miércoles, 19 de noviembre de 2014

REFLEXIONES DESDE EL HORROR

de Daniel Karpuj‏

Resulta innecesario decirles que los últimos días nos dejaron turbados y consternados.
Abatidos.
El alma se resiente ante la vista del odio, la sangre, la crueldad y la muerte.
Ya anoche, doce horas después de la masacre, se habían renovado las plegarias en la Sinagoga de la Muerte, y continuaron esta mañana; las familias envueltas en duelo son visitadas por cientos y cientos de personas, sin demasiadas palabras de consuelo.
Pero el malestar y el desasosiego no me abandonan.
Temo a la inercia, que amenaza en pocas horas devolver todo a su sitio, y también al silencio de nuestros enemigos.
La inercia miente, el silencio engaña.
He sobrevivido ya a cientos de atentados en Israel y cada vez tengo una sola certeza: ya no volveré a ser el mismo.
No, la rutina jamás volverá a imponerse en nuestras calles.
En nuestras vidas.
Imposible.
Impensable.
Pero, ¿cuántas veces uno puede “no volver a ser el mismo”?
¿Cómo era yo antes de tanta pesadilla?
¿O acaso será que el corazón se va muriendo poco a poco, hasta que simplemente se muere de tristeza?
Y el silencio de los enemigos...
Ese silencio que siempre, pero siempre, fue un preludio al nuevo rasguño, un anticipo del próximo zarpazo.
Muchas (¿demasiadas?) preguntas quedan abiertas.
Pero hoy necesito pensar menos y sentir más.
Aunque el sentimiento me asedie y me atribule.
Cada cual tiene su propio modo de vivir encogido.

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