Caída de agua en Ein Geddi, un Jardín del Eden en el desierto
Caída de agua en Ein Geddi, un Jardín del Eden en el desierto.
Puede que tuviera los veinte..., año más o menos. Hay edades en la vida que no tienen una percha exacta, alegres en su despiadada juventud. Eran los veinte, eran cuatro libros que había leído sobre Israel, era un amor por esa tierra herida que formaba parte de mis fibras sentimentales, amor adquirido en los años de mi infancia de padres luchadores y justos. Era una adolescencia vivida en las zonas oscuras de la dictadura de Franco, luchada más allá de la represión, deseosa de pisar los caminos ignotos de la libertad.
Eran mis veinte años y una mochila, y ante mis ojos, la extraña sobriedad del horizonte azul que quería herirme y solo me acariciaba. Se abría ante mi asombro inquieto el mítico Mar Muerto, tantas veces mentado en los libros desordenados que fueron mis muchas lecturas. Se abría su belleza y su misterio, como si fuera un desmentido al mar, y sin embargo la expresión más dulce del mar. Eran mis veinte años bebiendo a sorbos cada gota de ese cuadrito azul, que no era un cuadro sino la belleza misma. Mi primer viaje a Israel, mochila al hombro, kibbutz para el descanso, todos los ojos de mis ojos comiéndose el paisaje y una ansias inmensas de saber, de escuchar, de hablar, de sentir. ¿Sentí? Tanto que aún me duele el costado al recordar la mucha emoción atropellándose por dentro, llenando mis huecos. ¿Hablé? Tanto que aún no he parado, y seguiré, porqué la mítica Eretz me hirió el alma como solo hiere un amante. ¿Escuché? Y escucho y aún escucho más, y más, siempre esperanzada de entender por qué una tierra tan bella tiene que sufrir tanto. Y sí, supe desde entonces que nunca más sería extranjera en Israel, la tierra de todas las tierras, mi tierra más allá de mi tierra, madre de todas las patrias que tengo y tendré. Porqué Israel era el inicio y el resumen de todo lo que podía amar y quería amar. Podría hablarles de la belleza hiriente del Neguev, la paz hecha horizonte y viento, y piedra seca y ocre. Podría dibujar la mezcla de sentimientos atávicos que cualquier viajero con alma siente ante la Jerusalén vieja, ese Muro donde se lamenta el mundo, ese vía-crucis donde las miserias humanas se hacen camino, esas losas milenarias, esos dioses mirándose de reojo, esa historia que es toda la historia del mundo hecha ciudad. Podría, ¿cómo no? recitar los colores y olores y la poesía toda que se engendra en el norte israelí, su lago bíblico, sus suaves colinas, su vergel... Podría hablar del ritmo frenético de la magnífica Tel Aviv. Podría hacer lo que de este texto se espera, una breve descripción de las bellezas turísticas que Israel esconde. Y las tiene, las tiene todas, búsquenlas ustedes en las guías de los aeropuertos. Pero mi Israel, la Israel que tantas veces he visitado y siempre me ha seducido, el país al que fui y al que siempre querré volver, la tierra que más historia densa estruja en un fragmento de mapa, ese país es mucho más que una guía turística. Mucho más... Es mucho más de lo mucho que puede ofrecer al turista. Mucho más de lo mucho que tiene de historia, de piedra vieja y de mítica universal. Mucho más que sus paisajes indómitos, sus desiertos y sus lagos, sus pueblos milenarios y sus ciudades modernas. Porqué Israel, la auténtica Israel, la que se clava en el alma, es toda ella un misterio, mezcla de tantas historias que la han herido, de tantos dioses que han querido dominarla, de tanta sangre derramada y, sin embargo, tanto amor derrochado. En ningún lugar del mundo encontrarán más emoción acumulada que en este trocito de la geografía, camino de los muchos caminos que recorremos buscando la libertad.
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Pilar Rahola
Revista Maguen David, nº 76. México.
10/06/2004
https://groups.yahoo.com/neo/groups/grrryabasta/conversations/topics/34953
Caída de agua en Ein Geddi, un Jardín del Eden en el desierto.
Puede que tuviera los veinte..., año más o menos. Hay edades en la vida que no tienen una percha exacta, alegres en su despiadada juventud. Eran los veinte, eran cuatro libros que había leído sobre Israel, era un amor por esa tierra herida que formaba parte de mis fibras sentimentales, amor adquirido en los años de mi infancia de padres luchadores y justos. Era una adolescencia vivida en las zonas oscuras de la dictadura de Franco, luchada más allá de la represión, deseosa de pisar los caminos ignotos de la libertad.
