuese superficial. Se le ha atribuido acuñar los términos "problema judío" y "solución final". Tan influyente fue él en el pensamiento nazi que Adolf Hitler proclamó que era imposible entender el nacionalsocialismo sin entender a Wagner.
Ciertamente, las obras de otros grandes compositores, como Beethoven, Liszt y Mozart, fueron adoptadas por los nazis, a pesar de haber dejado el mundo terrenal -al igual que Wagner- con anterioridad al advenimiento del nazismo. Es más: músicos conocidos por su cercanía al régimen nazi lograron superar la censura musical de los israelíes: Richard Strauss y Carl Orff por ejemplo. ¿Entonces por qué esa obsesión con Wagner? Quizá la respuesta radique en un hecho crucial, que separa a Wagner del resto de los compositores cuya música fue apropiada por el nazismo así como de los seguidores u oportunistas filonazis. A diferencia de esos colaboradores circunstanciales, Wagner fue un forjador de judeofobia genocida alemana. Más que simplemente consumir antisemitismo, él fue un creador de antijudaísmo, y lo hizo con tal eficacia que los futuros nazis lo admirarían precisamente por ello.
Richard Wagner es un símbolo cultural del nazismo. Pero la historia es rica en ironías. Admirador de la música de Wagner, el fundador del sionismo político, Theodor Herzl, eligió la obertura de Tannhäuser para la inauguración del Segundo Congreso Sionista en Basilea, en 1898. Un hecho que, a la luz de la historia por sucederse, seguramente hoy escandalizaría a Herzl y que, de haber vivido lo suficiente para presenciarlo, indudablemente hubiera horrorizado al propio Wagner.
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