domingo, 12 de febrero de 2012

Auschwitz y el Holocausto


CRÓNICAS DELA HISTORIA
Auschwitz y el Holocausto

Rogelio Alaniz
En Mein kampf, Hitler evoca escenas de la Primera Guerra Mundial, menciona los gases venenosos que allí se usaron y en el párrafo siguiente promete someter a los judíos a ese castigo. Las referencias de Hitler contra los judíos son abundantes y explícitas. Fue su rasgo más original y macabro, un rasgo que no compartía con Mussolini o Franco, quienes no incluían entre sus obsesiones el antisemitismo.
El plan de exterminio a los judíos no fue nunca explicitado. No existe una orden firmada o un decreto que mande la Solución Final. Los nazis, en este tema, fueron discretos y hasta cuidadosos. El exterminio de los judíos era algo así como un ajuste de cuentas “privado”, un “servicio” que los nazis prestaban a la humanidad aniquilando sin compasión a “parásitos degenerados”.
Lo que se sabe es que el proceso de exterminio fue cumpliendo determinadas escalas. Primero, en Alemania, con la supresión de las leyes civiles y políticas para los judíos. Allí aparecen los primeros campos de concentración que no son exclusivamente para judíos pero que los tienen a ellos como destinatarios estratégicos. Cuando ocupan Polonia, la respuesta antisemita son los ghetos. Y cuando invaden la URSS comienzan a practicar los fusilamientos en masa a cargo de los Einsatzgruppen.
Heinrich Himmler presencia en la ciudad de Minsk una de esas carnicerías. Dicen que el espectáculo lo descompuso. Tuvo un ataque de histeria y luego se desmayó. “Nos disgusta este trabajo lleno de sangre” escribió. ¿Un Himmler humanista? Todo lo contrario. Después de vivir esa experiencia, Himmler comprueba que matar a los judíos con armas de fuego era una tarea desagradable, no para los judíos -ellos no cuentan- sino para los propios soldados alemanes. Sorprendente. Ni la brutalidad ni el sadismo del que hacían gala alcanzaban a protegerlos del horror. Muchos de esos soldados debieron ser internados o se refugiaron en el alcohol y la locura. O se suicidaron.
Fue allí cuando a Himmler se le ocurrió que había que encontrar otro camino para eliminar a los judíos en masa. Eran muchos, y matarlos uno por uno era una tarea extenuante y desagradable. Tampoco el hambre o las enfermedades lograban cumplir con el gran objetivo. Pensaron y pensaron hasta que les llegó la revelación: las cámaras de gas. El gas mata en silencio y sin derramar sangre. Perfecto.
Hay amplia coincidencia entre los historiadores en admitir que la reunión donde se dieron las instrucciones precisas para instrumentar la Solución Final se celebró en Wannsee el 20 de enero de 1942. Wannsee era una residencia ubicada en las afueras de Berlín, y usada habitualmente por los jefes de las SS. Esa reunión estaba prevista para la segunda semana de diciembre de 1941, pero debido a Pearl Harbour se postergó para el mes siguiente. Lo que no postergaron fue la decisión.
Hoy hay películas -e incluso un documental- que evoca esa reunión presidida por el teniente general de las SS, Reinhard Heidrich y que contó con la colaboración insustituible de Adolf Eichmann. En Wannsee participaron militares y civiles. Un dato merece tenerse en cuenta: ocho de los quince participantes eran universitarios con títulos de doctor. El promedio de edad era de cuarenta y dos años. Es decir que los instrumentadores del Holocausto fueron hombres jóvenes, cultos e inteligentes.
La conferencia duró una hora y media. Se dieron instrucciones generales para trasladar a los judíos hacia el este. En las actas que luego se usaron en los juicios de Nüremberg en ningún momento se habla de “solución final”, pero según las declaraciones de Eichmann, para todos estaba claro que la palabra “traslado” era sinónimo de exterminio. No deja de llamar la atención que uno de los debates que luego proseguirá en otras reuniones fue determinar la identidad de judío. ¿Sobre qué genealogía se constituía? ¿Los padres, los abuelos? ¿Los abuelos maternos o paternos? ¿Y los matrimonios mixtos?