Puede que tuviera los veinte..., año más o menos. Hay edades en la vida que no tienen una percha exacta, alegres en su despiadada juventud. Eran los veinte, eran cuatro libros que había leído sobre Israel, era un amor por esa tierra herida que formaba parte de mis fibras sentimentales, amor adquirido en los años de mi infancia de padres luchadores y justos. Era una adolescencia vivida en las zonas oscuras de la dictadura de Franco, luchada más allá de la represión, deseosa de pisar los caminos ignotos de la libertad.
Eran mis veinte años y una mochila, y ante mis ojos, la extraña sobriedad del horizonte azul que quería herirme y solo me acariciaba. Se abría ante mi asombro inquieto el mítico Mar Muerto, tantas veces mentado en los libros desordenados que fueron mis muchas lecturas. Se abría su belleza y su misterio, como si fuera un desmentido al mar, y sin embargo la expresión más dulce del mar. Eran mis veinte años bebiendo a sorbos cada gota de ese cuadrito azul, que no era un cuadro sino la belleza misma. Mi primer viaje a Israel, mochila al hombro, kibbutz para el descanso, todos los ojos de mis ojos comiéndose el paisaje y una ansias inmensas de saber, de escuchar, de hablar, de sentir. ¿Sentí? Tanto que aún me duele el costado al recordar la mucha emoción atropellándose por dentro, llenando mis huecos. ¿Hablé? Tanto que aún no he parado, y seguiré, porqué la mítica Eretz me hirió el alma como solo hiere un amante. ¿Escuché? Y escucho y aún escucho más, y más, siempre esperanzada de entender por qué una tierra tan bella tiene que sufrir tanto. Y sí, supe desde entonces que nunca más sería extranjera en Israel, la tierra de todas las tierras, mi tierra más allá de mi tierra, madre de todas las patrias que tengo y tendré. Porqué Israel era el inicio y el resumen de todo lo que podía amar y quería amar. Podría hablarles de la belleza hiriente del Neguev, la paz hecha horizonte y viento, y piedra seca y ocre. Podría dibujar la mezcla de sentimientos atávicos que cualquier viajero con alma siente ante la Jerusalén vieja, ese Muro donde se lamenta el mundo, ese vía-crucis donde las miserias humanas se hacen camino, esas losas milenarias, esos dioses mirándose de reojo, esa historia que es toda la historia del mundo hecha ciudad. Podría, ¿cómo no? recitar los colores y olores y la poesía toda que se engendra en el norte israelí, su lago bíblico, sus suaves colinas, su vergel... Podría hablar del ritmo frenético de la magnífica Tel Aviv. Podría hacer lo que de este texto se espera, una breve descripción de las bellezas turísticas que Israel esconde. Y las tiene, las tiene todas, búsquenlas ustedes en las guías de los aeropuertos. Pero mi Israel, la Israel que tantas veces he visitado y siempre me ha seducido, el país al que fui y al que siempre querré volver, la tierra que más historia densa estruja en un fragmento de mapa, ese país es mucho más que una guía turística. Mucho más... Es mucho más de lo mucho que puede ofrecer al turista. Mucho más de lo mucho que tiene de historia, de piedra vieja y de mítica universal. Mucho más que sus paisajes indómitos, sus desiertos y sus lagos, sus pueblos milenarios y sus ciudades modernas. Porqué Israel, la auténtica Israel, la que se clava en el alma, es toda ella un misterio, mezcla de tantas historias que la han herido, de tantos dioses que han querido dominarla, de tanta sangre derramada y, sin embargo, tanto amor derrochado. En ningún lugar del mundo encontrarán más emoción acumulada que en este trocito de la geografía, camino de los muchos caminos que recorremos buscando la libertad.
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Pilar Rahola
Revista Maguen David, nº 76. México.
10/06/2004
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Pilar Rahola
Revista Maguen David, nº 76. México.
10/06/2004
https://groups.yahoo.com/neo/groups/grrryabasta/conversations/topics/34953
Caída de agua en Ein Geddi, un Jardín del Eden en el desierto
Caída de agua en Ein Geddi, un Jardín del Eden en el desierto.