Con Wannsee no se inició el exterminio de judíos, pero se aceleró la marcha en esa dirección. Ese mismo año se levantaron en Polonia los primeros campos de exterminio. Ya no se trataba de matarlos a través del hambre y los malos tratos. Hubo varios campos de muerte, pero los tres más importantes fueron Belzec, en marzo de 1942; Sobibor, en abril del mismo año; y Treblinka, en mayo. Los judíos de toda Europa eran trasladados en trenes. Viajaban hacinados como reses y muchos morían en el trayecto. Cuando llegaban a las estaciones, separaban a ancianos, mujeres y niños y les decían que serían sometidos a un baño desinfectante. La gran mayoría ignoraba su destino. Ese velo de ignorancia era indispensable para evitar estampidas en masa. Es más, cuando el tren llegaba a Treblinka, desde los agujeros de los vagones de carga los viajeros divisaban un paisaje de casitas pintadas con colores vivos y niños jugando en el jardín. Supuestamente esas casas estaban reservadas para los judíos. Todo un simulacro para preparar la redada mortal.
El balance de los campos de la muerte anticipó a Auschwitz. En Belzec murieron 600.000 judíos; en Treblinka, 700.000: en Sobibor 250.000; en Majdanek, 200.00 y en Kulmhof 152.000. Allí se desarrolló el sistema de exterminio por gas, el traslado en los trenes y la cremación de cadáveres. El objetivo, según Heydrich, era matar once millones de judíos. No lo iban a lograr. Pero aniquilarán cinco millones y medio. Una cifra pavorosa cuya realidad histórica sólo los canallas o los racistas pueden negar.
La perfección de ese sistema de muerte fue Auschwitz. Allí funcionarán las cámaras de gas más eficaces; allí quedará demostrado que era posible aniquilar hasta cincuenta mil judíos por día “sin dejar rastros”. Los jefes de Auschwitz fueron Rudolf Franz Höss, Arthur Liebenschel y Richard Baer. Vivían con su familia en una mansión en las afueras del campo. Sus hijos jugaban en el parque o en los días templados practicaban natación en la piscina. Höss llegaba a su casa a la caída de la tarde y tomaba el té con su mujer. Años después, su esposa dirá que ignoraba lo que pasaba en el campo. Y sobre todo las monstruosidades cometidas por su marido ¿Se le puede creer? Por lo pronto, su querido esposo fue ahorcado en 1947 frente a uno de los crematorios de Auschwitz.
En marzo de 1944, un año antes de terminar la guerra, Hitler ordenó deportar a los judíos de Hungría. En cuatro meses fueron trasladados en trenes de carga cerca de medio millón de judíos. El noventa y cinco por ciento murió en las cámaras de gas. El ZyklónB no perdonaba. Notable. Para 1944 los nazis estaban siendo derrotados en todos los frentes. Los soldados desertaban, faltaban recursos, el Tercer Reich se caía a pedazos, pero a pesar de todo, las cámaras de gas no dejaban de funcionar.
En Auschwitz II, el real campo de exterminio, funcionaron cuatro cámaras de gas con sus respectivos crematorios. Las chimeneas seguirían largando cenizas al viento mucho tiempo después de que se fueran los nazis. Esto quiere decir que la maquinaria de muerte funcionó casi hasta fines de 1944. Cuando la llegada del Ejército Rojo era inminente, destruyeron las cámaras e iniciaron lo que se conoció como “La marcha de la muerte“. Los sobrevivientes, mal alimentados y con escasas defensas, murieron de frío en esas caminatas donde no faltaron las ejecuciones y los latigazos.
Este fue el Holocausto. Esta verdad deberían aprenderla los periodistas y directivos de Página 12 que tuvieron la insolencia de burlarse de la tragedia más terrible que experimentó la humanidad en el siglo veinte. Esta verdad debería ser conocida por los “negacionsitas”, sobre todo porque negar el Holocausto, más que incurrir en un error histórico significa dejar abierta la posibilidad de que en el futuro se cometa un nuevo Holocausto.
Sobre este tema Hitler nunca tuvo dudas. Acordó con los rusos, intentó arreglar con los ingleses, hizo alianzas y luego las rompió, pero en lo que nunca se equivocó fue en lo que concierne a la cuestión judía. Desde el primer día hasta el último fue lo que se dice un hombre coherente. ¿Ejemplos? El 29 de abril de 1945, con los rusos a doscientos metros de su bunker y una semana antes de su presunto suicidio, Hitler redactó sus testamentos: uno público, el otro privado. En el público, el último párrafo está dedicado a los judíos. “Sobre todo, obligo a la dirección de la nación y a los seguidores a mantener exactamente las leyes raciales y una resistencia sin compasión alguna sobre los envenenadores mundiales de todos los pueblos: el judaísmo internacional”.

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