Puede que tuviera los veinte..., año más o menos. Hay edades en la vida que no tienen una percha exacta, alegres en su despiadada juventud. Eran los veinte, eran cuatro libros que había leído sobre Israel, era un amor por esa tierra herida que formaba parte de mis fibras sentimentales, amor adquirido en los años de mi infancia de padres luchadores y justos. Era una adolescencia vivida en las zonas oscuras de la dictadura de Franco, luchada más allá de la represión, deseosa de pisar los caminos ignotos de la libertad.
Puede que tuviera los veinte..., año más o menos. Hay edades en la vida que no tienen una percha exacta, alegres en su despiadada juventud. Eran los veinte, eran cuatro libros que había leído sobre Israel, era un amor por esa tierra herida que formaba parte de mis fibras sentimentales, amor adquirido en los años de mi infancia de padres luchadores y justos. Era una adolescencia vivida en las zonas oscuras de la dictadura de Franco, luchada más allá de la represión, deseosa de pisar los caminos ignotos de la libertad.
Eran mis veinte años y una mochila, y ante mis ojos, la extraña sobriedad del horizonte azul que quería herirme y solo me acariciaba. Se abría ante mi asombro inquieto el mítico Mar Muerto, tantas veces mentado en los libros desordenados que fueron mis muchas lecturas. Se abría su belleza y su misterio, como si fuera un desmentido al mar, y sin embargo la expresión más dulce del mar. Eran mis veinte años bebiendo a sorbos cada gota de ese cuadrito azul, que no era un cuadro sino la belleza misma. Mi primer viaje a Israel, mochila al hombro, kibbutz para el descanso, todos los ojos de mis ojos comiéndose el paisaje y una ansias inmensas de saber, de escuchar, de hablar, de sentir. ¿Sentí? Tanto que aún me duele el costado al recordar la mucha emoción atropellándose por dentro, llenando mis huecos. ¿Hablé? Tanto que aún no he parado, y seguiré, porqué la mítica Eretz me hirió el alma como solo hiere un amante. ¿Escuché? Y escucho y aún escucho más, y más, siempre esperanzada de entender por qué una tierra tan bella tiene que sufrir tanto. Y sí, supe desde entonces que nunca más sería extranjera en Israel, la tierra de todas las tierras, mi tierra más allá de mi tierra, madre de todas las patrias que tengo y tendré. Porqué Israel era el inicio y el resumen de todo lo que podía amar y quería amar. Podría hablarles de la belleza hiriente del Neguev, la paz hecha horizonte y viento, y piedra seca y ocre. Podría dibujar la mezcla de sentimientos atávicos que cualquier viajero con alma siente ante la Jerusalén vieja, ese Muro donde se lamenta el mundo, ese vía-crucis donde las miserias humanas se hacen camino, esas losas milenarias, esos dioses mirándose de reojo, esa historia que es toda la historia del mundo hecha ciudad. Podría, ¿cómo no? recitar los colores y olores y la poesía toda que se engendra en el norte israelí, su lago bíblico, sus suaves colinas, su vergel... Podría hablar del ritmo frenético de la magnífica Tel Aviv. Podría hacer lo que de este texto se espera, una breve descripción de las bellezas turísticas que Israel esconde. Y las tiene, las tiene todas, búsquenlas ustedes en las guías de los aeropuertos. Pero mi Israel, la Israel que tantas veces he visitado y siempre me ha seducido, el país al que fui y al que siempre querré volver, la tierra que más historia densa estruja en un fragmento de mapa, ese país es mucho más que una guía turística. Mucho más... Es mucho más de lo mucho que puede ofrecer al turista. Mucho más de lo mucho que tiene de historia, de piedra vieja y de mítica universal. Mucho más que sus paisajes indómitos, sus desiertos y sus lagos, sus pueblos milenarios y sus ciudades modernas. Porqué Israel, la auténtica Israel, la que se clava en el alma, es toda ella un misterio, mezcla de tantas historias que la han herido, de tantos dioses que han querido dominarla, de tanta sangre derramada y, sin embargo, tanto amor derrochado. En ningún lugar del mundo encontrarán más emoción acumulada que en este trocito de la geografía, camino de los muchos caminos que recorremos buscando la libertad.
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Pilar Rahola
Revista Maguen David, nº 76. México.
10/06/2004
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Pilar Rahola
Revista Maguen David, nº 76. México.
10/06/2004
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